Ejemplaridad: jamás las parrandas han dado motivo a disgusto ni riñas. Un remediano me apunta: La armonía y cordialidad de las parrandas han influido en la vida política remediana, no registrándose, ni aun durante las campañas electorales, hecho de sangre alguno.
Son las tres de la tarde del 24 de diciembre de 1943. En la espaciosa Plaza de Armas o de Isabel II, hoy de Martí, de la ciudad de San Juan de los Remedios, trabajan febrilmente carpinteros y decoradores en levantar los trabajos de plaza, correspondientes a los barrios de San Salvador y el Carmen, que han de figurar entre los máximos atractivos de las tradicionales parrandas.
En un recodo del parque cercan o de La Libertad está la carroza de San Salvador y junto al costado de la iglesia, la del Carmen.
El público discurre curioso por las calles y portales de los edificios que bordean la Plaza, haciendo comentarios sobre el mayor o menor lucimiento que esperan tendrán este año las populares fiestas y las posibilidades de triunfo del barrio de sus simpatías.
A medida que transcurren las horas crece la animación. Ya, al oscurecer, han terminado su labor artistas y obreros.
El trabajo de plaza de los carmelitas representa La Pagoda del Dragón Rojo, exótico motivo, según se explica en la hoja suelta repartida por dicho barrio, «traído de la milenaria y remota China, al conjuro de la fantasía inspirada en una misteriosa leyenda oriental. Sus líneas ajústanse al estilo de las construcciones asiáticas y los bien combinados colores de que está cubierto, préstanle mayor realce y belleza».
Los sansarices han querido adoptar un motivo trascendente de la actualidad bélica contemporánea y consagran su trabajo de plaza a la postguerra: tres columnas unidas en lo alto por un friso que ostenta este letrero: «Con la victoria hacia un mundo mejor». La columna central sostiene un globo terráqueo y las laterales sendos florones iluminados indirectamente. Al frente, en el medio, otra pequeña columna ostenta una gran y de la victoria de las Naciones Unidas.
El trabajo de plaza de San Salvador lo dirigió Celestino Fortún y el del Carmen, Celestino del Valle.
Menudean, los comentarios unos consideran que el trabajo de los sansarices es «más artístico y simbólico»; pero que el de los carmelitas es «más de plaza».
Cerca y a cada lado de la línea imaginaria que divide en dos la Plaza, se encuentran los tablados o burros en que han de colocarse las piezas de los fuegos artificiales.
Ya es de noche. Para no perder los más mínimos detalles de la fiesta las familias han comido temprano o matan el hambre en los cafés de los alrededores de la Plaza o en los puestos o ventorrillos de fritas, lechón asado, dulces, bebidas y refrescos, improvisados con tablas y pencas de palma en el costado de la iglesia.
Los socios de La Tertulia han organizado este año una cena a la que tengo el honor y el placer de asistir como invitado. Frente a frente se encuentran los presidentes de los dos barrios: Federico García Vigil, del Carmen; Abilio Duran, de San Salvador. Dentro de la mayor cordialidad, e incitados por los comensales, se cruzan bromas sobre el éxito que ya de antemano se atribuye cada barrio o las sorpresas que tienen reservadas para aplastar al contrario.
En otra esquina de la Plaza funcionan desde mediodía un tiovivo, rueda, carros voladores y otras atracciones, en las que chicos y mayores pasan el rato mientras llega la hora del comienzo de las parrandas. Convido a una docena de chiquillos del pueblo y doy con ellos varias vueltas en el tiovivo.
Una sirena colocada por los sansarices en la esquina de la fritería del chino Rufino—el Floridita de Remedios, como la llama Joaquín Giménez Lanier—toca a intervalos, atronando el espacio con sus agudos pitazos, que se repetirán después anunciando la entrada de los juegos de faroles.
Ha terminado la cena de La Tertulia y su amplia terraza descubierta se ve colmada de las familias que han acudido a presenciar las parrandas.
Visito los distintos locales donde los barrios guardan su stock de piezas de fuegos artificiales, voladores, palenques, bombas; verdaderos polvorines o santabárbaras de las huestes enemigas que han de contender dentro de breves momentos. Cada barrio tiene varias casas destinadas a este fin, donde han ido almacenando sus fuegos de todas clases y donde guardan también los juegos de faroles. Centenares de éstos se ven recostados en las paredes, algunos conservados de años anteriores y debidamente restaurados; centenares también de piezas de los fuegos de artificio, miles de voladores, palenques y bombas.
Los presidentes de los barrios y sus principales directores dan las últimas órdenes. El alcalde, Carlos Carrillo, sansarice entusiasta, coopera diligentemente al éxito de su barrio, sin desatender la alta vigilancia para la conservación del orden y mayor lucimiento de la fiesta.
La organización de las parrandas, cada año, es trabajo laborioso, que se inicia desde meses antes de la Nochebuena.
El alcalde y una comisión oficial recaudan entre el pueblo, sociedades, comercios, industrias, para los gastos de los dos barrios, y, además cada uno de estos hace una colecta particular entre los simpatizadores y se forman delegaciones fuera de la ciudad. En La Habana — la Capi — funciona desde hace años una integrada por los fervorosos remedianos Giménez Lanier Capdevila y Carreritas. Hay quienes compran por su cuenta voladores, palenques y bombas. Todavía se recuerda al doctor Eladio García que cada año presentaba una carroza costeada de su peculio.
Cada barrio tiene una directiva organizadora y ejecutora de las parrandas e integrada casi, siempre por los siguientes funcionarios parranderiles: presidente, tesorero directores artísticos, constructores, electricistas, director de parrandas, capitán de artillería, pirotécnico y colaboradores.
En muchas casas particulares se construyen y arreglan faroles, y el elemento femenino no descansa vendiendo pensiones para los bailes, ya que es costumbre que un tanto por ciento de lo recogido en éstos se destine a engrosar la suma necesaria para los gastos de las parrandas. Los grupos de repicadores avivan el entusiasmo de los remedianos recorriendo algunos días las calles de la población.
Este año figuran entre los más entusiastas y dinámicos sansarices Abilio Durn, Angelito Vigil, Marianito Seiglie, el coronel Juan Jiménez y el doctor José Gastón Caturla; y por los carmelitas, Federico García Vigil, Felipe Brusains. Fico Bicho, Frank del Valle, Ramón Carús y Carmucha Meilán.
Va a comenzar la fiesta. Primeramente se saludan los barrios con sus banderas e insignias, acompañadas de sus orquestas. La bandera de San Salvador es roja, con un gallo, y el gallo simbólico figura también en lo alto de un largo palo. La bandera del Carmen es carmelita, con su globa representativa en el centro, paseada también aparte en otro palo.
El saludo lo hacen los dos barrios en la línea divisoria ya indicada, retirándose a sus respectivos cuarteles.
Se inicia después la primera entrada de faroles o farolas, alternando los barrios. La entrada de cada comparsa o juego de faroles en la plaza tiene lugar con el acompañamiento de las orquestras, que tocan los himnos y música tradicionales de los barrios, poleas de Laudelino Quintero, por el Carmen, y de Perico Morales, por San Salvador, y otras popularizadas y conservadas de generación en generación hasta nuestros días.
Las farolas son de madera, juncos, cartón y papeles de colores, de las más varias y artísticas formas y tamaños, iluminadas interiormente con velas que son colocadas por los viejos del barrio, sin que los jóvenes se atrevan a quebrantar esta costumbre.
Cada entrada supone un juego de veinte o más faroles y son llevados por los simpatizantes de los barrios. Dan varias vueltas frente y alrededor del trabajo de plaza respectivo y mientras tanto se quema una pieza de fuegos artificiales y se disparan ramilletes de voladores, palenques, bombas, petardos, cohetes. El juego de faroles en turno, acompañado siempre por la música, al extinguirse la pieza de fuegos artificiales, se retira por la calle en que hiciera su entrada. Este año algunas de las farolas representaban barcos, tanques, aviones.
Estas entradas de los juegos de farolas de los barrios se repite ininterrumpidamente durante toda la noche hasta que terminan las parrandas a las siete de la mañana.
Lo mismo ocurre con los fuegos artificiales. Desde meses antes, los más famosos pirotécnicos de la localidad o de otros lugares de la República son contratados por los barrios. Se recuerdan pirotécnicos famosos traídos de La Habana, como Vázquez, ya retirado, y de Remedios a los Graojo, padre e hijo. Los de este año son Lalo Valdés y un hijo de Tirso Pons, por San Salvador; y Tirso Pons, padre, solo, por el Carmen.
A veces un barrio aguanta para dar un golpe de efecto con gran cantidad de piezas explosivas, y entonces el otro barrio, si no tiene stock suficiente, reúne a la carrera dinero para comprar lo que encuentre en la localidad y superar al contrario: o también le contesta dándole changüí, disparando los diez o doce voladores, para chotear a su pretencioso contrincante.
El changüí también se da en los fuegos artificiales, como ya he apuntado en otros artículos, presentando una pieza que apenas iniciado el fuego se apaga y cuando mas fuerte es la rechifla de los contrarios, se reanima esplendorosamente el fuego, con las burlas correspondientes. Así ocurrió varias veces en estas parrandas.
El público recorre todos los lugares de la plaza y el parque, o se estaciona en los portales y aceras. Se comenta vivamente cada entrada de faroles y fuegos artificiales. Situados frente a frente de la línea divisoria de los barrios, se increpan los simpatizantes de uno y otro, celebrando o atacando ruidosamente los faroles, fuegos, etc.; pero la acalorada disputa jamás degenera en riña; y he visto Ir juntos de brao sansarices y carmelitas dando vivas y mueras como enemigos que cordializan fraternalmente.
Los cafés se ven abarrotados y hacen esta noche, como los días de Semana Santa, su agosto, por todo el año. Una de las veces que entro con mi amigo Joaquinito Giménez Lanier a tomar un trago en la fritería del chino Rufino, éste, señalando para la caja recaudadora y aludiendo a la crecida ganancia de la noche, hace un gesto como si se abrasara las manos, y exclama con una sonrisa de satisfacción: «!Ta caliente!», agregando en seguida: «Toma algo; Rufino convida!»
A las doce de la noche se celebra en la iglesia la misa del gallo,
pero sin que se Interrumpan las parrandas. Entro en el templo. Sus
bancos están totalmente ocupados.
Llega, clarísimo, el ruido estrepitoso de la Plaza, los gritos del público, la música de las orquestas, el estampido de los fuegos. La misa sigue su curso. Varios pecadores arrepentidos, hombres y mujeres, de rodillas ante los confesionarios, refieren sus faltas al
sacerdote y reciben de éste la absolución. Me parece una oportunidad magnífica para confesar los más horrendos pecados, sin que el sacerdote se entere, pues he tratado de secretear con mi acompañante, Capdevlla, y no hemos podido hacernos oír.
No cabe duda que estas fiestas netamente religiosas en su remoto
inicio, tienen hoy un exclusivo carácter popular. El alborozo del
pueblo se ha impuesto sobre el rito católico y ya nadie extraña, como extrañé yo, que durante la mis a del gallo no se interrumpieran las parrandas.
A las cuatro de la mañana hizo su entrada en la Plaza la carroza
del Carmen: El advenimiento de las Pascuas; y media hora después, la de San Salvador: Alegoría de Primavera. Una y otra van precedidas de vistosas luces de Bengala, y en una y otra figuran bellísimas muchachas, ricamente ataviadas, de acuerdo con el motivo alegórico de cada carroza. El autor de la primera es Gullermo Duyos Valdés; el de la segunda, Mariano Seiglie. El pueblo aclama a la carroza de sus simpatías. Las muchachas las abandonan, después que han sido situadas en una esquina de sus respectivos barrios. La plaza está más abarrotada de público que en momento alguno.
Se suceden los desfiles de la faroleria y los juegos de faroles para estos finales de las parrandas y lo mismo procuran con sus fuegos.
Le toca ahora al Carmen. Su fuego, de combinaciones bellísimas, no pudo superar en tiempo al de San Salvado: no alcanzó los diez minutos de duración.
Terminaron las parrandas. Son las siete de la mañana. Pero el público no tiene prisa en retirarse. Lo hace lentamente, después de haber ratificado ponderativamente cada carmelita y sansarice que su barrio ha sido el triunfador Comentando el último fuego, los últimos proclaman su indiscutible victoria; mientras los primeros sostienen que el fuego de San Salvador duró más tiempo, pero que el Carmen tiró más voladores y de efectos más lucidos. Se oye una marcha fúnebre. Y otra; postreros tributos de cada barrio a su contrario vencido.
A las ocho de la mañana Enrique Serpa y yo, con los presidentes y grupos de simpatizantes de los dos barrios, celebramos el triunfo de ambos, el triunfo de las parrandas, el triunfo de Remedios, en la barra de La Tertulia.
Indago el costo total de la fiesta. Se me contesta que alrededor de mil quinientos pesos cada barrio. Los trabajos de plaza importan de ciento cincuenta a doscientos, cincuenta pesos por barrio; las carrozas, unos trescientos pesos; el resto es el importe de los fuegos y farolas.
Juicio sintético de la fiesta: espectáculo bellísimo, pintoresco, entretenido, en el cual una tras otra, las doce horas de duración no se sienten correr; de proyecciones turísticas insospechables; de refinado arte, tanto mas relevante, dado su carácter cultural, difícilmente superable por artistas profesionales, en los que se refiere a las carrozas, trabajos de plaza y faroles.
Ejemplaridad: jamás las parrandas han dado motivo a disgusto ni riñas. Un remediano me apunta: La armonía y cordialidad de las parrandas han influido en la vida política remediana, no registrándose, ni aun durante las campañas electorales, hecho de sangre alguno.
Solo una observación: ¿Por qué no se cantan, durante la celebración de las parrandas, las viejas décimas y las modernas que se improvisaran, de cada barrio?
Post scriptum. Coterráneos: no me perderé las parrandas de la próxima Nochebuena. ¡Vivan sansarices y carmelitas! Y ¡viva nuestro Remedios!
En un recodo del parque cercan o de La Libertad está la carroza de San Salvador y junto al costado de la iglesia, la del Carmen.
El público discurre curioso por las calles y portales de los edificios que bordean la Plaza, haciendo comentarios sobre el mayor o menor lucimiento que esperan tendrán este año las populares fiestas y las posibilidades de triunfo del barrio de sus simpatías.
A medida que transcurren las horas crece la animación. Ya, al oscurecer, han terminado su labor artistas y obreros.
El trabajo de plaza de los carmelitas representa La Pagoda del Dragón Rojo, exótico motivo, según se explica en la hoja suelta repartida por dicho barrio, «traído de la milenaria y remota China, al conjuro de la fantasía inspirada en una misteriosa leyenda oriental. Sus líneas ajústanse al estilo de las construcciones asiáticas y los bien combinados colores de que está cubierto, préstanle mayor realce y belleza».
Los sansarices han querido adoptar un motivo trascendente de la actualidad bélica contemporánea y consagran su trabajo de plaza a la postguerra: tres columnas unidas en lo alto por un friso que ostenta este letrero: «Con la victoria hacia un mundo mejor». La columna central sostiene un globo terráqueo y las laterales sendos florones iluminados indirectamente. Al frente, en el medio, otra pequeña columna ostenta una gran y de la victoria de las Naciones Unidas.
El trabajo de plaza de San Salvador lo dirigió Celestino Fortún y el del Carmen, Celestino del Valle.
Menudean, los comentarios unos consideran que el trabajo de los sansarices es «más artístico y simbólico»; pero que el de los carmelitas es «más de plaza».
Cerca y a cada lado de la línea imaginaria que divide en dos la Plaza, se encuentran los tablados o burros en que han de colocarse las piezas de los fuegos artificiales.
Ya es de noche. Para no perder los más mínimos detalles de la fiesta las familias han comido temprano o matan el hambre en los cafés de los alrededores de la Plaza o en los puestos o ventorrillos de fritas, lechón asado, dulces, bebidas y refrescos, improvisados con tablas y pencas de palma en el costado de la iglesia.
Los socios de La Tertulia han organizado este año una cena a la que tengo el honor y el placer de asistir como invitado. Frente a frente se encuentran los presidentes de los dos barrios: Federico García Vigil, del Carmen; Abilio Duran, de San Salvador. Dentro de la mayor cordialidad, e incitados por los comensales, se cruzan bromas sobre el éxito que ya de antemano se atribuye cada barrio o las sorpresas que tienen reservadas para aplastar al contrario.
En otra esquina de la Plaza funcionan desde mediodía un tiovivo, rueda, carros voladores y otras atracciones, en las que chicos y mayores pasan el rato mientras llega la hora del comienzo de las parrandas. Convido a una docena de chiquillos del pueblo y doy con ellos varias vueltas en el tiovivo.
Una sirena colocada por los sansarices en la esquina de la fritería del chino Rufino—el Floridita de Remedios, como la llama Joaquín Giménez Lanier—toca a intervalos, atronando el espacio con sus agudos pitazos, que se repetirán después anunciando la entrada de los juegos de faroles.
Ha terminado la cena de La Tertulia y su amplia terraza descubierta se ve colmada de las familias que han acudido a presenciar las parrandas.
Visito los distintos locales donde los barrios guardan su stock de piezas de fuegos artificiales, voladores, palenques, bombas; verdaderos polvorines o santabárbaras de las huestes enemigas que han de contender dentro de breves momentos. Cada barrio tiene varias casas destinadas a este fin, donde han ido almacenando sus fuegos de todas clases y donde guardan también los juegos de faroles. Centenares de éstos se ven recostados en las paredes, algunos conservados de años anteriores y debidamente restaurados; centenares también de piezas de los fuegos de artificio, miles de voladores, palenques y bombas.
Los presidentes de los barrios y sus principales directores dan las últimas órdenes. El alcalde, Carlos Carrillo, sansarice entusiasta, coopera diligentemente al éxito de su barrio, sin desatender la alta vigilancia para la conservación del orden y mayor lucimiento de la fiesta.
La organización de las parrandas, cada año, es trabajo laborioso, que se inicia desde meses antes de la Nochebuena.
El alcalde y una comisión oficial recaudan entre el pueblo, sociedades, comercios, industrias, para los gastos de los dos barrios, y, además cada uno de estos hace una colecta particular entre los simpatizadores y se forman delegaciones fuera de la ciudad. En La Habana — la Capi — funciona desde hace años una integrada por los fervorosos remedianos Giménez Lanier Capdevila y Carreritas. Hay quienes compran por su cuenta voladores, palenques y bombas. Todavía se recuerda al doctor Eladio García que cada año presentaba una carroza costeada de su peculio.
Cada barrio tiene una directiva organizadora y ejecutora de las parrandas e integrada casi, siempre por los siguientes funcionarios parranderiles: presidente, tesorero directores artísticos, constructores, electricistas, director de parrandas, capitán de artillería, pirotécnico y colaboradores.
En muchas casas particulares se construyen y arreglan faroles, y el elemento femenino no descansa vendiendo pensiones para los bailes, ya que es costumbre que un tanto por ciento de lo recogido en éstos se destine a engrosar la suma necesaria para los gastos de las parrandas. Los grupos de repicadores avivan el entusiasmo de los remedianos recorriendo algunos días las calles de la población.
Este año figuran entre los más entusiastas y dinámicos sansarices Abilio Durn, Angelito Vigil, Marianito Seiglie, el coronel Juan Jiménez y el doctor José Gastón Caturla; y por los carmelitas, Federico García Vigil, Felipe Brusains. Fico Bicho, Frank del Valle, Ramón Carús y Carmucha Meilán.
Va a comenzar la fiesta. Primeramente se saludan los barrios con sus banderas e insignias, acompañadas de sus orquestas. La bandera de San Salvador es roja, con un gallo, y el gallo simbólico figura también en lo alto de un largo palo. La bandera del Carmen es carmelita, con su globa representativa en el centro, paseada también aparte en otro palo.
El saludo lo hacen los dos barrios en la línea divisoria ya indicada, retirándose a sus respectivos cuarteles.
Se inicia después la primera entrada de faroles o farolas, alternando los barrios. La entrada de cada comparsa o juego de faroles en la plaza tiene lugar con el acompañamiento de las orquestras, que tocan los himnos y música tradicionales de los barrios, poleas de Laudelino Quintero, por el Carmen, y de Perico Morales, por San Salvador, y otras popularizadas y conservadas de generación en generación hasta nuestros días.
Las farolas son de madera, juncos, cartón y papeles de colores, de las más varias y artísticas formas y tamaños, iluminadas interiormente con velas que son colocadas por los viejos del barrio, sin que los jóvenes se atrevan a quebrantar esta costumbre.
Cada entrada supone un juego de veinte o más faroles y son llevados por los simpatizantes de los barrios. Dan varias vueltas frente y alrededor del trabajo de plaza respectivo y mientras tanto se quema una pieza de fuegos artificiales y se disparan ramilletes de voladores, palenques, bombas, petardos, cohetes. El juego de faroles en turno, acompañado siempre por la música, al extinguirse la pieza de fuegos artificiales, se retira por la calle en que hiciera su entrada. Este año algunas de las farolas representaban barcos, tanques, aviones.
Estas entradas de los juegos de farolas de los barrios se repite ininterrumpidamente durante toda la noche hasta que terminan las parrandas a las siete de la mañana.
Lo mismo ocurre con los fuegos artificiales. Desde meses antes, los más famosos pirotécnicos de la localidad o de otros lugares de la República son contratados por los barrios. Se recuerdan pirotécnicos famosos traídos de La Habana, como Vázquez, ya retirado, y de Remedios a los Graojo, padre e hijo. Los de este año son Lalo Valdés y un hijo de Tirso Pons, por San Salvador; y Tirso Pons, padre, solo, por el Carmen.
A veces un barrio aguanta para dar un golpe de efecto con gran cantidad de piezas explosivas, y entonces el otro barrio, si no tiene stock suficiente, reúne a la carrera dinero para comprar lo que encuentre en la localidad y superar al contrario: o también le contesta dándole changüí, disparando los diez o doce voladores, para chotear a su pretencioso contrincante.
El changüí también se da en los fuegos artificiales, como ya he apuntado en otros artículos, presentando una pieza que apenas iniciado el fuego se apaga y cuando mas fuerte es la rechifla de los contrarios, se reanima esplendorosamente el fuego, con las burlas correspondientes. Así ocurrió varias veces en estas parrandas.
El público recorre todos los lugares de la plaza y el parque, o se estaciona en los portales y aceras. Se comenta vivamente cada entrada de faroles y fuegos artificiales. Situados frente a frente de la línea divisoria de los barrios, se increpan los simpatizantes de uno y otro, celebrando o atacando ruidosamente los faroles, fuegos, etc.; pero la acalorada disputa jamás degenera en riña; y he visto Ir juntos de brao sansarices y carmelitas dando vivas y mueras como enemigos que cordializan fraternalmente.
Los cafés se ven abarrotados y hacen esta noche, como los días de Semana Santa, su agosto, por todo el año. Una de las veces que entro con mi amigo Joaquinito Giménez Lanier a tomar un trago en la fritería del chino Rufino, éste, señalando para la caja recaudadora y aludiendo a la crecida ganancia de la noche, hace un gesto como si se abrasara las manos, y exclama con una sonrisa de satisfacción: «!Ta caliente!», agregando en seguida: «Toma algo; Rufino convida!»
A las doce de la noche se celebra en la iglesia la misa del gallo,
pero sin que se Interrumpan las parrandas. Entro en el templo. Sus
bancos están totalmente ocupados.
Llega, clarísimo, el ruido estrepitoso de la Plaza, los gritos del público, la música de las orquestas, el estampido de los fuegos. La misa sigue su curso. Varios pecadores arrepentidos, hombres y mujeres, de rodillas ante los confesionarios, refieren sus faltas al
sacerdote y reciben de éste la absolución. Me parece una oportunidad magnífica para confesar los más horrendos pecados, sin que el sacerdote se entere, pues he tratado de secretear con mi acompañante, Capdevlla, y no hemos podido hacernos oír.
No cabe duda que estas fiestas netamente religiosas en su remoto
inicio, tienen hoy un exclusivo carácter popular. El alborozo del
pueblo se ha impuesto sobre el rito católico y ya nadie extraña, como extrañé yo, que durante la mis a del gallo no se interrumpieran las parrandas.
A las cuatro de la mañana hizo su entrada en la Plaza la carroza
del Carmen: El advenimiento de las Pascuas; y media hora después, la de San Salvador: Alegoría de Primavera. Una y otra van precedidas de vistosas luces de Bengala, y en una y otra figuran bellísimas muchachas, ricamente ataviadas, de acuerdo con el motivo alegórico de cada carroza. El autor de la primera es Gullermo Duyos Valdés; el de la segunda, Mariano Seiglie. El pueblo aclama a la carroza de sus simpatías. Las muchachas las abandonan, después que han sido situadas en una esquina de sus respectivos barrios. La plaza está más abarrotada de público que en momento alguno.
Se suceden los desfiles de la faroleria y los juegos de faroles para estos finales de las parrandas y lo mismo procuran con sus fuegos.
Le toca ahora al Carmen. Su fuego, de combinaciones bellísimas, no pudo superar en tiempo al de San Salvado: no alcanzó los diez minutos de duración.
Terminaron las parrandas. Son las siete de la mañana. Pero el público no tiene prisa en retirarse. Lo hace lentamente, después de haber ratificado ponderativamente cada carmelita y sansarice que su barrio ha sido el triunfador Comentando el último fuego, los últimos proclaman su indiscutible victoria; mientras los primeros sostienen que el fuego de San Salvador duró más tiempo, pero que el Carmen tiró más voladores y de efectos más lucidos. Se oye una marcha fúnebre. Y otra; postreros tributos de cada barrio a su contrario vencido.
A las ocho de la mañana Enrique Serpa y yo, con los presidentes y grupos de simpatizantes de los dos barrios, celebramos el triunfo de ambos, el triunfo de las parrandas, el triunfo de Remedios, en la barra de La Tertulia.
Indago el costo total de la fiesta. Se me contesta que alrededor de mil quinientos pesos cada barrio. Los trabajos de plaza importan de ciento cincuenta a doscientos, cincuenta pesos por barrio; las carrozas, unos trescientos pesos; el resto es el importe de los fuegos y farolas.
Juicio sintético de la fiesta: espectáculo bellísimo, pintoresco, entretenido, en el cual una tras otra, las doce horas de duración no se sienten correr; de proyecciones turísticas insospechables; de refinado arte, tanto mas relevante, dado su carácter cultural, difícilmente superable por artistas profesionales, en los que se refiere a las carrozas, trabajos de plaza y faroles.
Ejemplaridad: jamás las parrandas han dado motivo a disgusto ni riñas. Un remediano me apunta: La armonía y cordialidad de las parrandas han influido en la vida política remediana, no registrándose, ni aun durante las campañas electorales, hecho de sangre alguno.
Solo una observación: ¿Por qué no se cantan, durante la celebración de las parrandas, las viejas décimas y las modernas que se improvisaran, de cada barrio?
Post scriptum. Coterráneos: no me perderé las parrandas de la próxima Nochebuena. ¡Vivan sansarices y carmelitas! Y ¡viva nuestro Remedios!
Artículo histórico costumbrista publicado en la revista Carteles, 5 de marzo de 1944.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.