Desde los más remotos tiempos, la criatura humana se aficionó a celebrar determinados días que, por algún suceso trascendente para el grupo o la comunidad, merecían recordarse, como si con ello volvieran a propiciar el estado de gracia, euforia o recogimiento característico del hecho en cuestión. La memoria oral y, con posterioridad, la escrita, dieron cuenta de tales fechas, que se inscribieron bajo el término muy general de efemérides. Incluso, no faltaron asociaciones simbólicas a manera de cantos, danzas y dibujos, los que de alguna forma también dieron constancia de su importancia y trascendencia histórica por tiempo imperecedero.
Sin embargo, fue la capacidad del signo escrito de perpetuar y divulgar tales acontecimientos, tanto como su condición de médium entre la supuesta fuente divina y el lector (en la actualidad ya algo vulgarizada con la democratización de los medios: si antes era el verbo de algún dios, ahora, es el verbo de algún escritor o periodista), la que con toda seguridad dio lugar a que, entre los grandes onomásticos de la modernidad, el del libro fuera uno de los llamados a alcanzar un carácter más universal.
Cuba nunca ha sido ajena a tales celebraciones, mucho menos a la del libro. El libro devino símbolo real de los primeros grandes empeños del proceso emancipador nacional. A partir de 1959 fue protagonista central de la gran épica que significó la Campaña de Alfabetización (guía inspiradora de la que hoy se realiza en la América Latina) y de la gran revolución editorial generada a partir de dos hechos capitales: la fundación de la Imprenta Nacional (1962) y la creación del Instituto del Libro, más tarde Instituto Cubano del Libro (1967).
Últimamente, la Feria del Libro de La Habana —que tiene su antecedente en las que promoviera el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Ciudad, a partir de 1937— se hace extensiva al resto de las provincias del país.
En consecuencia, cada efemérides importante de la vida del cubano se ha visto asistida por un libro o una verdadera feria del libro. Como resultado de tal política editorial, los libros van y vienen de mano en mano… Aunque, a veces, o casi siempre, se quedan en «otras» manos… y no regresan. Sin embargo, lo realmente simpático del caso, es que, casi siempre, también, esto nos sucede con personas con las cuales nos unen fuertes lazos de amistad o, al menos, de afinidad. Por ejemplo, un mismo gusto por determinado género literario o determinado autor o determinado propósito profesional, etcétera.
En otros casos, la no tenencia de un libro en específico, es consecuencia de determinadas circunstancias. (El libro es él y sus circunstancias.) El libro que no pudimos comprar, porque no teníamos el dinero o lo queríamos para otra cosa; el libro que no compramos porque sólo lo necesitábamos para un examen y dimos con la persona que nos lo facilitara; el libro de cuya importancia dudamos, bien por su escasa o ninguna divulgación por parte de los medios, o por la escasa notoriedad del autor (en este último ejemplo es determinante la calidad de la edición, de la materia prima empleada y del diseño de cubierta), o porque sencillamente estaba en falta o se vendía en moneda libremente convertible… Circunstancias que pueden agravarse, cuando el libro que se queda en otras manos, tiene una dedicatoria de amor o de permanente gratitud, o es un regalo que vino del extranjero.
Igual de interesantes son las explicaciones o justificaciones que se le dan a los dueños por parte de esas «otras» manos. Las que más abundan son las que pertenecen al género «olvido», y, por consiguiente, se emparientan con el subgénero «recuérdamelo». Le siguen, el «Nunca te veo», «Tengo que hacer un tiempo», «La mujer la tengo embarazada», «Me subió la presión arterial» y otras tantas respuestas, que no siempre son posibles de conciliar con un libro «que no es tuyo, y que tuviste todo el tiempo del mundo para pedírmelo prestado y llevártelo».
Otra respuesta, pero ésta de un verdadero amigo: «Te lo quiero mandar a encuadernar, porque se soltaron algunas hojas. Tú sabes que, mientras mejor es el escritor, peor es la edición». Incluso, no faltan respuestas con verdadera inclinación por el catastrofismo, como la que le dieron a un amigo mío, al reclamarle a la «otra» mano supuestamente amiga de la suya la esperada devolución: «La casa se me quemó». O la que dio la mano otra que vive a una o dos cuadras del Malecón habanero: «El mar se lo llevó».
Hablábamos de la importancia que ha tenido el libro en la cultura del cubano en particular, y en la universal en general. Hablábamos, también, de la importancia de ciertas fechas o efemérides, por lo que de trascendente han sido para la historia de una comunidad, un país o un continente, así como para el mejoramiento material y espiritual de la especie. Y entre éstas, como es de suponer, destacan la del Día Internacional del Libro y la del Día
Internacional de la Lectura. Tampoco faltan fiestas muy específicas de algunos países, como la denominada Semana de la Libertad para Leer, que se realiza en Canadá entre el 24 de febrero y el primero de marzo, o la Semana del Libro Censurado en Estados Unidos de Norteamérica, en la que se celebra el derecho a escoger el libro que se desea leer, así como
se le rinde homenaje a personas, grupos e instituciones que defienden el derecho a no ser censurados.
En razón de estos bien recordados días, en los cuales le rendimos tributo universal al primero de los objetos creados por la criatura humana con el cual se equiparó en espíritu y valor a sus dioses, no estaría de más la creación de otro, que bien vendría a completar o a complementar los antes citados, y que daríamos en llamar Día Nacional (o Internacional) del Libro Recobrado (o Recuperado).
Es decir, el «día» en que todos nos comprometemos a buscar en nuestros armarios el libro —o los libros— que nos prestaron, y llevárselos a sus legítimos propietarios. Pienso, y así lo hago explícito en este documento, que la amistad ganaría, y el amor y la cultura también. ¡Dichoso el día que veamos llegar a nuestra casa el libro que dábamos por perdido! ¡Ah! ¡Dichosa la edad que llegue a crear ese día!
Jorge R. Bermúdez es escritor y crítico de arte, así como colaborador de Opus Habana desde sus inicios. Este texto fue leído por el autor en la presentación de su libro La invitada de la luz: aspectos históricos, simbólicos y estéticos de la bandera cubana, Ediciones Bachiller, Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 2007.