El criollo, aun el de más miserable posición económica, tiene delirio de animales, y no porque los atienda o se identifique con ellos francamente, sino por pimería o por snobismo y bohíos y palacetes, calles, plazas, patios y azoteas, se hallan plagados de perros y gatos, trasmisores, además de la rabia, de numerosas enfermedades.
Cuando las costumbres de los animales irracionales llegan a influir de tal modo en la vida de sus hermanos, los racionales, que transforman o modifican los hábitos de éstos, o les ocasionan males, daños y perturbaciones de importancia, no le es posible al costumbrista —y mucho menos a un costumbrista profesional como este Curioso Parlanchín— abstenerse de analizar y estudiar aquéllas.
Así me ocurre con la mala costumbre que tienen en los días presentes los perros criollos de morder a hombres, mujeres y niños, y la no menos perniciosa costumbre padecida por éstos, de dejarse morder con demasiada frecuencia por sus grandes y buenos amigos cuadrúpedos.
Pero lo grave entre nosotros no es que los perros muerdan a los humanos y los humanos se dejen morder por los perros, sino que esas mordidas son casi siempre rabiosas, o sea de gravedad máxima para los bípedos mordidos. Y mucho mas grave aún resulta la incapacidad de los criollos racionales —muy poco racionales en este caso— para poner remedio a la presente epidemia de perros rabiosos mordedores.
Con estas breves pero contundentes aclaraciones creo haber demostrado a mis lectores que no me meto en camisa de once varas al tratar ahora en estas Habladurías un tema que a primera vista pudiera parecer de la exclusiva incumbencia de médicos y veterinarios.
Además, me asiste para hablar de perros rabiosos mordedores una razón poderosísima: que yo también he sido mordido recientemente por un cariñosísimo, aunque rabiosísimo, amigo y compañero del hambre; mordido, en efecto. Con todas las de la ley, o sea, en uno de los lugares más peligrosos —el antebrazo— y sin duda alguna de que era rabia, y rabia virulenta según los síntomas, investigaciones y análisis del caso la que tenía el perrillo a quien su Guía Divino hizo elegirme a mí para satisfacer la incontenible necesidad que todos los perros rabiosos tienen de morder a sus hermanos, primos y demás parientes, cuadrúpedos y bípedos.
De manera que aunque yo no pueda alardear de hombre de ciencia, pues no soy más que un
simple costumbrista —y nunca, a sabiendas, costumbrista simple— por los motivos antes apuntados he adquirido y poseo profundos, singulares ¡y dolorosos! conocimientos prácticos sobre la rabia y los perros rabiosos.
Y como todo buen costumbrista es en el fondo un benefactor de la humanidad, ya que procura con sus criticas el mejoramiento y la felicidad de sus semejantes, yo voy a poner al servicio de mis lectores los referidos conocimientos rabiáticos, indicando, al mismo tiempo, los remedios para ese gravísimo mal, o sea, como evitar que los perros tengan rabia, que teniéndola muerdan a sus hermanos racionales; y qué deben hacer éstos en el caso fatal de ser mordidos por tales canes.
Empezaré por el final, porque en ese final es en el que estamos viviendo actualmente: enorme abundancia de perros rabiosos en toda la República que abundantemente muerden a los habitantes de la misma, sin reparar si son ciudadanos nativos o naturalizados o extranjeros con carnet o sin él.
La primera medida a tomar hoy en Cuba sobre el particular de que tratamos es no acercarse ni mucho menos tratar de acariciar a ningún perro extraño o poco conocido. Precisamente mi mordida se debió a mis excesivos sentimientos y hábitos franciscanos. Si a pesar de todas las precauciones, o por no tomarlas, te muerde, lector, un perro, no te pongas a averiguar si el perro tenía o no rabia. Inmediatamente dirígete a la clínica en que estés inscripto, y de no estarlo en ninguna, a la casa de socorros o estación de Policía más próximas, a fin de que sin dilación se proceda a la observación del perro en el Negociado de Profilaxis contra la Rabia, de la Secretaría de Sanidad (Avenida Menocal y Llinás), y a la vacunación del paciente, ya en alguna clínica particular, ya en el Instituto de Vacunación Antirrábica (Paseo de Martí 105), frente al Capitolio, que se encuentra bajo la experta dirección del doctor Armando Pascual. (Conste que no ha influido en la elección del lugar la situación estratégica del mismo, pues el referido Instituto se encuentra instalado allí mucho antes de construirse el Capitolio).
Sin esperar el resultado que arroje la observación del perro debe uno empezar a vacunarse, a fin de ganar esos días, por si diere positivo de rabia el examen del can sospechoso.
Así lo hice yo, y por eso estoy con vida Y puedo escribir estas Habladurúas.
He podido observar la existencia de lamentables errores y prejuicios populares sobre las mordidas, la rabia y la vacuna antirrábica. En general, sobre todo en las clases poco ilustradas de nuestra sociedad, se registra marcadísima, aversión contra la vacuna antirrábica, al extremo de afirmar numerosas personas que ellas no se vacunarían nunca, pues es más dañina dicha vacuna que la propia mordedura de un perro rabioso. Muy por el contrario —y soy testigo de mayor excepción— la vacuna antirrábica no produce trastornos apreciables en el organismo; es una sencilla inyección subcutánea en el abdomen que no ocasiona dolor alguno. Puede seguirse la vida normal, recomendándose únicamente la abstención de bebidas alcohólicas y comidas excitantes. Durante los 21 días que concurrí al Instituto de Vacunación Antirrábica, no escuché de los centenares de pacientes que allí se congregaban, quejas ni protestas por los supuestos daños o perjuicios ocasionados por la vacuna, y hasta los niños de pocos años se la dejaban aplicar por las manos sabias del doctor Pascual sin proferir ni siquiera un ¡ay! de dolor o de susto.
Algunas personas consideran, ignorantemente, que para evitar los efectos de la mordedura y librarse de la rabia basta aplicarse en la región lesionada un enérgico cauterio, como por ejemplo, un hierro o una cuchara candentes. Pues bien, estos remedios son absolutamente ineficaces, según la autorizada opinión de los técnicos en la materia, y entre ellas del ya citado doctor Pascual y del doctor Filiberto Ramírez Corría, muy inteligente y capaz laboratorista del Laboratorio Nacional, quien últimamente publicó en estas páginas un interesantísimo trabajo sobre la rabia en Cuba.
Con tan vertiginosa rapidez penetra en el organismo el virus de la rabia que para comprobarlo se le ha inyectado rabia a un conejo en la punta de la oreja, cortándose al mismo tiempo el pedazo afectado: el conejo ha muerto de rabia.
La rabia es la mas terrible de todas las dolencias humanas, por ser tal vez la única hasta hoy totalmente incurable, o dicho en otras palabras, que una vez presentados los síntomas de rabia, no salva a la víctima —racional o irracional— ni el médico chino; pero gracias al maravilloso descubrimiento de ese genio y benefactor de la humanidad que se llamó Luis Pasteur, puede afirmarse que quien mordido por un animal rabioso se aplica a tiempo la vacuna antirrábica; salvará su vida. Pero ha de aplicársela inmediatamente, con constancia y observando las prescripciones facultativas.
Pero no debemos los cubanos conformarnos con la aplicación de la vacuna antirrábica, sino que necesitamos terminar radicalmente con la rabia en Cuba. Y esto, aunque parezca imposible o difícil, es posible y facilísimo, puesto que se ha logrado en otros países especialmente en Inglaterra donde la rabia no existe ya desde hace muchos años.
En Cuba no se ha exterminado la rabia, sino por el contrario, crece de día en día, por abandono, apatía, malacrianza de los particulares y falta del debido enfoque del problema por parte de los gobernantes.
El criollo, aun el de más miserable posición económica, tiene delirio de animales, y no porque los atienda o se identifique con ellos francamente, sino por pimería o por snobismo Y bohíos y palacetes, calles, plazas, patios y azoteas, se hallan plagados de perros y gatos, trasmisores, además de la rabia, de numerosas enfermedades. Se tienen animales por tenerlos, y cuando estorba se lanzan a la calle, lo que también se hace con las crías, convirtiéndose el 80 por ciento de los perros y gatos criollos en animales callejeros. Además, no hay criollo alguno que se someta a la disposición vigente de sacar fuera de su casa los perros con bozal y cadena o correa. Últimamente se ha divulgado mucho y hasta hecho obligatoria la vacuna preventiva a los animales, pero según la opinión de ilustres hombres de ciencia extranjeros y nacionales y entre estos médico tan competente como el doctor Ramírez Corría, dicha vacuna es no sólo ineficaz, sino hasta perjudicial como método preventivo antirrábico.
¿Qué hacer, pues?
¿Como acabar con la rabia en Cuba?
Pues, tomen nota nuestros Altos Poderes Gobernantes, que esta Curioso Parlanchín, por costumbrista, por curioso y por parlanchín, sabe más ciencia práctica de la que ustedes pueden figurarse:
Primero.-Imponer rigurosas penas de varios días a la sombra, o sea encarcelado, sin indulto, amnistía ni condonación, a todo dueño de perros que permita que éste salga de la casa sin bozal. (Desde luego, deben emplearse bozales que faciliten al perro el libre funcionamiento de sus mandíbulas, pero impidiendo las utilice para morder).
Segundo.-Recogida y sacrificio, sin contemplaciones ni privilegios, de todo perro que sea hallado en la calle sin bozal, tenga o no dueño conocido.
Tercero.-Prohibición absoluta de entrada en el territorio nacional de todo perro, aunque sea
traído por algunos de nuestros Altos Poderes Gobernantes, mientras no sufra la cuarentena que indiquen los técnicos en la materia.
Y aplicándose estrictamente —no criollamente— estas tres disposiciones, se extinguirá de manera total la rabia en Cuba.
Para lograrlo en Inglaterra, bastó poner en práctica disposiciones análogas. Y en Inglaterra no existe la rabia.
De manera que si el criollo no quiere rabiar, sabe ya lo que tiene que hacer.
Y si no lo hace, no se queje si rabia, a no ser que le haya cogido el gusto a la rabia por lo mucho que lo han hecho rabiar en todo tiempo nuestros políticos y autoridades y los hacen rabiar hoy en día nuestros Altos Poderes Gobernantes. ¡Esos si que tienen rabia!
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964