Con su más reciente exposición personal «Dime con quien andas...», que se exhibe en el Museo del Ron Havana Club (Avenida del Puerto) hasta el 30 de septiembre, el pintor Roberto González nos lleva de la mano a una encrucijada de metáforas.
En los 12 cuadros que conforman esta exposición, Roberto González «no trata pues de representar la cotidianidad, sino de reflexionar sobre su esencia», afirma Manuel Fernández en el catálogo de la muestra.
Si partimos del exergo tomado de una frase de Malevich, llegamos a la definición exacta del arte conceptual. Ese mismo arte que Roberto González (Ciudad de La Habana, 1972), quiere poner a nuestra consideración cuando toma como motivo para su muestra el famoso refrán que encabeza estas líneas y sus personajes principales son… zapatos, demostrándonos, de una particular manera, un encuentro con nosotros mismos, el cómo somos en este tiempo de ahora, la postura asumida ante la vida.
Roberto, indudablemente es muy joven para ser un filósofo, sin embargo tiene su modo esencial para ver las cosas y lo hace retozando con la realidad. Con una realidad que, no por repetida en lapsos diferentes, deja de ser válida. Lo hace con mecanismos «postmodernistas» que convierten una idea en imagen y ésta se vale de personajes para legalizar su mensaje en una suerte de retroalimentación entre la forma y el contenido. Aunque sus orígenes artísticos tienen poco que ver con la labor que realiza (era diseñador gráfico), su propuesta es consecuencia de una larga meditación sobre el diseño de nuestras vidas y ahora el escritor es el que usa metáforas.
Su modo de hacer lo incluye dentro del canon establecido por el profesor Bermúdez: los «postmedievalistas», controvertido epíteto que no es objeto de este somero estudio. Al observar las obras que compendian la muestra, podemos definirla como una suerte de híbrido heredado de los señores Gerónimo Bosh, El Bosco (1450-1516) y Pedro Pablo Rubens (1577-1690), por el típico uso de los personajes, así como de los claro-oscuros, dentro de la óptica de la luz. Esto puede afirmarse a partir de la nitidez que reflejan las imágenes plasmadas en cada tela, escenario vital en que se mueven todos los personajes que —a su vez— nos transmiten la idea, lo que nos hace volver al escarceo de la retroalimentación, ahora entre artista y espectador.
Sin embargo, él no permite que olvidemos sus orígenes accesorios. Nacido en un barrio humilde de la Habana Vieja, hace resaltar esa marginalidad como blasón de nuestra identidad, lo cual —aunque está presente en casi todas las obras— resalta en La Conga, donde los personajes alegóricos de los diferentes estratos de la sociedad —desde la bailarina de ballet clásico a los protagonistas del gran artista exponente del costumbrismo Víctor Patricio de Landaluze— se mueven sobre, o alrededor, de una «cutara» —la simbólica chancleta de palo—, metáfora del manido calificativo del sincretismo cultural que identifica nuestras raíces. Ese característico quehacer es el que, independientemente de la forma utilizada, nos reconstruye —¿o pudiéramos decir deconstruye?— el mensaje. Situación apreciable en la obra representativa del título de la exhibición «Dime con quien andas…» y en el óleo Pa´comer y pa´llevar, siendo revelador que, en ambas, aparece el artista como un personaje más. Asimismo ocurre en Pagadores de Promesas, donde San Lázaro interactúa con una bota de yeso, cargada de otros personajes del medioevo.
Imagen y texto se compendian en una metáfora —¿otra más?— para hacernos ver la alegoría existente entre idea-imagen-personaje-texto, metáfora que nos traslada directamente a insertarnos dentro del tropo poético de la plástica. La obra entonces cobra una dimensión que hace hincapié en un tiempo subjetivo, su tiempo. El acto cotidiano es eyectado de la simple acción habitual para convertirlo en un ritual de una exclusiva belleza. No trata pues de representar la cotidianidad, sino de reflexionar sobre su esencia.
Roberto es un artista muy joven. Aún tiene un largo camino que andar, pero disfruta muchas cosas a su favor. Es consciente de que sólo el trabajo le permitirá despegar su sombra de la pared y sobre todo, de lo que esta época nos exige. Hablar de obras de arte en nuestros días es algo discutible. Él prefiere interdialogar con el espectador.
«El artista que desea desarrollar su arte más allá de sus posibilidades pictóricas está forzado a utilizar la teoría y la lógica».
Malevich.
Malevich.
Dime con quien andas… (2004). Óleo sobre lienzo (100 x 90 cm). |
Roberto, indudablemente es muy joven para ser un filósofo, sin embargo tiene su modo esencial para ver las cosas y lo hace retozando con la realidad. Con una realidad que, no por repetida en lapsos diferentes, deja de ser válida. Lo hace con mecanismos «postmodernistas» que convierten una idea en imagen y ésta se vale de personajes para legalizar su mensaje en una suerte de retroalimentación entre la forma y el contenido. Aunque sus orígenes artísticos tienen poco que ver con la labor que realiza (era diseñador gráfico), su propuesta es consecuencia de una larga meditación sobre el diseño de nuestras vidas y ahora el escritor es el que usa metáforas.
Su modo de hacer lo incluye dentro del canon establecido por el profesor Bermúdez: los «postmedievalistas», controvertido epíteto que no es objeto de este somero estudio. Al observar las obras que compendian la muestra, podemos definirla como una suerte de híbrido heredado de los señores Gerónimo Bosh, El Bosco (1450-1516) y Pedro Pablo Rubens (1577-1690), por el típico uso de los personajes, así como de los claro-oscuros, dentro de la óptica de la luz. Esto puede afirmarse a partir de la nitidez que reflejan las imágenes plasmadas en cada tela, escenario vital en que se mueven todos los personajes que —a su vez— nos transmiten la idea, lo que nos hace volver al escarceo de la retroalimentación, ahora entre artista y espectador.
Sin embargo, él no permite que olvidemos sus orígenes accesorios. Nacido en un barrio humilde de la Habana Vieja, hace resaltar esa marginalidad como blasón de nuestra identidad, lo cual —aunque está presente en casi todas las obras— resalta en La Conga, donde los personajes alegóricos de los diferentes estratos de la sociedad —desde la bailarina de ballet clásico a los protagonistas del gran artista exponente del costumbrismo Víctor Patricio de Landaluze— se mueven sobre, o alrededor, de una «cutara» —la simbólica chancleta de palo—, metáfora del manido calificativo del sincretismo cultural que identifica nuestras raíces. Ese característico quehacer es el que, independientemente de la forma utilizada, nos reconstruye —¿o pudiéramos decir deconstruye?— el mensaje. Situación apreciable en la obra representativa del título de la exhibición «Dime con quien andas…» y en el óleo Pa´comer y pa´llevar, siendo revelador que, en ambas, aparece el artista como un personaje más. Asimismo ocurre en Pagadores de Promesas, donde San Lázaro interactúa con una bota de yeso, cargada de otros personajes del medioevo.
Imagen y texto se compendian en una metáfora —¿otra más?— para hacernos ver la alegoría existente entre idea-imagen-personaje-texto, metáfora que nos traslada directamente a insertarnos dentro del tropo poético de la plástica. La obra entonces cobra una dimensión que hace hincapié en un tiempo subjetivo, su tiempo. El acto cotidiano es eyectado de la simple acción habitual para convertirlo en un ritual de una exclusiva belleza. No trata pues de representar la cotidianidad, sino de reflexionar sobre su esencia.
Roberto es un artista muy joven. Aún tiene un largo camino que andar, pero disfruta muchas cosas a su favor. Es consciente de que sólo el trabajo le permitirá despegar su sombra de la pared y sobre todo, de lo que esta época nos exige. Hablar de obras de arte en nuestros días es algo discutible. Él prefiere interdialogar con el espectador.