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 El articulista en esta ocasión nos comenta que «quien no conozca las obras del doctor Manuel Pérez Beato anteriores a su folleto póstumo Rectificaciones Históricas, pensará que el agudo ataque de inquina contra mí que padece le ha impedido poner en orden papeles e ideas».
«porque este rectificador de errores, ya desde el prólogo empieza a cometerlos por su cuenta, pero es esto cosa habitual en él, y de ahí la triste fama de que siempre gozaron sus libros de tener mas errores que páginas y merecer el justo calificativo de «cajones de sastre remendón», lo cual, como ya apunté al referirme a su Habana Antigua, siempre tiene la utilidad de que gozan los referidos depósitos sastreriles».
 
Quien no conozca las obras del doctor Manuel Pérez Beato anteriores a su folleto póstumo Rectificaciones Históricas, pensará que el agudo ataque de inquina contra mí que padece le ha impedido poner en orden papeles e ideas, porque este rectificador de errores, ya desde el prólogo empieza a cometerlos por su cuenta- pero es esto cosa habitual en él, y de ahí la triste fama de que siempre gozaron sus libros de tener mas errores que páginas y merecer el justo calificativo de «cajones de sastre remendón», lo cual, como ya apunté al referirme a su Habana Antigua, siempre tiene la utilidad de que gozan los referidos depósitos sastreriles.
Prueba al canto.
Refiérese en el primer párrafo del prólogo de sus Rectificaciones Históricas, al Congreso Histórico Municipal Interamericano, y en el segundo habla de una Sección de Historia Colonial y de unos escritos míos en Carteles, como si una y otros tuviesen relación con ese Congreso, cuando aquélla pertenecía al Primer Congreso Nacional de Historia y del mismo se trataba en éstos.
En el tercer párrafo cita frases de un artículo mío publicado en Carteles y ni siquiera sabe copiar el título que yo puse: Intensificación y revalorización de los estudios históricos cubanos, y escribe: «Intensificación y revalidación de los estudios históricos cubanos», olvidándose, en cambio de censurarme, como podía haberlo hecho, el uso del americanismo «revalorizar», en vez de la palabra castellana «revalorar», la que he rectificado yo en posteriores trabajos.
Los tres restantes párrafos del prólogo están dedicados a ridiculizar los propósitos que con los Congresos de Historia persigue la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, de velar por la justa y veraz enseñanza de la Historia en nuestro país.
Después del prólogo vienen dos páginas de Elucidario, y para no perder el hábito, el doctor Pérez-Beato vuelve a equivocarse, mencionando como presentado en ese Congreso Histórico Municipal Interamericano que sigue mezclando con el Primer Congreso Nacional de Historia, un articulillo mío —Las Fortalezas Coloniales de La Habana—publicado hace muchos años en la revista Social y que reprodujo últimamente la revista Arquitectura. En el Primer Congreso Histórico Municipal Interamericano presenté yo el siguiente trabajo: Reliquias habaneras: Los cañones que sirvieron para amarrar la cadena que cerró el puesto de La Habana en 1762; y en el primer Congreso Nacional de Historia, este otro, según claramente se precisa en mi artículo de Carteles: Revalorización de la guerra libertadora cubana de 1895.
Da también por presentado en ese doble congreso de su invención un trabajo del arquitecto Luis Bay Sevilla —Costumbres Cubanas de los siglos XVI a XIX— cuando es lo cierto que éste no presentó ningún trabajo ni al Congreso de Historia ni al Histórico Municipal.
En el resto del Elucidario se repiten las chirigotas contra los tres —Bay, Bens, Roig—a quienes nos califica, escrito con cursiva, desde luego, de consagrados de tiempo inmemorial al estudio de nuestra historia, para decir poco después, ya con letra redonda, que nuestros trabajos —los que ni Bay ni yo presentamos a Congreso alguno y el que si presentó Bens al Primer Congreso Histórico Municipal Interamericano: La Habana en el siglo XVI, cuyo título copia erróneamente «no son sino un conjunto lamentable de inexactitudes y errores, todo carente de critica y con la adición de algunas invenciones de propia cosecha», agregando que «es inconcebible que ante un concurso tan ilustrado se haya podido presentar una muestra tan inferior de nuestra cultura histórica». No padeció esta desgracia, en lo que a Bay y a mi se refiere, ningún congreso; y en cuanto a los errores que atribuye a mi referido trabajo, trataré mas delante de quitarme de encima de encima esos muertos que creo no haber matado.
Entremos ahora de lleno en la rectificación a las rectificaciones del doctor Pérez-Beato.
Un par de ejemplos, entre muchos, pondrán de manifiesto la «buena fe» y la «probidad científica» de las Rectificaciones: Digo yo en La Habana desde sus primeros días hasta 1565 (Actas Capitulares…, p. 168-169) hablando del barrio de Campeche:
«Existía en La Habana por esta época (1564) una zona o localidad que encontramos citada en las Actas con el nombre de Campeche…Pérez-Beato  conjetura, sin documento que lo acredite, que debió su nombre «al establecimiento en él de indios de Campeche».
Y Pérez-Beato en las Rectificaciones escribe con notoria mala fe:
«Voy a dar al doctor Roig de Leuchsenring el documento que echa de menos, aunque lo tiene en las propias actas que ha publicado y en nuestra Habana Antigua».
Y ofrece la copia de un acta de 1569, que no figura en el primer tomo de las publicadas por mí, que como se verá en seguida, desconocía Pérez-Beato hasta que yo mismo la di al público más tarde. Y pretende agredirme con armas que yo mismo le he dado.
En efecto: ¿por que escribí yo lo que escribí en 1937? Sencillamente porque Pérez-Beato en su Habana Antigua había hecho la confesión que yo recojo y copio más arriba. Véase:
Pérez-Beato. Habana Antigua; p. 30 hablando del barrio de Campeche dice: «Debió su nombre según conjeturas al establecimiento etc… Aunque no hemos podido hallar noticias que lo acrediten».
Como se ve, es precisamente él, no yo, quien echa de menos e ignora el documento y asi lo reconoce expresamente.
 Si Pérez-Beato confiesa esto, ¿qué tiene que ver que yo lo recoja casi con sus mismas palabras en 1937? Si en 1939, en el segundo tomo de las Actas yo le ofrezco la que él cita ahora, está claro que ha rectificado su juicio y que lo que entonces era mera conjetura y carencia de noticias que lo acrediten se convirtió, gracias a mí, en prueba documental.
Otra muestra de encono esta en la parrafada que dedica Pérez-Beato a probar que «he inventado» un gobernador de Cuba, Antonio de Funes.
En la página 226 de mi obra La Habana desde sus primeros días...inserto la lista completa de los gobernadores de Cuba hasta la época de mi estudio (1556) y el capítulo XXV, pág 229-234, está todo él dedicado, a los gobernadores de Cuba con expresión de las fechas, de nombramiento y cese. En ninguna parte aparece el nombre del gobernador Antonio de Funes.
¿Como he podido inventar este otro? ¿Cómo me lo «inventa» Pérez Beato?
Se trata simplemente de una errata cometida por el transcriptor del siglo pasado y que pasó inadvetidamente a mi estudio Y así debió de comprenderlo el rectificador, si realmente estuviera dotado de buena fe, sin la cual no se puede hacer historia y se cae en el pecado de hacer historias.
Solo de historias se trata en todo este desgraciado libro del doctor Pérez-Beato, que no añade un adarme de gloria a su labor como historiador y que en mala hora para su memoria ha sido dado a la estampa precisamente a raíz de su muerte.
Nada más tendría que añadir a lo dicho, si no me interesara aclarar el origen y los motivos que indujeron a Pérez-Beato a montar guardia desconfiada y avizora frente a mi desde el día en que se me honró con el puesto de Historiador de la Ciudad.
Critica la publicación de las Actas, ese es mi pecado, porque la transcripción del siglo pasado a que me atuve contiene algunas incorrecciones (no tantas como quiere y como hubiera querido el señor Pérez-Beato). No lo niego, es más fui yo quien lo descubrió y noblemente lo confesó en la Introducción a las Actas Capitulares, (p. 6-7.Pérez-Beato pasa por alto esta circunstancia y quiere cargar a mi cuenta los disparates, si los hay, los defectos (pequeños y no sustanciales en general realmente) cometidos hace un siglo.
Es toda una norma de moral y de seriedad que yo no admito ni practico. Cargo con todas mis culpas y hasta con muchas de las ajenas, si es necesario; pero me niego a soportar las insoportables por ruines y malintencionadas.
Cuando publiqué las Actas Capitulares, preste un servicio enorme a los historiadores cubanos, al propio Pérez-Beato el primero, que las ha utilizado y las ha copiado constantemente aunque sin citarlas ni una sola vez. Acudí al recurso de publicar las transcripciones antiguas por razones de economía de tiempo... y — ¿por qué no decirlo?—porque no encontré en Cuba a nadie que me ofreciera garantía científica suficiente para encomendarle la tarea con seguridad de exactitud mayor a la lograda con la trascripción pragmática del siglo pasado. Y a nadie le extrañe el fenómeno, ni se eche a desdoro para nuestra República, porque por un lado la Paleografía española científica es una ciencia de creación relativamente reciente (vive aún y en plena labor creadora, exilado en la República hermana de México. Su verdadero fundador, Millares Carló, catedrático de Paleografía de la Universidad de Madrid) y por otro, nuestra Universidad Nacional, yo creo que equivocada y lamentablemente, pero éste es el hecho, no tiene establecidos los estudios de Paleografía y Diplomática, realidad que me ha cerrado la posibilidad de acudir al más alto centro docente de la República en busca de un documento en esos estudios. Tan pronto lo tuvimos, en el mismo momento en que hubo entre nosotros persona conocedora de los secretos de la Paleografía y de la Diplomática, el mismo día en que me di cuenta de ello por haberme matriculado personalmente, con todos los colaboradores de mi oficina, en un curso de Paleografía y Archivología explicado en la Institución Hispanocubana de Cultura por el doctor Jenaro Artiles, concebí el propósito, que realicé lo antes que pude, de llamarlo a colaborar conmigo y encomendarle la trascripción de las Actas para continuar su publicación. Desde entonces el doctor Artiles lleva personalmente, como colaborador mío y de la Oficina del Historiador, la lectura y publicación de las Actas. Confío en que adelante, aquel defecto que ya advertía yo en el prólogo del primer tomo de las Actas Capitulares, quedara subsanado: de aquí la injusticia del doctor Pérez-Beato al reprocharme que lo publicado tiene defectos cuando he sido precisamente quien señaló tales defectos y logró los nuevos procedimientos.
La cosa es tan mezquina, que sólo con señalarla se refuta sin más razonamientos. Pero la mezquindad sube de punto cuando se observa que Pérez-Beato, con un espíritu pequeño de anticubanismo, afirma que las Actas municipales «en la actualidad, gracias a un extranjero (como él mismo subraya) se transcriben correctamente» (P. 64).
Falso de toda falsedad. Jenaro Artiles, paleógrafo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, es cubano por nacimiento. Y Cuba, la historiografía cubana, no merecen que una vez que tuvimos un cubano paleógrafo se invente una extranjería para una labor ruin anticubana.
Y sin querer aquí descubre Pérez- Beato el motivo de su rencor, al decir: «…ya que no se quiso reconocer que hubiera entre nosotros (no un cubano sino entre nosotros, subrayo yo) quien supiera hacerlo.»
Por ahí debió haber empezado Pérez-Beato. El es ese postergado sabio que esta entre nosotros, que se considera capaz de hacerlo. Haberlo dicho y nos hubiéramos ahorrado, de ser cierto, todo esto y sobre todo, se hubiera evitado él el rencor que amargó los últimos años de su existencia. No hubiera tenido yo ningún inconveniente en encomendarle a el personalmente la tarea de transcribir las Actas, con sólo que me lo hubiera indicado…y hubiera sabido hacerlo, porque cada vez que ha hablado de las Actas Capitulares en sus escritos, las ha citado por las copias del siglo pasado y no por los originales ilegibles: con los mismos errores, con las mismas faltas, incurriendo en el mismo «crimen» que me reprocha, por la sencilla razón de que el doctor Perez-Beato no era paleógrafo. Pero esto lo demostraré cumplidamente la semana próxima.
 
Artículo histórico costumbrista publicado en la revista Carteles, 9 de abril de 1944.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.