Aunque atrayentes por ser objetos para el esparcimiento, las barajas devienen –además– elementos culturales activos capaces de reflejar la historia, costumbres, geografía... tal como evidencia la exhibición del Museo de Naipes sito en una de las esquinas de la Plaza Vieja.
Fotografías, postres de cine, pancartas publicitarias, reproducciones de pinturas y grabados... complementan la muestra que exhibe el Museo de Naipes ubicado en la Plaza Vieja.
Se ha dicho que los juegos de naipes se encuentran entre el ajedrez, paradigma del más puro raciocinio, y los dados, juguetes de la fortuna. Sin embargo, sus orígenes se pierden en los pasillos oscuros de la historia, y tan sólo inseguras hipótesis se atreven a conjeturar que surgieron de la evolución de algunos juegos del Lejano Oriente trasladados a Occidente.
Pero lo que sí puede afirmarse es que escasean divertimentos tan difundidos por el mundo y que cuenten con tantos fanáticos o simples adeptos, fascinados por la posibilidad de poder –a la vez– ejercitar la inteligencia y tantear suerte.
Bastaría para comprobarlo una visita al Museo de Naipes Marqués de Prado Ameno, ubicado en una de las esquinas de la emblemática y colonial Plaza Vieja del Centro Histórico de la Habana.
Colocadas en marcos sobre atractivos paneles verticales de exposición, allí se encuentran barajas pertenecientes a las más disímiles culturas y países, demostrándonos la universalidad y arraigo del juego de cartas en sus distintas vertientes: española, inglesa, de póker, o las adivinatorias conocidas como tarots.
La muestra incluye naipes fabricados por hábiles artesanos de Rusia y Japón; cartas que enseñan los modos de vestir en las distintas regiones españolas, junto a otras que caricaturizan a estrellas de Hollywood como Sean Connery y Robin Williams, y a personalidades históricas del rango de Hitler y Roosevelt.
Están también aquellas realizadas por un preso para combatir el hastío, y otras con rutilantes diseños generados por respetables artistas, dibujadas o grabadas a relieve, en composiciones abstractas o realistas, realizadas con fines publicitarios, humorísticos, eróticos, e incluso de promoción cultural como las que enseñan el arte moderno de Paul Klee, Kandinsky y Miró, o los desnudos artísticos de grandes maestros como Rubens, Caravaggio y Velázquez.
Se destruye así la visión limitada de las barajas como simples cartulinas dedicadas al esparcimiento, para entenderlas como elementos culturales activos capaces de reflejar la historia, las costumbres, la geografía, el arte y hasta el humor de cada pueblo.
Contribuye a complementar y reforzar esta impresión la presencia de fotografías, postres de cine, pancartas publicitarias, reproducciones de pinturas y grabados, publicaciones literarias y vitolas de tabaco, en los que los juegos de naipes aparecen como motivo central. Con el patrocinio de la española Fundación Diego de Sagredo –institución afiliada a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, que destaca por su actividad en el fomento del arte y la cultura–, este singular museo ha venido a sumarse a las loables iniciativas emprendidas por la Oficina del Historiador de la Ciudad en su empeño por rescatar y reanimar el patrimonio histórico.
Sin dudas, nadie debería dejar de acudir a este extraordinario lugar donde, como reza en el catálogo de la exhibición, se aprende a «mirar las barajas como algo con alma, que te transporta a otros mundos, a otras culturas y que te enseñará y te divertirá si eres capaz de comprenderlas y amarlas».
Pero lo que sí puede afirmarse es que escasean divertimentos tan difundidos por el mundo y que cuenten con tantos fanáticos o simples adeptos, fascinados por la posibilidad de poder –a la vez– ejercitar la inteligencia y tantear suerte.
Bastaría para comprobarlo una visita al Museo de Naipes Marqués de Prado Ameno, ubicado en una de las esquinas de la emblemática y colonial Plaza Vieja del Centro Histórico de la Habana.
Colocadas en marcos sobre atractivos paneles verticales de exposición, allí se encuentran barajas pertenecientes a las más disímiles culturas y países, demostrándonos la universalidad y arraigo del juego de cartas en sus distintas vertientes: española, inglesa, de póker, o las adivinatorias conocidas como tarots.
La muestra incluye naipes fabricados por hábiles artesanos de Rusia y Japón; cartas que enseñan los modos de vestir en las distintas regiones españolas, junto a otras que caricaturizan a estrellas de Hollywood como Sean Connery y Robin Williams, y a personalidades históricas del rango de Hitler y Roosevelt.
Están también aquellas realizadas por un preso para combatir el hastío, y otras con rutilantes diseños generados por respetables artistas, dibujadas o grabadas a relieve, en composiciones abstractas o realistas, realizadas con fines publicitarios, humorísticos, eróticos, e incluso de promoción cultural como las que enseñan el arte moderno de Paul Klee, Kandinsky y Miró, o los desnudos artísticos de grandes maestros como Rubens, Caravaggio y Velázquez.
Se destruye así la visión limitada de las barajas como simples cartulinas dedicadas al esparcimiento, para entenderlas como elementos culturales activos capaces de reflejar la historia, las costumbres, la geografía, el arte y hasta el humor de cada pueblo.
Contribuye a complementar y reforzar esta impresión la presencia de fotografías, postres de cine, pancartas publicitarias, reproducciones de pinturas y grabados, publicaciones literarias y vitolas de tabaco, en los que los juegos de naipes aparecen como motivo central. Con el patrocinio de la española Fundación Diego de Sagredo –institución afiliada a la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, que destaca por su actividad en el fomento del arte y la cultura–, este singular museo ha venido a sumarse a las loables iniciativas emprendidas por la Oficina del Historiador de la Ciudad en su empeño por rescatar y reanimar el patrimonio histórico.
Sin dudas, nadie debería dejar de acudir a este extraordinario lugar donde, como reza en el catálogo de la exhibición, se aprende a «mirar las barajas como algo con alma, que te transporta a otros mundos, a otras culturas y que te enseñará y te divertirá si eres capaz de comprenderlas y amarlas».