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Creador del primer cartel alegórico a la Cinemateca de Cuba, Rafael Morante (Madrid, 1931) nos acerca a su labor como diseñador, sobre todo a la época en que realizó varios carteles para el cine en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

Durante y después de la Guerra Civil Española, muchos exiliados, víctimas del régimen franquista, arriban a tierras cubanas. Una nueva generación de niños y jóvenes es llevada por sus padres lejos de su suelo natal a un país extraño que luego asimilaron como propio. Muchos de ellos crecieron e hicieron su vida profesional en Cuba, contribuyendo de manera efectiva al desarrollo de su historia y cultura. Rafael Morante Boyerizo es uno de ellos.

Diseñador y escritor, nació el 8 de mayo de 1931, en Madrid. A Cuba llega junto a su familia en 1940, huyendo de la represión franquista, pues su padre, José Morante Jiménez, participó en la defensa de la República contra el levantamiento armado liderado por Francisco Franco.
«Esos recuerdos forman parte de todo mi quehacer», rememora al hablar sobre su labor, que incluye no solo la creación de cerca de 400 carteles para el cine, sino también las novelas Amor más acá de las estrellas (Premio David de Ciencia Ficción, UNEAC, 1984) y Desterrado en el tiempo; las historietas Alona, Los otros y 2031, así como varios poemas.

¿A pesar de su amor a la música, sus dotes de escritor, de su talento para el dibujo y la historieta, qué lo impulsó a ingresar precisamente a la Escuela de Publicidad de La Habana, en 1958?

Era lo más lógico. Yo había comenzado a trabajar en publicidad en el año 1956, lo que fue mi salvación. Durante seis años hice trabajos de oficina de acuerdo a lo que, al fin y al cabo, había estudiado: Comercio. Pero un día descubrí que tenía buena mano para el dibujo y tuve la oportunidad de poder entrar al mundo de la publicidad: interesante, productivo y competitivo. Creo que tuve mucha suerte. Fue así como entré en la Escuela de Publicidad.

Y su vínculo con el cine, ¿cuándo comenzó?

A partir de 1961, en el departamento de diseño del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), realizando carteles para filmes cubanos y extranjeros, así como para eventos y programas de la Cinemateca de Cuba. Fui uno de los primeros cartelistas que tuvo el ICAIC. En esa época colaboré también con el departamento de dibujos animados y diseñé cinco números de la revista Cine Cubano, que causaron gran impacto por su modernidad y atractivo visual.


¿El cartel de cine lo escogió a usted o fue usted quien lo eligió a él?

Lo uno y lo otro, fue amor a primera vista.

Cartel de la Cinemateca de Cuba (1961) Fotografía tratada.

En el ICAIC, sus primeros trabajos fueron para las películas La aventura, de Michelangelo Antonioni y Moderato Cantabile de Peter Brook. En ambos casos conservó un estilo que partía del uso de escenas congeladas de los filmes. Sin embargo, en su tercera película, Hazañas de un oficial de información, dio un vuelco total , para iniciar la búsqueda de lo que sería su propio estilo. ¿Qué lo inspiró a dar este paso?


Como te dije anteriormente, yo venía de la publicidad. Sin embargo donde me sentía más cómodo era cuando podía dibujar. Veía muchas revistas ilustradas; a través de ellas conocí a muchos dibujantes, ilustradores que eran verdaderos iconos. Yo también quería ilustrar y comencé a hacer mis propias historias. Eso me permitió desarrollar estilos —más de uno— y crear mis propias técnicas para representar lo que quería. En la publicidad comercial eso es difícil pues es un medio con parámetros de los cuales es muy difícil escaparse. De modo que cuando llegué al ICAIC y me enfrenté al cartel de cine, descubrí un nuevo mundo.
Ese tercer cartel que mencionas fue una ruptura con lo que había visto hasta ese momento. En mi anecdotario particular incluyo el hecho de que, cuando el cartel salió a la calle, mucha gente —mis amigos en primer lugar— se sintieron «estafados», porque la película era horrenda. Lo cierto es que yo había hecho el cartel sin haber visto la película antes. De todos modos aquella experiencia sirvió para que nunca más hiciera un trabajo para el cine o el diseño de un libro sin antes haber visto la película o leído el libro.

Usted trabajó en el ICAIC en una época privilegiada, de mucha importancia para el desarrollo del cartel en Cuba. Presumo debe tener innumerables anécdotas del período.


¡De todo tipo, forma, color y tamaño! Estaba al salir un documental muy importante, Muerte al invasor, de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), y como de costumbre también saldría el cartel correspondiente. Un día viene a verme Eladio Rivadulla, quien era el principal impresor de los carteles del ICAIC, y me dice: «lo siento, no hay papel». Había que encontrar una salida que en aquel momento parecía casi insoluble. Nos pusimos a pensar cómo hacer, hasta que finalmente apareció una solución que, con el paso del tiempo, comprendimos era casi una genialidad. Se compraron periódicos de la semana anterior, y ese fue el soporte que usamos para imprimir el cartel, que se hizo dejando parte del papel impreso como parte integrante del diseño. El resultado fue algo inesperado pero interesante. Cada uno de los 500 carteles era el mismo y al mismo tiempo diferente, porque mientras que en uno se vislumbraba una página dedicada a los deportes, en otro se destacaban los obituarios o las noticias de última hora.


Uno de sus más recientes trabajos fue el diseño de una serie de carteles para filmes de todos los tiempos, publicados en la revista española arg coleccionistas de cine.  ¿Cómo resultó esa experiencia?


Reveladora. Sirvió, en primer lugar, para redescubrirme. También fue importante para que conociera de lleno las nuevas tecnologías, a las cuales llegué un poco tarde. Fue en ese enfrentamiento cuando comprendí que todo cuanto había hecho me servía para entender y llegar a manejar ese aparato tan raro que en aquel momento era para mí la computadora. También comprendí lo importante que es tener destreza al trabajar con lápiz.


Izquierda: Spartacus (2005) técnica mixta. Derecha: Alona (1980) Plaka.


¿Ha calculado cuántos carteles para películas ha realizado? ¿Clasificaría alguno como su preferido o mejor logrado?


En total debo haber hecho cerca de 400. Sí, algunos como es lógico, son más felices y logrados que otros. De la primera etapa te diría que El acorazado Potemkin, Madre Juana de los Ángeles y Muerte al invasor; de esta segunda etapa, Éxtasis, Roma ciudad abierta y La vergüenza.


Con la fundación del ICAIC y al menos en sus dos primeras décadas, los nuevos afiches revolucionaron la historia del cartel cubano de cine, y figuras como Eduardo Muñoz Bachs, Eladio Rivadulla, Antonio Fernández Reboiro, René Azcuy, Raúl Martínez, entre otros, fueron algunas de las que dejaron una huella inexpugnable en el siglo XX. ¿Qué siente ahora que ha comenzado una nueva centuria, que ha quedado atrás aquella época de gloria, ahora que es usted uno de los pocos que queda con vida, con la enorme responsabilidad de no hacernos olvidar cuan memorable fue el fruto de esos creadores?


En realidad me siento igual que en aquella época, con unas ganas enormes de seguir trabajando, que para mí es seguir experimentando, crear, mantenerme al día, con ese valor añadido que es la experiencia que dan los años y el dominio de nuevas técnicas. Siento, y creo que es lo más importante, tener una conciencia muy clara de que todo aquello sirve para hacer que otros, los más jóvenes, se nutran de ese bagaje que tanto trabajo y placer nos dio.

Yadira Calzadilla Riveira es graduada
del Diplomado de Diseño gráfico
organizado por la Universidad del Norte
Santo Tomás de Aquino, Argentina,
y el Centro Fray Bartolomé de las Casas,
Parroquia San Juan de Letrán.