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Muchos pudimos apreciar la exposición «Recitación en el elogio a una Reina», de Carlos Leandro Suárez Crespo (Calé) que, conformada por 16 obras, estuvo abierta apenas diez días, en el estudio de Carlos Guzmán, en los altos del inmueble ubicado en la esquina de las calles Oficios y Obispo.

Calé ha plasmado toda una cadena de asociaciones que apelan en ocasiones a la metáfora, mientras en otras, se empecina en poner a prueba nuestra capacidad de discernimiento.

Insitación al vuelo (2010). Acrílico sobre lienzo y madera. Dimensiones variables.

Cuando se escribe de un artista que labora en Santiago de Cuba —aunque haya nacido en Manzanillo—, no queda otra opción que recalcar las particularidades del desarrollo del arte de esta ciudad desde sus inicios hasta nuestros días. La curadora Janet Ortiz, en sus palabras para una exposición del artista, señalaba que esta ciudad estaba «signada por una tradición cultural y pictórica muy peculiares»(1). Estoy plenamente de acuerdo con este criterio ya esto quiero añadir que las considero además únicas, ya que ninguna otra población del país presenta características similares.
Hace algunos años en un artículo aparecido en la revista Revolución y Cultura, exponía mis criterios sobre este tema, después de visitar en reiteradas ocasiones la entonces capital de la provincia de Oriente para reunirme con los artistas, investigar en los precarios archivos existentes, así como para realizar las imprescindibles visitas al Museo Bacardí donde se encuentra depositada la única colección importante de arte santiaguero existente en Cuba. Estas pesquisas rindieron algunos resultados, ya que se aclararon informaciones desvirtuadas en algunos casos, o intocadas, en otros. Por aquellos años de la década del 70, se investigaba con intensidad el pasado colonial de Santiago, pero apenas se mostraba interés por lo que había ocurrido durante el siglo veinte. El motivo estaba a la vista, pero casi nadie estaba dispuesto a tocar la llaga. Se trataba de una situación provocada —entre diversos factores históricos, sociales, geográficos— por la hegemonía absoluta que ejercieron dos respetables maestros del arte santiaguero: José Joaquín Tejada y José Hernández Giro quienes mantuvieron a buen resguardo cualquier intento de contaminación del «arte santiaguero» con las tendencias renovadoras que, desde mediados de la década del veinte, hablan permeado el arte de la capital.
Aunque parezca innecesaria esta introducción, considero imprescindible recordar el tortuoso camino atravesado por varias generaciones de artistas de esta región oriental, donde todavía, en los años setenta del siglo pasado, algunos consideraban que el aislamiento informativo y cultural era la mejor suerte que pudo ocurrirles con la finalidad de alcanzar un arte autóctono, caribeño, santiaguero… Toda esta situación creó cierto desfasaje que ha dejado secuelas hasta la actualidad.
Carlos Leandro Suárez Crespo, Calé, auténtico artista del siglo XXI, graduado en el 2004 no de la Escuela Provincial de Arte José Joaquín Tejada, sino del Instituto Pedagógico, puede ser considerado representante de la última generación de pintores santiagueros. El proceso recorrido por su pintura apenas se puede enmarcar en una década, pero el joven artista ha transitado con seguridad por un medio que no le ofreció muchas oportunidades para poder evaluar sus avances ni el desarrollo alcanzado. Pocos eventos, salvo los Salones 30 de Noviembre (2) y de Arte Religioso (3), y espacios inadecuados en la mayoría de los casos, hacen de la ciudad un lugar donde la «competencia» se diluye y convierte a La Habana en una meca anhelada para los artistas. De hecho, Calé ha realizado dos exposiciones personales en la capital, una en la sede de la revista Revolución y Cultura y la otra, en el Hotel Ambos Mundos. Gracias a estas incursiones hacia occidente, hemos podido seguirle los pasos de cerca a pesar de la distancia.
En la primera, «Problema azul, sin dueño», se notaba cierta falta de intenciones claras, propio de quien se inicia sin la necesaria orientación y sin contar con puntos de referencia. Sin embargo, de algo estábamos convencidos cuando salimos de esta exposición, en la Galería Espacio Abierto en abril de 2008: encontrábamos un artista que se tomaba en serio el «oficio» en todos los sentidos Nada parecía indicar, ya desde entonces, que hubiera contraído la «fiebre caribeña». Todo lo contrario, sus telas, casi monocromas podían conducir hacia una pista escandinava en cuanto a revelar la nacionalidad del autor. Como reparo podíamos señalar la aglomeración, por momentos, indiscriminada, y a veces, surrealista, de cubiertos de mesa en las más increíbles situaciones posiciones; intrigaba y, lo peor, desconcertaba, ya que la intención quedaba encriptada para la mayoría de los espectadores. Había en aquellas piezas una belleza innegable pero... algo faltaba.
En su segunda incursión habanera, esta vez en la galería del emblemático hotel Ambos Mundos, recuerdo que cuando subía las escaleras y vi los cuadros de lejos, pensé que iba al encuentro de más de lo mismo. Sin embargo, no fue así. Al acercarme a la piezas, observé que Calé había encontrado con el conjunto de Mundos para-lelos, la forma de deshacerse de las tentaciones esteticistas tan en boga en la actualidad que buscan sobre todo agradar al «cliente» poco exigente cuando se trata de elegir una «obra de arte» que sea bonita y barata, aunque no buena. Luego, al leer el texto del catálogo, estuvimos de acuerdo con Janet Ortiz por segunda vez cuando nos advertía lo siguiente: «Calé ha evolucionado ejercitando su talento y habilidades en la búsqueda incesante de un lenguaje que lo identifique» (4). Ahí precisamente residía la diferencia entre la primera y la segunda muestra del pintor. En esta oportunidad, Calé comenzaba a revelar con claridad su verdadera relación con la pintura, en particular, y con el arte en general. Las ideas no pueden, no deben, dejarse a la casualidad, el artista es un ser pensante, no un chimpancé, tampoco la cola en movimiento de un caballo embadurnado de pintura, de espaldas a un lienzo.
Ahora, en esta exposición personal, «Recitación en elogio a una Reina», nos entrega un producto mucho más elaborado y homogéneo en cuanto al formato y la temática. Rompe, en esta ocasión, con el tradicional bastidor rectangular cuadrado para transmutarlo en una silueta sugestiva que nos remite a una simplificación de la imagen de la Caridad del Cobre patrona de Cuba. Sobre este soporte sui generis, Calé ha plasmado toda una cadena de asociaciones que apelan en ocasiones a la metáfora, mientras en otras, se empecina en poner a prueba nuestra capacidad de discernimiento. Ante estos nuevos cuadros de Calé no queda otra alternativa que entrar en el juego y llegar hasta el final; ni otro camino que seguir esta recitación de peticiones promesas y anhelos, según nos ha expresado el pintor. Arte ¿místico? ¿religioso? ¿conceptual?. Seguramente las próximas obras de Calé darán respuesta a estas interrogantes. Todavía es demasiado pronto para exigirle tanto.

José Veigas Zamora
Crítico de arte

Arriba: Momentos en que la curadora Janet Ortiz (al centro) deja inaugurada la exposición del pintor Carlos Leandro Suárez Crespo, Calé, (derecha). A la izquierda el pintor Carlos Guzmán. Abajo: A la derecha Schola Cantorum Coralina que, bajo la dirección de la maestra Alina Orraca, interpretó —entre otas piezas— dos versiones del Ave María. A la izquierda: Sísifo II (2010). Acrílico sobre lienzo y madera. Dimensiones variables.