Las rutas de la historia condujeron al atesoramiento en el Museo de la Ciudad de tres retratos originales, que le tomara el célebre fotógrafo Nadar a otras personalidades de la cultura europea del siglo XIX.
Hombre de alma bohemia y emprendedora, Nadar gozó de un gran renombre en el París decimonónico de los tiempos de Napoleón III, pero alcanzó la cima de su fecunda carrera como fotógrafo en las décadas de los 60 y 70.
En la Fototeca del Palacio de los Capitanes Generales, extraviadas entre las numerosas fotos de familias cubanas que allí se atesoran, se descubrieron retratos originales tomados por el célebre fotógrafo Nadar a tres personalidades de la cultura europea: el compositor italiano Joaquín A. Rossini, la novelista George Sand y el poeta Alfonso Lamartine, estos dos últimos de origen francés al igual que Nadar.
Este maestro del lente poseyó una sensibilidad sui generis para captar la psicología de sus retratados, así como un talento inusual para emplear los escasos recursos técnicos del nuevo invento de Niepce.
Acosado por las dificultades económicas, se vio obligado a abandonar tempranamente la profesión de periodista. Un escritor amigo, Eugène Chavett, lo entusiasma entonces a comprar una cámara oscura. Así comienza en 1850 a incursionar en el retrato fotográfico con un éxito que ni él mismo imaginaba. Retrató a los personajes más famosos de su época, muchos de ellos pertenecientes a su círculo amistoso o con quienes compartía una identidad espiritual común. Su fin era usar las imágenes para una colección de caricaturas que publicaría con el título de Pantheon Nadar, y de las que hizo una primera tirada en 1854.
Hombre de alma bohemia y emprendedora, en su largo deambular como caricaturista, ilustrador y periodista, Nadar gozó de un gran renombre en el París decimonónico de los tiempos de Napoleón III, pero alcanzó la cima de su fecunda carrera como fotógrafo en las décadas de los sesenta y setenta.
Un tanto anulados por la notoriedad del francés, otros fotógrafos también prestigiaron la profesión en diferentes rincones del mundo en la época del colodión y la albúmina. En Europa y América se recuerdan, por ejemplo, a Le Gray, Carjat, Julia Margaret Cameron, Laurent, Hebert, Adams, M. Mora (este último cubano, importante retratista de Nueva York). Especialmente de Cuba, merecen tributo los connotados Esteban Mestre, Francisco Serrano, José Martínez...
El atelier de Nadar, situado en la parisina avenida de Saint Lazare, era tan frecuentado, que los cocheros llamaban a esa calle Saint Nadar.
Personalidades mundialmente ilustres como Balzac, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Julio Verne, Baudelaire, George Sand, Rossini, Banville, Nerval, Sandeau, Michelet, Delacroix, Mickiewicz, Lamartine, Bakunin, Sarah Bernardt... fueron registradas por el lente del experimentado fotógrafo, quien supo como nadie imprimir en sus retratos la genuina cualidad físico-psíquica de sus prominentes modelos.
Para ello era perfecto el formato de visita, introducido por el destacado fotógrafo comercial Disdéri en 1854, ya que su pequeño tamaño permitía colocar el retrato en un sobre y enviarlo a cualquier parte del planeta.
En París, los clichés de celebridades hechos por Nadar eran reproducidos continuamente y vendidos a precios populares en su estudio. De esta manera, figuras internacionales de la literatura, la música, el arte y las ciencias fueron conocidas en muchos países al circular sus retratos como presente a familiares y amigos.
Pocos ejemplares han sobrevivido al deterioro de los años y la indolencia humana, entre ellos los tres que se hallaron entremezclados con fotografías de parientes en el viejo álbum de una familia cubana, conservado en el Museo de la Ciudad.
Los fotografiados posaron alrededor de 1860. Sus retratos están impresos en papel albuminado y pegados en un soporte de cartulina dura, formato carta de visita. Llevan plasmados en letra roja, tanto en el anverso como en el reverso, la inconfundible firma del artista francés y otros datos de su taller.
Hacia las postrimerías del siglo XIX, la prensa nombró a Nadar «Decano de la fotografía francesa», reconociendo su entrega a la profesión y los numerosos aportes que le hizo: entre ellos, la aplicación de la fotografía para hacer revelaciones planimétricas y de operaciones estratégicas desde el aire, así como el uso de la luz artificial para las tomas.
Este maestro del lente poseyó una sensibilidad sui generis para captar la psicología de sus retratados, así como un talento inusual para emplear los escasos recursos técnicos del nuevo invento de Niepce.
Acosado por las dificultades económicas, se vio obligado a abandonar tempranamente la profesión de periodista. Un escritor amigo, Eugène Chavett, lo entusiasma entonces a comprar una cámara oscura. Así comienza en 1850 a incursionar en el retrato fotográfico con un éxito que ni él mismo imaginaba. Retrató a los personajes más famosos de su época, muchos de ellos pertenecientes a su círculo amistoso o con quienes compartía una identidad espiritual común. Su fin era usar las imágenes para una colección de caricaturas que publicaría con el título de Pantheon Nadar, y de las que hizo una primera tirada en 1854.
Hombre de alma bohemia y emprendedora, en su largo deambular como caricaturista, ilustrador y periodista, Nadar gozó de un gran renombre en el París decimonónico de los tiempos de Napoleón III, pero alcanzó la cima de su fecunda carrera como fotógrafo en las décadas de los sesenta y setenta.
Un tanto anulados por la notoriedad del francés, otros fotógrafos también prestigiaron la profesión en diferentes rincones del mundo en la época del colodión y la albúmina. En Europa y América se recuerdan, por ejemplo, a Le Gray, Carjat, Julia Margaret Cameron, Laurent, Hebert, Adams, M. Mora (este último cubano, importante retratista de Nueva York). Especialmente de Cuba, merecen tributo los connotados Esteban Mestre, Francisco Serrano, José Martínez...
El atelier de Nadar, situado en la parisina avenida de Saint Lazare, era tan frecuentado, que los cocheros llamaban a esa calle Saint Nadar.
Personalidades mundialmente ilustres como Balzac, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Julio Verne, Baudelaire, George Sand, Rossini, Banville, Nerval, Sandeau, Michelet, Delacroix, Mickiewicz, Lamartine, Bakunin, Sarah Bernardt... fueron registradas por el lente del experimentado fotógrafo, quien supo como nadie imprimir en sus retratos la genuina cualidad físico-psíquica de sus prominentes modelos.
Para ello era perfecto el formato de visita, introducido por el destacado fotógrafo comercial Disdéri en 1854, ya que su pequeño tamaño permitía colocar el retrato en un sobre y enviarlo a cualquier parte del planeta.
En París, los clichés de celebridades hechos por Nadar eran reproducidos continuamente y vendidos a precios populares en su estudio. De esta manera, figuras internacionales de la literatura, la música, el arte y las ciencias fueron conocidas en muchos países al circular sus retratos como presente a familiares y amigos.
Pocos ejemplares han sobrevivido al deterioro de los años y la indolencia humana, entre ellos los tres que se hallaron entremezclados con fotografías de parientes en el viejo álbum de una familia cubana, conservado en el Museo de la Ciudad.
Los fotografiados posaron alrededor de 1860. Sus retratos están impresos en papel albuminado y pegados en un soporte de cartulina dura, formato carta de visita. Llevan plasmados en letra roja, tanto en el anverso como en el reverso, la inconfundible firma del artista francés y otros datos de su taller.
Hacia las postrimerías del siglo XIX, la prensa nombró a Nadar «Decano de la fotografía francesa», reconociendo su entrega a la profesión y los numerosos aportes que le hizo: entre ellos, la aplicación de la fotografía para hacer revelaciones planimétricas y de operaciones estratégicas desde el aire, así como el uso de la luz artificial para las tomas.