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 En esta octava entrega el articulista comenta que «a las pruebas que ya presentamos en otros capítulos del presente ensayo sobre el nunca satisfecho afán de lucro de los conquistadores, colonizadores, y gobernantes hispanos en nuestra ínsula, sume ahora el lector estas nuevas que ofrece el marqués de Varinas acerca de la codicia desaforada de los ministros reales en todas las tierras de Hispanoamérica».

 «...y ha de llegar con nosotros a la conclusión de que la falta de prohibidad de que adolecen los politiqueros y desgobernantes republicanos no es caso aislado en nuestra Patria, ni defecto o vicio singular del cubano, sino que tiene muy hondas raíces históricas y continentales ya que constituye herencia maldita de todo el sistema colonial español en el Nuevo Mundo».

El comité de Caracas del Movimiento Emancipador, dependiente de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia publicó el pasado año dos interesantísimos documentos -Vaticinios de la pérdida de las Indias y Mano de Relox-luminosamente y de las raíces hispanas de la codicia de politiqueros y desgobernantes republicanos.
Su autor es Gabriel Fernández de Villalobos, marqués de Varinas, español que nacido hacia 1642, pasó a las Indias antes de cumplir los doce años de edad, y desarrolló en ellas, según nos cuenta Joaquín Gabaldón Márquez, compilador y prologuista de la obra, las más disímiles actividades, «desde la de mayoral en un ingenio de azúcar en la Isla de Cuba, hasta la de pretenso consejero de sus majestades, el Rey y la Reina de Espana y de Corresponsal –unilateral, acaso- del Cristianisimo Rey de Francia Luis XIV».
Cuando regresó a la Península en 1675, quiso poner su experiencia en tierras del Nuevo Mundo al servicio de la Corona, autoconvirtiéndose en lo que hoy llamaríamos "experto" o "técnico" en cosas de Indias, y a la vez en censor de los desafueros que en ellas se cometían por los que bien pueden denominarse desgobernantes de esas posesiones españolas que, a su juicio, estaban llamadas a perderse irremisiblemente por obra y desgracia del mal gobierno imperante.
Minuciosamente va reseñando el marqués de Varinas en los veintidós capítulos del primero de sus informes, escrito en 1685, los hechos en que fundamenta sus tristes augurios, reveladores, del fracaso colonial de España -en América, que el tiempo se encargó de confirmar con la pérdida total del dominio español en este Continente.
Su otro informe -Mano de Relox, de 1687-es un resumen de los Vaticinios, adicionado con nuevas premoniciones sobre el destino fatal que aguardaba a la monarquía española.
Viene a cuento esta cita al tratar del relajo criollo en los días republicanos-aparte de las alusiones a Cuba que aparecen en la obra -porque en esos informes juega como motivo primordial, reiteradamente señalado, de esa perdida que el vaticina, la codicia desenfrenada de que hacían gala sin recato alguno los representantes oficiales de la Corona y la iglesia, a tal extremo que en el capítulo IV explica «como puede ser que la codicia sea medio más eficaz para despoblar los reinos de Indias, que la crueldad, guerra, peste y hambre», después de haber puesto como ejemplo, en el capítulo I, la isla de Cuba, que hallándose pobladísima de indios, y no ha quedado ninguno».
Refiriéndose a la desorbitación de la codicia en Indias, sostiene el marqués de Varinas, que no perdona ni a lo sagrado, «porque como quiera que esto que llaman cohecho o baratería o regalo en las Indias, y regulan por tal, no unas truchas ni unas perdices, sino es veinte o treinta mil pesos que se les lleva dando porque dejen libre la elección de un capitulo, que respecto de lo que valen las doctrinas es una muy moderada porción, y viene a ser como especie de regalo una abierta simonía, y aun es peor si se van beneficiando las doctrinas por menor, porque cuestan mayores cantidades, valiéndose de diversas intercesiones de criados, de validos, de mujeres, pues a cuantas manos promueve negociación, va tributando la codicia».
Y en Mano de Relox aclara que a los daños de la codicia se suman, lógicamente, los daños por falta de justicia, porque, «si al ministro se le vendió el oficio, ¿quién le podrá castigar cuando venda la justicia? Y codicia y falta de justicia-concluye-conducen "a la tiranía del gobierno».
A las pruebas que ya presentamos en otros capítulos del presente ensayo sobre el nunca satisfecho afán de lucro de los conquistadores, colonizadores, y gobernantes hispanos en nuestra ínsula, sume ahora el lector estas nuevas que ofrece el marqués de Varinas acerca de la codicia desaforada de los ministros reales en todas las tierras de Hispanoamérica, y ha de llegar con nosotros a la conclusión de que la falta de prohibidad de que adolecen los politiqueros y desgobernantes republicanos no es caso aislado en nuestra Patria, ni defecto o vicio singular del cubano, sino que tiene muy hondas raíces históricas y continentales ya que constituye herencia maldita de todo el sistema colonial español en el Nuevo Mundo, mucho más grave en el caso de Cuba ya que esta sufrió esos males un siglo más que los otros pueblos hispanoamericanos y en forma mas aguda debido al desesperado esfuerzo de los gobernantes de esta isla por mantener sus privilegios y granjerías frente a la larga lucha cubana en pro de la independencia, y teniendo en cuenta, por último, que no pudieron los patriotas libertadores imponer por sí solos las normas del Estado republicano, una vez arrojada España de la Isla, sino que fue otro poder extraño, como vimos ya, el que asumió, al arrogarse el papel de ejecutor único de ese desplazamiento, la dirección y organización de la flamante nacionalidad.
Aquellos polvos, trajeron estos lodos; aquel relajo engendró este otro relajo; la codicia de ayer produjo la falta de probidad de hoy.
Y si es innegable que en los tres primeros años del gobierno del primer presidente Tomas Estrada Palma, tanto éste como los secretarios del Despacho, altos funcionarios y congresistas, observaron, casi totalmente, intachable probabilidad politica y administrativa, desde los diversos puestos que ocuparon, apenas el funesto microbio de la reelección hizo presa de los gobernantes y políticos que rodeaban a don Tomas y este tuvo la debilidad de oír y seguir sus aviesos consejos y sugestiones, como un vicio produce otro vicio, y un mal otro mal, la reelección que no tenia una base popular, sino que necesitaba ser llevada a cabo aprovechando los resortes gubernamentales, apretando los tornillos, forrando la máquina y dando la brava, abrió el camino a la falta de probidad en Cuba republicana.
Y nuestros políticos y gobernantes, ya en un plano franco de reelección a la fuerza y por sobre la voluntad del pueblo, no tuvieron escrúpulos tampoco en dejar de ser probos, y con el pretexto de la necesidad de dinero para gastos electorales, se empezó a meter mano en los fondos públicos y a poner las oficinas del Estado, las provincias y los municipios, los tribunales de justicia y las fuerzas armadas rurales y urbanas al servicio del problema reeleccionista presidencial y de las reelecciones y elecciones de los congresistas.
Se comenzó, entonces, a perder la vergüenza, aunque todavía tratando de justificar esa inicial falta de probidad con el fin perseguido y la urgencia que Cuba sentía en aquellos momentos de que continuara gobernándola don Tomás Estrada Palma.
Surgieron las protestas en toda la Isla contra las bravas y los atropellos electorales, y para repeler aquéllas fue necesario agudizar éstas.
Estalló la revuelta armada, y don Tomás, que había querido levantar una República de maestros y no de soldados, tuvo que abrir las arcas del Tesoro para la compra de equipo de guerra aumento del Ejército y creación de milicias. El dinero corrió, y. . . a río revuelto… más de uno metió las manos en las Arcas nacionales sacándolas manchadas de oro. Ya después fumado el primer cigarrillo de mariguana, tomada la primera copa de alcohol- dado el primer mal paso en la senda de la corrupción administrativa y política, todo era cuestión de tiempo, y desde entonces, hasta nuestros días, políticos, gobernantes y autoridades, de todas clases y condiciones, han ido precipitándose por ese plano inclinado sin fin, que no sabemos a qué profundos abismos de desintegración nacional puede llevarnos.
La intervención civil norteamericana del gobernador provisional Charles E. Magoon, lejos de haber servido de freno y de ejemplo para poner coto a ese mal naciente de la falta de probidad de nuestros políticos y gobernantes, sirvió, por el contrario, para transformar esa falta de probidad de epidémica en endémica.
Dos años y cuatro meses duró en Cuba la administración provisional de los Estados Unidos y durante ese tiempo el gobernador Magoon se dedicó a dividir y aniquilar nuestros partidos políticos, principalmente el Liberal, entonces mayoritario, fomentando la discordia entre sus jefes y figuras más salientes y corrompiéndolos con el reparto injustificado e injusto de destinos, prebendas y favores, que distribuía a diestro y siniestro, a costa del Tesoro de la nación cubana.
Cuando Estrada Palma abandonó la presidencia había en la Tesorería de la Nación 13.625.539 pesos 65 centavos, los cuales, así como las rentas públicas de esos dos años y cuatro meses fueron despilfarrados por el gobernador Magoon, dejando, además, hipotecada la hacienda cubana en $11,920,824 de obligaciones por cubrir contraídas durante su administración; casi todo ello sin gran provecho para el país, sino por el contrario, en su perjuicio.
Con gran ingenuidad el presidente Estrada Palma, al retirarse del poder, recomendó especialmente a Taft y Bacon, enviados del Gobierno norteamericano, que cuidaran el Tesoro Nacional del peligro que él se figuraba podía correr si caía en manos de los revolucionarios liberales; y fue, precisamente, el representante de aquel gobierno -Magoon-quien facilitó la desaparición de esos millones de pesos acumulados en las arcas del Tesoro, y su escamoteo al bolsillo de contratistas norteamericanos y de políticos y gobernantes criollos.
En este periodo de tiempo aprendieron los cubanos todas estas cosas en que después se han hecho maestros: contratos onerosos para el Estado y beneficiosos exclusivamente para
sus promotores, para las compañías con las que se conciertan, y para los gobernantes y políticos que intervienen en la operación; monopolios de servicios públicos y efectos de primera necesidad, que constituyen permanentes explotaciones del pueblo; venta de indultos; venta gravosa para el Estado de terrenos nacionales o compra de propiedades que en derecho al Estado pertenecen; costosísimas obras públicas que, únicamente se ejecutan sobre los Planos o se ejecutan mal y a un costo dos o tres veces mayor, debido a la necesidad de repartir la diferencia entre los listos y aprovechados iniciadores o ejecutantes de la obra; concertación de empréstitos que constituyen cadenas de esclavitud económica y por tanto de esclavitud política; la entrada y protección en nuestro país de toda clase de negociantes y aventureros extranjeros, que invaden las oficinas públicas en busca de negocios y contratas lucrativas para ellos y para los que los apoyen y protejan..
En estas lamentables condiciones se restauró la República. Muchos contratos de Magoon tuvieron que ser anulados, no pudiéndose hacerlo con todos porque algunos de ellos constituían compromisos de carácter internacional; pero nuevos contratos, nuevos negocios, nuevos monopolios, nuevos negociantes, nuevas inmoralidades se crearon y se mantuvieron al calor y para el provecho de gobernantes, congresistas y autoridades cubanos. Se estableció la Lotería -sentina de corrupción en todas las épocas, haciéndole la competencia a la bolita, la charada y los terminales-, y con la Lotería surgieron esas fuentes de ingresos privados denominados colecturías y botellas.
El Congreso, de templo, en teoría y en la práctica durante los tres primeros años de República, de la soberanía nacional y recinto augusto donde se fabricaban leyes útiles al país, se fue transformando en bolsa de negocios a tanto el voto o en máquina multiplicadora de leyes de tiro rápido y largo metraje de pesos. De los modestísimos $300,06 que cobraban al mes, senadores y representantes, al iniciarse la República, fueron autoaumentados los sueldos de unos y otros con gastos de representación, secretarios particulares, puestos imaginarios; tanto por ciento de empleados reales que a los representantes Y senadores entregan así, mes tras mes, la comisión que éstos le cobran por haberlos colocado, y otras muchas y pintorescas maneras de sacar un peso más de cualquier sitio o cosa que sea convertible en dinero.

(Ensayo histórico costumbrista publicado en Carteles el 10 de diciembre de 1950)

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.