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 Acerca de otro de los recursos que ha creado la viveza criolla, para vivir fácil y regaladamente: los banquetes.

En todos los banquetes, cualquiera que sea su clase o el motivo que lo provoca, el banqueteado no es el personaje central de la ceremonia, sino un pretexto para la misma.

Me pide un lector de mis Habladurías últimas, consagradas a la crítica de los homenajes oficiales guataqueriles a personas vivas, mi opinión de costumbrista sobre lo que él considera otra modalidad de la guataquería criolla: los banquetes.
Muy gustosamente lo complaceré, aunque salga defraudado de mi trabajo, pues, según verá enseguida, ni censuraré los banquetes, ni siquiera los consideraré homenajes, en el estricto sentido de la palabra.
La viveza criolla ha creado numerosos recursos para vivir lo más regaladamente posible, que llenarán de asombro, por l o ingeniosos y originalísimos, a los más grandes inventores o descubridores de todos los tiempos: la botella, el predicar la regeneración, las rifas benéficas, etc., etc. Uno de ellos son los banquetes.
Cuando aparece en los periódicos lanzada la idea de ofrecer un banquete al señor X, por haber sido nombrado para tal puesto, o al doctor Z, por el triufo profesional o científico que acaba de alcanzar, las almas ingenuas verán en ello que se quiere festejar o hacer público reconocimiento de méritos al que se ha hecho acreedor a ello. Lamentable error. Esa idea
lanzada no tiene más propósito que ganarse unos cuentos pesos o hacer méritos para conseguir algún puesto o destino público o privado.
En nuestra capital existen individuos que se han especializado en la organización de banquetes, tomando éstos como medio de vida. Andan siempre a la caza de un sujeto banqueteable que, por su popularidad, amistades, relaciones sociales o políticas, posición que ocupe, favores que le deban o que de él se espere alcanzar, ofrezca garantías suficientes para que el banquete a é1 ofrendado constituya un negocio redondo. Lanzada la idea, estos vivos buscan a unas cuantas personas serias y de representación social, amigos del presunto banqueteado, para que integren el comité organizador. Como es natural, estos señores no pueden negarse, só1o reclaman no ser ellos los que corran con el trabajo material de propaganda, selección del lugar donde se ha de celebrar el banquete, restaurante que lo sirva, etc. Los vivos ofrecen entonces sacrificarse aceptando ocuparse de todos esos trabajos y diligencias, e imponen a su vez una contradicción: que sea tesorero alguno de esos señores respetables, con lo que logren garantía en el resultado de la propaganda y el que unos a otros de los iniciadores no se puedan dar en al suelo. ¿Pero, en donde está pues, la ganancia que van a alcanzar y el negocio que se proponen realizar estos vivos? Muy sencillo y claro. El negocio se hace con el restaurante: se ajusta el precio del cubierto a tanto y se cobra a cuanto más; la diferencia es la ganancia que se repartirán los vivos organizadores del espontáneo homenaje al ilustre prócer X o Z.
En este negocio se ha llegado a1 extremo de organizarse varios individuos, en obsequio propio, un banquete de acuerdo con dos o tres más que lanzan la idea, repartiéndose después, entre los aparentes promotores y los banqueteados, el éxito feliz de la operación económico-comestible.
Se da la adulonería interesada en los casos en que uno o varios sujetos, aspirantes a algún puesto público o posición política, promueven y organizan la celebración de un banquete a determinado político o gobernante. ¿Cómo no se va a resistir éste, después, a satisfacer los deseos o aspiraciones de los que le ofrecieron ese homenaje y contribuyeron a que su nombre fuera loado de manera tan altisonante?
Otras veces son los empleados de alguna oficina particular o pública que le rinden a su jefe el tributo de un banquete. Los lanzadores aspiran, seguramente, y es probable lo consigan, a un ascenso o aumento de sueldo.
Algunos de esos consagrados, estupendos Pachecos que padecemos, le indica a un amigo que le inicie un banquete, tomando por pretexto cualquier detalle o accidente de su carrera: el haberse llevado unas oposiciones escandalosas o publicado un libro duramente criticado, fracasado en la alta dirección de un organismo cultural, tratando, con el banquete, de destruir el mal efecto causado en la opinión por ese triunfo.
En ocasiones, un señor que aspira a ministro, subsecretario u otro puesto importante, para asegurar su nombramiento, haciéndole ver al presidente de la República que goza de generales simpatías, se organiza su banquetico, de acuerdo con varios amigos que esperan sacar su tajada cuando ese popular señor logre ocupar el puesto ambicionado. No es raro, en estos casos, que al banqueteado le cueste dinero su autohomenaje o que a última hora se lo desgracie algún orador espontáneo.
Pertenecen a esta categoría desde el almuerzo campestre, ofrecido en la finca de algún cacique político, hasta el grandioso banquete de propaganda electoral en favor de un partido o un candidato, que se celebra en el teatro Nacional.
Los políticos o gobernantes que desean tener de su parte a los periodistas, suelen ofrecerles estos almuerzos íntimos. Vg.: un representante o senador a los cronistas parlamentarios; un ministro a los repórters que hacen la información de su Ministerio. Se da comida a cambio de bombos.
También suele utilizarse este procedimiento por los aspirantes a cargos electivos, con aquellos que piensa han de ayudarlo en la campaña electoral. Pero éstos no se conforman con comer. Necesitan y exigen algo más metálicamente sonante. Si no se bajan los aspirantes con plata, la comida es completamente inútil.
No es raro que algún comerciante o industrial que abre su tienda ofrezca a los periodistas una comida íntima, que será pagada con el suelto y la fotografía en los periódicos. Sobre estas comidas he oído hacer la siguiente observación: «muy bueno el menú, pero podía mejor haber repartido el importe entre los periodistas asistentes».
Finalmente, existe el gentleman, sportsman o clubman, figura prominente en nuestro smart set, que da una comida o cena a sus amistades, no para obsequiarlas, sino para hacer alarde de su riqueza, o por afán de figurao social o como revancha tomada contra otro personaje del gran mundo al que desea superar en esplendidez o alarde de riqueza y distinción social.
Como habrán podido ver los lectores, no hay un solo caso en que e1 banquete pueda considerarse caso verdadero homenaje, premio al mérito o celebración de triunfos o éxitos felices profesionales, políticos, etc.
En todos los banquetes, cualquiera que sea su clase o el motivo que lo provoca, el banqueteado no es el personaje central de la ceremonia, sino un pretexto para la misma.
En cuanto a los asistentes, tampoco constituyen los banquetes actos en que se manifiesta el libre albedrío, sino por el contrario, el 75 por cient o concurre por compromiso y el 25 por ciento restante ya por el afán de aparecer como persona notable y conspicua, si el banquete se da a alguna personalidad social, política o intelectual, ya por hacer mérito ante el banqueteado o ver que le pueden sacar en plazo más o menos breve.
En cuanto al menú, es muy difícil llamarle comida y bebida a lo que se suele servir en los banquetes. Lo menos malo que en este sentido puede ocurrirle a uno es que no pruebe bocado, porque así únicamente se verá libre de los grandes trastornos de una mala digestión o envenenamiento producidos ya por la mala calidad de los alimentos servidos o la pésima condimentación de los mismos o la falta de aseo de platos, cubiertos y vasos.
Ni siquiera puede abonarse en el haber de los banquetes el que contribuyen al fomento de la sociabilidad, porque generalmente los asistentes son colocados sin hacerse previo estudio de los mismos, produciéndose con ello el que, además de la mala comida, tenga uno que soportar las malas compañías de individuos desconocidos o pesados que, o no hablan, lo cual es una suerte, o dan la lata queriendo ser amables y entonces hay que oír y contestar toda clase de lugares comunes, o preguntas tan tontas como: ¿Qué opina usted de la guerra europea? ¿Se extenderá a América?
¿Por qué - me preguntará el lector después de haber conocido mi opinión sobre los banquetes, no es usted enemigo de ellos?
Pues muy sencillo, l e contestaré. Porque gracias a los banquetes, y siguiendo el sistema de no, adherirme ni asistir a ninguno de ellos, me libro de las picadas, que dan los vivos que los organizan, de las malas digestiones, y, sobre todo, de la tontería de los infinitos tontos que a los mismos asisten y que si no tuvieran los banquetes como desahogo, vendrían a molestarnos en nuestra casa, nuestra oficina, o en el paseo o en el teatro.
¡Que sigan, pues, los banquetes pero que nadie se llame a engaño sobre los mismos después del análisis y estudio que de ellos acabo de hacer!
Resumiendo, diré que entre los grandes convencionalismos o mentiras convencionales que aun subsisten en la sociedad y civilización contemporáneas -matrimonio, lances de honor, academias, etc.- figuren los banquetes como uno de los más arraigados y que gozan de mayor privanza, aunque contra ellos se clame a diario y en todos los tonos.
Lejos de atacarlos, he defendido la necesidad de su subsistencia, no porque a mi me agrade el asistir a ellos, ni considere que puede creerse en su trascendencia y significación como homenajes rendidos a la persona banqueteada, sino porque pienso que son necesarios y útiles, considerados desde los diversos puntos de vista que he expuesto, y porque constituyen una válvula de escape para la tontería y carnerismo humanos, que nos libran de mayores molestias y contrariedades o a l menos nos las amortiguan notablemente.
Los lectores estarán de acuerdo conmigo en que pueden seguir celebrándose, pues los que a ellos asistan no serán llamados a engaño, como hoy no deben llamárselo los que se casan y les va mal en el matrimonio.
Los banquetes pueden ser cualquier cosa, menos homenajes. La más insignificante, la última figura de los banquetes, es e l homenajeado. El número y calidad de los platos y vinos carece de importancia.
El lector; curioso que deseó conocer nuestra opinión sobre los banquetes, está pues, enterado de lo que éstos son, en realidad, y advertido de las ventajas o inconvenientes que puede reportarle asistir a ellos y advertido de las ventajas o inconvenientes que puede reportarle asistir a ellos como comensal -pagano o comparsa- o como banqueteado.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964