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Ocho lienzos de mediano y gran formatos integraron la muestra «Impermanencia», de Alberto Hernández Reyes que versa sobre el carácter voluble e inasible de los fenómenos naturales, sobre su constante mutabilidad.

De la observación de esta exposición nos llevamos dos tiempos: el propio de la voluntad paisajista de Hernández Reyes y el no menos mudable de nuestro cotidiano de vida. La geografía puede ser también una transfiguración de la sociedad; el cambio de tiempo, de las pasiones humanas, bien lo sabían los románticos.


Desde finales del siglo XX, el paisaje cubano muestra un amplio espectro de motivaciones estéticas. La razón, quizás, haya que buscarla en el afán de sus cultores más activados al cambio por encontrar nuevos derroteros de expresión dentro del género o, al menos, distanciarse del verdor que lo ha acompañado como una sombra inevitable, cuya evidente erosión les hace cada vez más difícil decir algo diferente de lo que ya dijeron los maestros.
En este empeño, los referentes por los que apuestan ciertos jóvenes paisajistas del patio se cualifican a partir de su distanciamiento del paisaje más tradicional, en tanto estrategia de codificación visual con la cual propiciarse zonas más dadas a la introspección y la subjetividad, cuando no a la ambivalencia.
En esta línea se presenta la exposición «Impermanencia», de Alberto Hernández Reyes. El título en sí es ya un preámbulo a la tierra mudable en que nos introduce esa poética, por momentos, de cierto sesgo ilustrativo, cuando no escenográfico. Por ella transitamos como por los entre telones de un drama inacabado, cuya anagnórisis parece anticipárnosla la actual crisis del medio ambiente, entre muchas otras. Su descripción del paisaje —pocos paisajistas pueden abstenerse a ello— es evanescente. En él la mirada va hasta los límites de la ficción. Sus campos se visibilizan bajo el apartado de una luz de atisbos y cambios atmosféricos. En ciertos fragmentos cromáticos se siente la impronta de Turner, en particular, al difuminar la luz de cara al color, de tonos terrosos y grises. La socorrida bruma o el accidente geográfico insólito, tan probable de aceptar en los dominios del mundo natural como en los de la imaginación, irisan la visión, activándola a favor de la propuesta del artista.
De la observación de esta exposición nos llevamos dos tiempos: el propio de la voluntad paisajista de Hernández Reyes y el no menos mudable de nuestro cotidiano de vida. La geografía puede ser también una transfiguración de la sociedad; el cambio de tiempo, de las pasiones humanas, bien lo sabían los románticos. A fin de cuentas, somos Naturaleza: planta, árbol, animal; pero, sobre todo, humanos. Un asidero más, tal vez, para ver otras dimensiones posibles de una realidad que se desdobla a todo lo alto y ancho del lienzo… y de la vida, con el dable propósito de mostrarnos el paisaje otro de los sentimientos.

Obra superior izquierda Montañas (2011). Óleo sobre lienzo (140 x 98 cm). Obra superior derecha: Impermanencia VI (2011). Óleo sobre lienzo (60 x 80 cm). Debajo: Alberto Hernández Reyes (La Habana, 1976). Graduado de Doctor en Medicina en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana. De formación autodidacta, ha realizado exposiciones personales y participado en varias colectivas, entre las que destaca el II Salón Nacional de Paisaje Víctor Manuel, celebrado en el otrora convento de San Francisco de Asís, en 2005. Obras suyas también han ilustrado portadas de libros y discos compactos.

 

Jorge R. Bermúdez
Profesor y crítico de arte