En este artículo, el columnista destaca cuán «urgida esta nuestra patria, ahora más que nunca, de que el libro, llegando a todas las manos, pelee brava e incansablemente, contra la aguda incultura interna que padecemos y la barbarie anticultural totalitaria que amenaza a Cuba, a América y al mundo».
Bien ha demostrado el actual ministro de Educación, Ramón Vasconcelos, periodista por sobe toda otra dedicación accidental, que comprende la trascendente función social del libro, al recoger la bandera que dejó este año abandonada la Administración Municipal habanera, después de haber flameado durante tres años a los vientos de la difusión cultural, desde que fue enarbolada en esta ciudad de La Habana, a iniciativa de José Luciano Franco y mía, el año de 1937, en que se celebró la Primera Feria Oficial del Libro.
Franco y yo respondimos inmediatamente ¡presente ! al afectuoso requerimiento que nos hizo el ministro de Educación para colaborar en esta Primera Feria Nacional del Libro por él organizada, porque libres de vanidades y comadreos sólo anhelamos, ayer como hoy, que estas ferias realicen cabalmente, sea cual fuere el organismo oficial o particular que las organice, la función social y cultural que a ellas corresponde.
Urgida esta nuestra patria, ahora más que nunca, de que el libro, llegando a todas las manos, pelee brava e incansablemente, contra la aguda incultura interna que padecemos y la barbarie anticultural totalitaria que amenaza a Cuba, a América y al mundo.
Víctima fue esta tierra, durante los cuatro siglos de dominación española, de la enemiga constante que contra el libro tuvieron los gobernantes metropolitanos, sabedores de que el libro era el arma, formidable por excelencia, que podía abrir brecha en su despotismo explotador. Y los libros fueron prohibidos y anatematizados, lo mismo en el siglo XVI, que ya bien entrado el siglo XIX. Esta lucha a muerte contra el libro representaba, material y simbólicamente, la lucha contra la educación y la cultura populares, contra todo intento de justicia, de progreso, de libertad.
Y los preclaros varones que consagraron sus vidas a la felicidad de Cuba y de los cubanos, tuvieron como objetivo primero de sus nobilísimos empeños la defensa del libro, la fundación y mantenimiento de bibliotecas y de escuelas. Y el acontecimiento extraordinario que fue la toma de La Habana por los ingleses, no sólo nos proporcionó el comercio libre de Cuba con el mundo sino también la entrada en nuestro país de libros, y con ellos de ideas y doctrinas liberales y progresistas, que se reflejaron en el establecimiento de la Sociedad Patriótica, en la aparición del primer periódico literario, el Papel Periódico de La Habana, y en la apertura de la primera biblioteca pública.
Pero es doloroso confesar que la República no plasmó en realidades tangibles los ideales de educación, de cultura, de civilización, que siempre persiguieron los forjadores de nuestra conciencia nacional y los mantenedores y defensores de la libertad y la independencia patrias.
La apatía y la flaqueza cívicas, agudizadas por el espíritu reaccionarista, no extirpado en la que fue y es todavía, por desgracia, colonia superviva; por el desorbitado afán de lucro de politiqueros y desgobernantes, con la patria a la espalda; y por la funestísima falta de fe en la estabilidad republicana; todos esos factores han producido, como secuela inevitable, la inalterabilidad, después de 1902, de la enemiga oficial hacia el libro, que se tradujo también en carencia da escuelas, de bibliotecas y de centros culturales.
Frente a esta actitud negativa, política y gubernamental, con solo muy raras excepciones que registrar, se ha venido manifestando, cada vez más intensa y generalizada, la demanda popular de libros, bibliotecas, escuelas.
En cuantía limitadísima ha sido satisfecho oficialmente el clamor popular por libros, con las publicaciones intermitentes de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación y de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
En cuanto a bibliotecas públicas, se encuentra en camino de viabilización el edificio de la Biblioteca Nacional —corno también lo está el del Archivo Nacional—; pero es a la iniciativa privada de instituciones culturales y cívicas que se debe la fundación de numerosas bibliotecas en todo el territorio nacional.
Demostrando que sentimos hondamente la necesidad de que el libro cumpla su función social, y predicando con el ejemplo, los miembros de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e nternacionales hemos puesto, desde el año 1938, nuestras bibliotecas privadas al servicio público, a través de la Oficina del Historiador de la Ciudad, socializando aquellas en provecho de la difusión de la cultura en nuestro pueblo.
Mucho, muchísimo, queda aún por hacer.
Estas ferias del libro contribuyen poderosamente a despertar el interés popular por el libro, a acercar el libro al pueblo; pero no son suficientes para poner el libro en las manos del pueblo, porque aunque reducidos los precios por los libreros expositores, hay centenares de millares de ciudadanos cuyos recursos económicos no les permiten adquirirlos. Yo he asistido, uno y otro día, al espectáculo que ofrecen, ante las casetas y mesas de exhibición, hombres y mujeres, jóvenes especialmente, contemplando extasiados y desencantados, los libros que se les ofrecen, pero que no pueden comprar. Y con la misma hambre material con que hoy mira el chiquillo callejero, tras las vidrieras de las tiendas o las puertas de los restaurantes y fondas, no ya las golosinas, sino el pedazo de pan, he oído exclamar a estos otros criollos que padecen hambre y sed de libros, de educación y de cultura: «¡quién pudiera disponer de unos quilos para comprar ese libro!».
Mientras allá, en los pueblos, en el monte y en la sabana, la tragedia económica, educativa y cultural de nuestros campesinos alcanza extremos que los habaneros no podemos sospechar, colocado como se halla el guajiro criollo en la tristísima condición de paria en su propia patria.
Si en esta guerra universal de que Cuba participa, alcanzan la victoria, como es de esperarse, las Naciones Unidas, y con ello se logra ver triunfante en el mundo según expresó en su declaración de principios el Primer Congreso Nacional de Historia —una verdadera democracia, no sólo de palabras y de ideales remotos, sino de realidades esenciales, que traduciéndose en hechos concretos, ponga término a la organización social económica que hoy padecen casi todos los pueblos de la tierra, divididos en dos castas: explotadores y explotados, así como a las desigualdades de sexo, raza, color y religión, podemos esperar que para entonces, liquidada la colonia, rescatada nuestra economía, abolidos los imperialismos continentales y extracontinentales, los libros, puestos en las manos de nuestro pueblo, en las poblaciones y en el campo, en 1os hogares, en las bibliotecas y en las escuelas, puedan cumplir, plenamente, su altísima e irremplazable función social.
Mientras llega ese momento, es necesario que el Gobierno acometa el establecimiento de bibliotecas públicas en toda la República, no conformándose con las posibilidades inmediatas que existen, según he apuntado, de que la Biblioteca Nacional, de La Habana, pueda instalarse en edificio propio, construido por la Junta de Patronos de la Biblioteca Nacional en los terrenos del Mercado del Polvorín, sino aprovechando la oportunidad que al Ministerio de Educación brindan los nuevos presupuestos de 1943, pues aunque estos no sean en realidad nuevos, sino los mismos del presente año, prorrogados, de ellos pueden tomarse créditos frescos para la fundación y mantenimiento de algunas bibliotecas.
Esta labor deben llevarla a cabo igualmente todos los municipios de la República, que por la actual Constitución están obligados a incluir en sus presupuestos anuales los créditos indispensables para sostener decorosamente por lo menos una biblioteca en cada término; precepto constitucional que son muy pocos los municipios que lo han cumplido desde, que entro en vigor la Constitución de 1940, burlándolo la mayoría con el pretexto de no poder disponer de recursos para esa obra cultural, aunque siempre hay dinero, lo mismo en los organismos del Estado que, en los de las provincias y los municipios, para cubrir con una abundante burocracia incapaz o botelleril, los compromisos políticos o personales de ministros, gobernadores y alcaldes.
Ya cité hace varias semanas la laudable actitud del gobernador de La Habana, doctor Rafael Guas Inclán, que con ocasión del Primer Congreso Internacional de Archiveros, Bibliotecarios y Conservadores de Museos del Caribe, celebrado en el edificio de su Gobierno, abrió al público la hasta entonces biblioteca privada provincial.
Debo señalar .hoy, como una repercusión más de los empeños de divulgación histórica de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, a mi cargo, en la cual está funcionando desde 1938 una Biblioteca Histórica Cubana y Americana, de carácter público, la creación en el Gobierno Provincial de La Habana de una biblioteca
de asuntos patrios, «exclusivamente destinada a reunir libros y documentos de contenido cubano, en lo cual, si bien no hay desdén a la extranjero, hay el culto a lo propio, que es una de las fuerzas que conservan a las nacionalidades», según palabras explicativas de su iniciador, el doctor Guas Inclán.
Tanto los organismos oficiales, como las instituciones privadas culturales y cívicas, pueden, sin la excusa de carencia de recursos, abrir y sostener, inmediata y fácilmente, bibliotecas públicas en todos los centros urbanos de la República, poniendo en práctica el sistema por mí utilizado en la Biblioteca Histórica Cubana y Americana a que ya me he referido.
Basta para ello lograr que unos cuantos particulares, profesionales, literatos, historiadores, simples amantes de las letras, las artes y las ciencias, poseedores de bibliotecas, por reducidos volúmenes que ellas contengan, estén dispuestos a poner sus libros al servicio público como lo hemos hecho en La Habana los miembros de la Sociedad
Cubana de Estudios Históricos e Internacionales.
El Municipio, las instituciones culturales o cívicas de cada localidad, se comprometerán a facilitar un local, estantes, mesas, sillas, material de escritorio y uno o más empleados. Para aliviar los gastos, puede formarse un patronato de la biblioteca, contribuyendo cada patrono con una cantidad mensual según sus recursos.
No hay el temor de que los dueños de los libros pierdan éstos ni renuncien a su propiedad, sino que se limitan a prestarlos, y no al lector para que se los lleve a su casa, sino a la oficina o biblioteca que al efecto se cree en el local del municipio o de la institución cultural o cívica, y cuyo cuidado y vigilancia corren a cargo del empleado de la misma.
Así lo estamos haciendo con éxito extraordinario desde 1938 en la Oficina del Historiador de la Ciudad, en el Palacio Municipal de La Habana. Ello prueba lo factible de este sistema, fácil y barato, de creación y mantenimiento de bibliotecas públicas, que ha merecido el aplauso y la recomendación a todos los gobiernos estatales, provinciales y municipales de los pueblos americanos, por el Primer Congreso Panamericano de Municipios, de 1938; la Segunda Conferencia Americana de Comisiones Nacionales de Cooperación Intelectual, de 1941, y el Primer Congreso Histórico Municipal Interamericano de 1942.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.