«A cumplir un deber y al propio tiempo a gozar de cierta expansión espiritual en aquel oasis de recuerdos imborrables».
En mi artículo anterior sobre el Rincón Martiano, recientemente inaugurado en los restos de las antiguas canteras de San Lázaro, en esta capital, donde sufrieron Martí y otros patriotas cubanos los horrores del presidio político colonial, sólo me referí a cuanto de laudable y grato tuvo aquel acto cívico. Rememoré las iniciativas para lograr la conservación de esas reliquias históricas; las vicisitudes que tuvo el proyecto a través de los años y su espléndida culminación el 10 de abril último, con la asistencia del señor presidente de la República y demás autoridades nacionales, muchos martianos y numeroso público. Aludí a las oportunas palabras encendidas de fervoroso amor a la memoria de Martí y demás mártires de la patria que pronunció el Presidente. Nuestro huésped el renombrado biógrafo Emil Ludwig, asistente al acto, ponderó en artículo aparecido en el periódico El Mundo el cuadro ofrecido por el pueblo, «que nunca olvidaré: en medio del barullo del verdadero pueblo, entre centenares de seres humanos blancos, mulatos y negros, en medio de los trajes elegantes y las camisas abiertas de abigarrados colores, de los obreros, se detuvo el automóvil del Presidente, apenas con escolta militar, sin cordón policiaco, de una manera tan popular, como no seria posible en ninguna democracia de Europa», y aun de casi todas las «democracias» de América, agregaría yo.
Recogió también Ludwig otro «instante sorprendente»: el momento en que fué repartido al pueblo el folleto, editado para ese acto, con la breve historia del Rincón Martiano y la reimpresión del formidable trabajo del Apóstol El Presidio Político en Cuba. «Ahora—contempla—se alzan cien brazos, oscuros y blancos, brazos frágiles de jóvenes muchachas y velludos brazos fuertes de obreros». Esos cien brazos le parecieron «los millones de brazos del pueblo cubano. No se extienden en busca de pan, sino de espíritu. La alegría del pueblo—y la gran mayoría era pueblo y no elemento intelectual—por los documentos de su héroe me pareció una prueba y esperanza de la sed de cultura de esta joven república».
Muy cierto todo ello. Pero es sólo el anverso de una medalla que tiene, también su reverso de irrelevancia al Apóstol, de incivilidad, de malcriadez, de grosería y de ausencia total de la noción del bien público. Y tanto más grave, cuanto que no es un caso aislado ni un mal esporádico, sino fenómeno reiteradamente observado en nuestro ajiaco social, como certeramente califica el doctor Fernando Ortiz la heterogeneidad de elementos integrantes de la nación cubana, y que se manifiesta lo mismo en las clases acomodadas y en la llamada alta sociedad, que en las clases menesterosas.
El redactor político de El Mundo, Raoul Alfonso Gonsé, que sabe matizar sus informaciones con agudas notas de sociólogo y de costumbrista, dedicó un artículo a uno de los aspectos de esa irreverencia y malcriadez por mi apuntada. Aclara que no fué al acto como periodista, sino representando a la Asociación Nacional de Hijos de Veteranos de la Independencia, y «a cumplir un deber y al propio tiempo a gozar de cierta expansión espiritual en aquel oasis de recuerdos imborrables».
Pero tuvo la desgracia «que la política menuda nos persiga con sus poco edificantes aristas».
?Cuáles fueron esos «gestos irreverentes» que observó él, y yo también, y fue por ambos comentado en el momento en que se producían?
«En plena ceremonia —comenta Alfonso Gonsé—, con una falta de respeto y de patriotismo sin igual, vimos a varias personas acercarse al presidente Batista pretendiendo entregarle cartas conteniendo posiblemente peticiones, que el líder del movimiento septembrino remitía con cortesía a los ayudantes que le acompañaban».
Califica el hecho no sólo de «poco elegante», sino también de «irreverencia cuando de un acto patriótico se trata». Y lo da a conocer y censura «como contribución a que los hechos no se repitan y en cumplimiento también del deber que impone a todo descendiente de veterano reclamar el mas cumplido respeto para el recuerdo de los mártires de la patria».
Muy oportuna y muy merecida la critica.
Bien sé que no es muy fácil llegar hasta el jefe del Estado como también conozco que el 99 por ciento de las peticiones de audiencia al Presidente no tienen más finalidad que demandar destinos, beneficios o tratar de asuntos particulares y es muy raro que se ofrezcan al Gobierno ideas, proyectos, sugerencias de provecho colectivo o nacional, y que a lo mejor, estos «románticos», si piden la audiencia, nunca les es concedida.
No me parece muy censurable que se aproveche un acto político para estos menesteres utilitarios; y no me atrevería a celebrar que en esa misma inauguración del Rincón Martiano se le hubiese tratado al Presidente de algún asunto relacionado con Martí, por ejemplo, su monumento en la llamada meseta de los Catalanes «congelado» en esa refrigeradora en que se ha convertido la Comisión Central Pro Monumento; o sobre Maceo, verbi gratia, la edición completa de su epistolario y documentos oficiales, que de no acometerse en seguida, será imposible terminarla para el 14 de junio del próximo año, centenario de su nacimiento…
Recogió también Ludwig otro «instante sorprendente»: el momento en que fué repartido al pueblo el folleto, editado para ese acto, con la breve historia del Rincón Martiano y la reimpresión del formidable trabajo del Apóstol El Presidio Político en Cuba. «Ahora—contempla—se alzan cien brazos, oscuros y blancos, brazos frágiles de jóvenes muchachas y velludos brazos fuertes de obreros». Esos cien brazos le parecieron «los millones de brazos del pueblo cubano. No se extienden en busca de pan, sino de espíritu. La alegría del pueblo—y la gran mayoría era pueblo y no elemento intelectual—por los documentos de su héroe me pareció una prueba y esperanza de la sed de cultura de esta joven república».
Muy cierto todo ello. Pero es sólo el anverso de una medalla que tiene, también su reverso de irrelevancia al Apóstol, de incivilidad, de malcriadez, de grosería y de ausencia total de la noción del bien público. Y tanto más grave, cuanto que no es un caso aislado ni un mal esporádico, sino fenómeno reiteradamente observado en nuestro ajiaco social, como certeramente califica el doctor Fernando Ortiz la heterogeneidad de elementos integrantes de la nación cubana, y que se manifiesta lo mismo en las clases acomodadas y en la llamada alta sociedad, que en las clases menesterosas.
El redactor político de El Mundo, Raoul Alfonso Gonsé, que sabe matizar sus informaciones con agudas notas de sociólogo y de costumbrista, dedicó un artículo a uno de los aspectos de esa irreverencia y malcriadez por mi apuntada. Aclara que no fué al acto como periodista, sino representando a la Asociación Nacional de Hijos de Veteranos de la Independencia, y «a cumplir un deber y al propio tiempo a gozar de cierta expansión espiritual en aquel oasis de recuerdos imborrables».
Pero tuvo la desgracia «que la política menuda nos persiga con sus poco edificantes aristas».
?Cuáles fueron esos «gestos irreverentes» que observó él, y yo también, y fue por ambos comentado en el momento en que se producían?
«En plena ceremonia —comenta Alfonso Gonsé—, con una falta de respeto y de patriotismo sin igual, vimos a varias personas acercarse al presidente Batista pretendiendo entregarle cartas conteniendo posiblemente peticiones, que el líder del movimiento septembrino remitía con cortesía a los ayudantes que le acompañaban».
Califica el hecho no sólo de «poco elegante», sino también de «irreverencia cuando de un acto patriótico se trata». Y lo da a conocer y censura «como contribución a que los hechos no se repitan y en cumplimiento también del deber que impone a todo descendiente de veterano reclamar el mas cumplido respeto para el recuerdo de los mártires de la patria».
Muy oportuna y muy merecida la critica.
Bien sé que no es muy fácil llegar hasta el jefe del Estado como también conozco que el 99 por ciento de las peticiones de audiencia al Presidente no tienen más finalidad que demandar destinos, beneficios o tratar de asuntos particulares y es muy raro que se ofrezcan al Gobierno ideas, proyectos, sugerencias de provecho colectivo o nacional, y que a lo mejor, estos «románticos», si piden la audiencia, nunca les es concedida.
No me parece muy censurable que se aproveche un acto político para estos menesteres utilitarios; y no me atrevería a celebrar que en esa misma inauguración del Rincón Martiano se le hubiese tratado al Presidente de algún asunto relacionado con Martí, por ejemplo, su monumento en la llamada meseta de los Catalanes «congelado» en esa refrigeradora en que se ha convertido la Comisión Central Pro Monumento; o sobre Maceo, verbi gratia, la edición completa de su epistolario y documentos oficiales, que de no acometerse en seguida, será imposible terminarla para el 14 de junio del próximo año, centenario de su nacimiento…
Pero no tienen excusa ni explicación algunas esas peticiones particulares en la inauguración del Rincón Martiano y constituyen en efecto una irreverencia a la memoria venerable del Apóstol Martí. Alfonso Gonsé se refiere únicamente a las peticiones que trataron de entregarle al Presidente, pero yo contemplé otros cuadros tan poco edificantes como aquél: las demandas verbales de puestos o solución de asuntos personales, hechas a muchos ministros, especialmente por mujeres, que con la mas refinada coquetería de sus maquillados rostros y apretujados cuerpos, habían ido allí exclusivamente a tratar de sus asuntos privados.
—Mira, ahí está Fulano; vamos a fajarle—oí decir a dos de estas damas, apenas divisaron al señor ministro de...antes de comenzar el acto. Y comprobé que después que hablaron con él sobre los destinos que ambas tenían solicitados, se marcharon del lugar, sin esperar la ceremonia de la inauguración, ni visitar siquiera el Rincón Martiano.
A estas y otras pobres criaturas, Martí no les interesaba en lo más mínimo. Para él y para todo lo patriótico y noble, tenían seco el corazón y vacío el cerebro. Eran animalitos a los que el instinto llevaba al sitio donde creían encontrar buen pasto.
Porque es cierto y significativo— aclaro—que entre estos peticionarios irreverentes no descubrí hombres o mujeres de los que por su aspecto general o indumentaria pudieran ser clasificados como pertenecientes a las clases pobres o trabajadoras.
El reverso de la medalla tiene otras máculas, que voy a presentar.
Ya en varios trabajos de esta misma revista me he referido a la plaga que azota nuestra República, en forma más pavorosa aun que hace 114 años cuando José Antonio Saco escribió su celebérrima Memoria sobre la Vagancia en la Isla de Cuba, de vagos consuetudinarios, parásitos de la sociedad y explotadores, casi siempre, de infelices mujeres—_madre, esposa, compañera, hermanas, hijas y hasta abuela—_sin más oficio que el juego, las drogas, la picada y la inversión sexual; que colman parques y plazas, las esquinas de las calles y especialmente los centenares de billares que infectan nuestra capital y las poblaciones todas de la República y constituyen los máximos templos de la vagancia contemporánea, en los que no falta la vidriera de billetes y boletos de caridad, camufladora de juegos ilícitos y de venta de cigarrillos de mariguana y otros estupefacientes.
Pues bien, un nutrido batallón de esta plaga de vagos profesionales invadió el Rincón Martiano el día de su inauguración, se situó en lo alto de las canteras y desde allí se recreó escupiendo a los asistentes al acto, al extremo de que fué necesario apostar policías para poner coto a esa salvajada; pisotearon los canteros, destruyeron o arrancaron las plantas y amenazaron con la continuación de esos desmanes.
«—Ya tenemos en que distraernos»—comentaron varios de estos zanguangos, señalando para las farolas y tubos de luz fluorescente que fueron instalados en el Rincón.
Y los folletos en que fue reeditado El Presidio Político en Cuba, de Martí, y que arrebataron esas cien manos a que se referia Ludwig, fueron muchos de ellos vendidos inmediatamente en unos centavos por zangolotinos analfabetos, sin hojear si quiera sus páginas.
Esa ausencia de toda noción del bien público es otro grave vicio criollo, cuyas raíces coloniales y prerrepublicanas he estudiado antes de ahora en las presentes páginas. La utilizacion personal es destruido despiadadamente. Así, nuestros parques ofrecen el espectáculo bochornoso de placeres arrasados por un vendaval; las estatuas son pintarrajeadas o rotas, lo bancos mutilados y hasta arrancadas las losas del pavimento.
Los árboles de paseos y carreteras se talan para vender sus troncos y ramas a panaderías, restaurantes, etc., o para hornos de carbón, habiendo sido necesario, según en otro trabajo detallaré, que el Ministerio de Agricultura, por iniciativa de los altos funcionarios del mismo señores Isaac del Corral y Mario Guiral Moreno, dictase recientemente un decreto en el que se reglamenta la conservación y defensa del arbolado público.
No cabe duda que a facilitar y multiplicar estos vandalismos contribuye el abandono oficial sobre la atención y el cuidado de parques, paseos y carreteras y la falta de vigilancia en los mismos. También es justo reconocer que la escasez de lugares públicos de esparcimiento para niños y adultos, propicia las congestiones y hasta provoca la destrucción de lo que por todos debía ser respetado porque a todos pertenece. No puede ser negado, por último, que se registra en nuestro pueblo el anhelo, cada vez más intenso, de superación educativa y cultural, que se traduce en creación de bibliotecas, demanda de libros, organización de cursos y conferencias, en contraste con la contumaz despreocupación oficial por estas urgencias civilizadoras y democráticas.
Pero estas luces no disipan aquel las sombras; y estas virtudes no destruyen aquellos vicios.
Nuestra generación se inclina lamentablemente hacia la frivolidad, el descreimiento patriótico, la incivilidad, la malcriadez, la grosería.
Y por sobre todo es síntoma de relajación ciudadana, con amenazadoras consecuencias para el futuro, el incremento alcanzado por la vagancia y sus secuelas inevitables del juego y las drogas.
¿Remedios para curar esos males? Transformación de nuestro caduco, injusto y discriminador régimen económico; extinción del analfabetismo y facilidades para el trabajo de toda la población cubana. En cuanto al vago profesional, que no debe ser confundido con el desocupado accidental, se imponen medidas enérgicas y rápidas, que comiencen por atacar las fuentes o los elementos que mantienen y propagan la vagancia.
Si se da contracandela pronto a esos males y vicios, no será necesario, como ahora ha de hacerse forzosamente, cercar con altas verjas el Rincón Martiano, y podrá crecer fragante, sin las presentes mutilaciones, la enredadera de rosas blancas sembrada al pie de la magnífica interpretación escultórica que de Martí ha hecho para su Rincón nuestro artista Ramos Blanco.
—Mira, ahí está Fulano; vamos a fajarle—oí decir a dos de estas damas, apenas divisaron al señor ministro de...antes de comenzar el acto. Y comprobé que después que hablaron con él sobre los destinos que ambas tenían solicitados, se marcharon del lugar, sin esperar la ceremonia de la inauguración, ni visitar siquiera el Rincón Martiano.
A estas y otras pobres criaturas, Martí no les interesaba en lo más mínimo. Para él y para todo lo patriótico y noble, tenían seco el corazón y vacío el cerebro. Eran animalitos a los que el instinto llevaba al sitio donde creían encontrar buen pasto.
Porque es cierto y significativo— aclaro—que entre estos peticionarios irreverentes no descubrí hombres o mujeres de los que por su aspecto general o indumentaria pudieran ser clasificados como pertenecientes a las clases pobres o trabajadoras.
El reverso de la medalla tiene otras máculas, que voy a presentar.
Ya en varios trabajos de esta misma revista me he referido a la plaga que azota nuestra República, en forma más pavorosa aun que hace 114 años cuando José Antonio Saco escribió su celebérrima Memoria sobre la Vagancia en la Isla de Cuba, de vagos consuetudinarios, parásitos de la sociedad y explotadores, casi siempre, de infelices mujeres—_madre, esposa, compañera, hermanas, hijas y hasta abuela—_sin más oficio que el juego, las drogas, la picada y la inversión sexual; que colman parques y plazas, las esquinas de las calles y especialmente los centenares de billares que infectan nuestra capital y las poblaciones todas de la República y constituyen los máximos templos de la vagancia contemporánea, en los que no falta la vidriera de billetes y boletos de caridad, camufladora de juegos ilícitos y de venta de cigarrillos de mariguana y otros estupefacientes.
Pues bien, un nutrido batallón de esta plaga de vagos profesionales invadió el Rincón Martiano el día de su inauguración, se situó en lo alto de las canteras y desde allí se recreó escupiendo a los asistentes al acto, al extremo de que fué necesario apostar policías para poner coto a esa salvajada; pisotearon los canteros, destruyeron o arrancaron las plantas y amenazaron con la continuación de esos desmanes.
«—Ya tenemos en que distraernos»—comentaron varios de estos zanguangos, señalando para las farolas y tubos de luz fluorescente que fueron instalados en el Rincón.
Y los folletos en que fue reeditado El Presidio Político en Cuba, de Martí, y que arrebataron esas cien manos a que se referia Ludwig, fueron muchos de ellos vendidos inmediatamente en unos centavos por zangolotinos analfabetos, sin hojear si quiera sus páginas.
Esa ausencia de toda noción del bien público es otro grave vicio criollo, cuyas raíces coloniales y prerrepublicanas he estudiado antes de ahora en las presentes páginas. La utilizacion personal es destruido despiadadamente. Así, nuestros parques ofrecen el espectáculo bochornoso de placeres arrasados por un vendaval; las estatuas son pintarrajeadas o rotas, lo bancos mutilados y hasta arrancadas las losas del pavimento.
Los árboles de paseos y carreteras se talan para vender sus troncos y ramas a panaderías, restaurantes, etc., o para hornos de carbón, habiendo sido necesario, según en otro trabajo detallaré, que el Ministerio de Agricultura, por iniciativa de los altos funcionarios del mismo señores Isaac del Corral y Mario Guiral Moreno, dictase recientemente un decreto en el que se reglamenta la conservación y defensa del arbolado público.
No cabe duda que a facilitar y multiplicar estos vandalismos contribuye el abandono oficial sobre la atención y el cuidado de parques, paseos y carreteras y la falta de vigilancia en los mismos. También es justo reconocer que la escasez de lugares públicos de esparcimiento para niños y adultos, propicia las congestiones y hasta provoca la destrucción de lo que por todos debía ser respetado porque a todos pertenece. No puede ser negado, por último, que se registra en nuestro pueblo el anhelo, cada vez más intenso, de superación educativa y cultural, que se traduce en creación de bibliotecas, demanda de libros, organización de cursos y conferencias, en contraste con la contumaz despreocupación oficial por estas urgencias civilizadoras y democráticas.
Pero estas luces no disipan aquel las sombras; y estas virtudes no destruyen aquellos vicios.
Nuestra generación se inclina lamentablemente hacia la frivolidad, el descreimiento patriótico, la incivilidad, la malcriadez, la grosería.
Y por sobre todo es síntoma de relajación ciudadana, con amenazadoras consecuencias para el futuro, el incremento alcanzado por la vagancia y sus secuelas inevitables del juego y las drogas.
¿Remedios para curar esos males? Transformación de nuestro caduco, injusto y discriminador régimen económico; extinción del analfabetismo y facilidades para el trabajo de toda la población cubana. En cuanto al vago profesional, que no debe ser confundido con el desocupado accidental, se imponen medidas enérgicas y rápidas, que comiencen por atacar las fuentes o los elementos que mantienen y propagan la vagancia.
Si se da contracandela pronto a esos males y vicios, no será necesario, como ahora ha de hacerse forzosamente, cercar con altas verjas el Rincón Martiano, y podrá crecer fragante, sin las presentes mutilaciones, la enredadera de rosas blancas sembrada al pie de la magnífica interpretación escultórica que de Martí ha hecho para su Rincón nuestro artista Ramos Blanco.
Artículo histórico costumbrista publicado en la revista Carteles, 21 de mayo de 1944.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.