Precedida por una recreación escénica del carnaval veneciano fue inaugurada la exposición «Venecia. Memorias de un carnaval», del reconocido fotógrafo cubano Osvaldo Salas (1914-1992) en la galería Julio Larramendi, del Hostal Conde de Villanueva. Paralela a las celebraciones por el Día de la Cultura Cubana, la muestra exhibe una faceta diferente del «viejo» Salas, gracias al trabajo de rescate que hizo su hijo Roberto, con instantáneas inéditas sobre el colorido de estas fiestas italianas.
Osvaldo Salas tiene ganado un lugar de honor en la fotografía cubana. Sus obras nos llegan penetradas de una indefinible pero evidente carga poética, sin renunciar a la fuerza dramática del más depurado realismo, aún cuando se origine en los escenarios más diversos.

 
Hoy, haciéndonos partícipes de esta verdad, la galería Julio Larramendi, abre su espacio para rendirle homenaje a Osvaldo Salas, porque honrar, honra.
De una laboriosa y rica trayectoria, Osvaldo Salas fue un perseverante. Desde pequeño tuvo inclinación hacia el arte, por lo que inicia estudios en San Alejandro, los que debe abandonar en el año 1926, al trasladarse su familia hacia Estados Unidos  por problemas económicos, pero sin abandonar nunca sus sueños.
Empieza en la fotografía como aficionado y después como profesional, pues como decía, para ser un profesional hay que ser primero un buen aficionado.
Tuvo un rápido avance en la fotografía por la necesidad que tenía de expresarse.
En 1944, se vinculó al Club Fotográfico Inwood Camera Club, de Nueva York. Desde 1945 se profesionaliza. Ya en 1947 ganaba el primer premio del Concurso Anual de Inwood Camera Club, clase B. En 1950 abre su propio estudio en Nueva York y en 1958 está retratando a grandes estrellas del espectáculo y el deporte.
Hacia 1959 regresa a Cuba y se inscribe como uno de los fundadores del periódico Revolución, trabajando como responsable del departamento de fotografía y posteriormente  en el periódico Granma como fotógrafo.
Su cámara lo acompañó por más de 40 años, lo que le permitió dejar una huella imperecedera en su paso por la vida.
 
Fue un retratista por excelencia que era lo que más le gustaba, por considerar el retrato lo más expresivo dentro de la fotografía, los primeros planos, los rostros, siempre tratando de captar a la gente, un gesto, una expresión. Esto distingue su iconografía.
Realizó numerosos viajes, entre ellos en 1990 a Italia para una exposición y que aprovechara para agasajar Venecia y su carnaval. No dejó escapar la oportunidad que le daba la vida y registró, con su estilo propio, la magia, el esplendor y la riqueza de esa vibrante tradición cultural, sin imaginar, que sería el último trabajo que realizara.
Del Carnaval de Venecia se dice que se vive con absoluta intensidad, que envuelve a todos y cada uno de sus rincones. Venecia entera se transforma en una fiesta de impresionante colorido, sensualidad y misterio, ataviada con una teatralidad singular. En este carnaval, las máscaras son el elemento más importante.
El espíritu de esa festividad fue aprehendido por Osvaldo Salas, el viejo Salas, como cariñosamente se le conocía. Utilizó negativo a color, no habitual en su trabajo y que, por factores de clima y conservación, fueron enormemente dañados. Para poder mostrarnos este ensayo, prácticamente inédito, que se presenta hoy, su hijo Roberto, tuvo que hacer un intenso procesamiento digital para recuperar en lo posible la imagen y preservarla; sobre todo, como al viejo Salas le hubiera gustado que se mostrara y por qué no, por mediación de quien mejor lo conoció en sus faenas y que ha mantenido viva su obra colosal para beneplácito de todos.
 
Venecia fue un reto a su trabajo. ¿Cómo podía manifestar «algo propio» por un evento por donde han pasado miles de cámaras y lentes durante décadas? Pero, como Salas fue desde sus inicios, trabajo de estudio e imagen de galería y llegó a conformar una estética que mantuvo durante años, que lo convirtió en un atractivo peculiar y en punto central de toda su obra, venció el reto como muchos otros.
Alguien comentó una vez en referencia a su «estilo», «¡es posible sacar el hombre del estudio y la galería, lo más difícil es sacar la galería del hombre!», esa era su forma de ver el mundo. Por eso en este trabajo sobre el carnaval de Venecia, hace gala de su virtuosismo, que lo reafirman como uno de los maestros del lente cubano del siglo XX.
Sirva entonces «Venecia. Memorias de un carnaval», como un pretexto para homenajear en este día de la Cultura Cubana a uno de los grandes de nuestra fotografía, que trascendió fronteras con su mirada y que aún, después de más de un decenio, nos sigue dando lecciones de buen gusto, profesionalidad  constancia y, sobre todo, cómo fascinarnos a través de sus fotografías, en particular en esta ocasión, con el encanto de esa enigmática ciudad como lo es Venecia, su carnaval y sus máscaras.

Lourdes M. Socarrás Ferrer
Directora Fototeca de Cuba.  

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