Con fragmentos de vidrio, Rosa María ha reanimado el espíritu de medios puntos, mamparas, lámparas o vitrales coloniales que rendían sus últimos destellos bajo los escombros de la Habana Vieja.
A esta orfebre del vidrio se deben varios de los vitrales restaurados en la Habana Vieja, muchos de los cuales recrean figuras que definen el universo de la fauna y la flora cubanas, peces, libélulas, pulpos, cisnes, lirios, el folclor, la poesía...
Fascinada por una expresión artística que había desaparecido del panorama cubano desde las décadas del 40 y 50, Rosa María de la Terga (La Habana, 1935) perteneció al gremio de artistas que –junto al pintor René Portocarrero– devolvieron a la ciudad su caleidoscopio de luz, extraviado en cada vitral colonial que rendía sus últimos destellos bajo los escombros de la Habana Vieja.
Hoy, después de 30 años de una intensa y apasionada vida consagrada a revivir la tradición perdida, Rosa María expresa con gozo: «Considero que he colmado mis aspiraciones..., he realizado obras que perdurarán cuando pase el tiempo. Estoy feliz de haber participado en ellas...» Entre sus más gratos recuerdos están aquellas lecciones recibidas del maestro italiano Nino Mastelari, en el taller que la propia Celia Sánchez alentara, y donde Rosa María realizó sus primeros experimentos.
En sus ojos trasluce la misma ternura que, desde el inicio, ha reanimado el espíritu de cada medio punto, mampara, lámpara... por ella creada con fragmentos de vidrio.
Trabajando sin tregua, se le ve entre papeles, instrumentos de medición, láminas de vidrio, diamantes y recortes de plomo. Junto a ella, comparte su faena diaria en un equipo integrado por jóvenes –algunos parte de su reducida familia– hechizados también por la magia del vidrio.
Desde temprano en la mañana, el alma de los antiguos orfebres del cristal encarna en sus cuerpos; se transporta a la casita de Playa donde Rosa María sueña el enrevesado mundo de sus figuras. Es así que, tras un largo recorrido por las habilidosas manos del creador, los vitrales llegan a alcanzar una armonía perfecta.
La obra de Rosa María recrea motivos diversos, siendo recurrentes aquellas figuras que definen el universo de la fauna y la flora cubanas. Peces, libélulas, pulpos, cisnes, lirios..., llevados de la mano de la artista, atraviesan un rico abanico cromático, donde los colores tropicales –entre tantos otros– dominan el amplio espectro de tonalidades.
Ahora, la ciudad es más que un motivo en su quehacer artístico, de ella parte, en ella se inspira; su ánima y memoria desbordan cada una de sus creaciones. «Yo estoy enamorada de la Habana Vieja..., sin ella no tendríamos nada más que enseñar, excepto el mar, porque ciudades como La Habana no abundan», afirma Rosa María, quien participó en la restauración de la vitralería del Museo de la Ciudad y de la antigua farmacia de la calle Obispo en la etapa del renacimiento del Centro Histórico.
De ahí que los trabajos de esta singular creadora no se simplifiquen a la reproducción de elementos de la naturaleza cubana. En sus obras está implícito el folclor, la poesía y la historia de Cuba. Fue así que, en la decoración de una de sus hermosas mamparas, Rosa María empleó una serie de viñetas de cajas de tabaco en que figuraban imágenes de mujeres cubanas.
Rosa María de la Terga ha colaborado en múltiples proyectos con destacados artistas cubanos, como son Flora Fong, Raúl Martínez, Gallardo, Félix Beltrán, Pedro Pablo Oliva, Servando Cabrera y Nelson Domínguez, quien ha diseñado los vitrales que se colocarán en la restaurada iglesia de San Francisco de Paula cuyas obras se hayan en fase de terminación. Rosa María, además, ha confeccionado algunos a partir de obras de Amelia Peláez y otros reconocidos pintores cubanos. Sus obras le han hecho merecer el reconocimiento de instituciones cubanas, y de quienes valoran el virtuosismo de sus preciosas creaciones. Muchos de sus vitrales se hayan en colecciones privadas y colectivas de Canadá, México, Venezuela, Suecia, Aruba y España. En esta última, específicamente en Galicia, impartió clases sobre el arte de la vitralería y fundó un taller en compañía de Héctor Martínez Calá.
Hoy, después de 30 años de una intensa y apasionada vida consagrada a revivir la tradición perdida, Rosa María expresa con gozo: «Considero que he colmado mis aspiraciones..., he realizado obras que perdurarán cuando pase el tiempo. Estoy feliz de haber participado en ellas...» Entre sus más gratos recuerdos están aquellas lecciones recibidas del maestro italiano Nino Mastelari, en el taller que la propia Celia Sánchez alentara, y donde Rosa María realizó sus primeros experimentos.
En sus ojos trasluce la misma ternura que, desde el inicio, ha reanimado el espíritu de cada medio punto, mampara, lámpara... por ella creada con fragmentos de vidrio.
Trabajando sin tregua, se le ve entre papeles, instrumentos de medición, láminas de vidrio, diamantes y recortes de plomo. Junto a ella, comparte su faena diaria en un equipo integrado por jóvenes –algunos parte de su reducida familia– hechizados también por la magia del vidrio.
Desde temprano en la mañana, el alma de los antiguos orfebres del cristal encarna en sus cuerpos; se transporta a la casita de Playa donde Rosa María sueña el enrevesado mundo de sus figuras. Es así que, tras un largo recorrido por las habilidosas manos del creador, los vitrales llegan a alcanzar una armonía perfecta.
La obra de Rosa María recrea motivos diversos, siendo recurrentes aquellas figuras que definen el universo de la fauna y la flora cubanas. Peces, libélulas, pulpos, cisnes, lirios..., llevados de la mano de la artista, atraviesan un rico abanico cromático, donde los colores tropicales –entre tantos otros– dominan el amplio espectro de tonalidades.
Ahora, la ciudad es más que un motivo en su quehacer artístico, de ella parte, en ella se inspira; su ánima y memoria desbordan cada una de sus creaciones. «Yo estoy enamorada de la Habana Vieja..., sin ella no tendríamos nada más que enseñar, excepto el mar, porque ciudades como La Habana no abundan», afirma Rosa María, quien participó en la restauración de la vitralería del Museo de la Ciudad y de la antigua farmacia de la calle Obispo en la etapa del renacimiento del Centro Histórico.
De ahí que los trabajos de esta singular creadora no se simplifiquen a la reproducción de elementos de la naturaleza cubana. En sus obras está implícito el folclor, la poesía y la historia de Cuba. Fue así que, en la decoración de una de sus hermosas mamparas, Rosa María empleó una serie de viñetas de cajas de tabaco en que figuraban imágenes de mujeres cubanas.
Rosa María de la Terga ha colaborado en múltiples proyectos con destacados artistas cubanos, como son Flora Fong, Raúl Martínez, Gallardo, Félix Beltrán, Pedro Pablo Oliva, Servando Cabrera y Nelson Domínguez, quien ha diseñado los vitrales que se colocarán en la restaurada iglesia de San Francisco de Paula cuyas obras se hayan en fase de terminación. Rosa María, además, ha confeccionado algunos a partir de obras de Amelia Peláez y otros reconocidos pintores cubanos. Sus obras le han hecho merecer el reconocimiento de instituciones cubanas, y de quienes valoran el virtuosismo de sus preciosas creaciones. Muchos de sus vitrales se hayan en colecciones privadas y colectivas de Canadá, México, Venezuela, Suecia, Aruba y España. En esta última, específicamente en Galicia, impartió clases sobre el arte de la vitralería y fundó un taller en compañía de Héctor Martínez Calá.