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Las portadas que realizó Andrés García Benítez para la revista Carteles son un documento epocal de inestimable valor, el testimonio de un hombre enamorado de su país y, más específicamente, de la capital, donde se dieran cita todos los matices de la realidad social cubana entre 1936 y 1961. Por ello, para conmemorar el primer centenario de su natalicio, el Centro de Arte de Holguín ha organizado una muestra de su producción artística y su historia personal, que será inaugurada el martes 12 de julio.

 «Aquella labor suya le convertiría con el paso de los años en el artífice del segundo gran momento de la gráfica costumbrista cubana de todos los tiempos, precedido solamente por la obra de Víctor Patricio Landaluce en el siglo XIX».

En 1932 Alfredo T. Quílez, director de la popular revista Carteles, le encargó a un jovencísimo y desconocido pintor del interior del país el diseño de una de las portadas del semanario. Las motivaciones de este encargo se desconocen, así como la forma en que Quílez entró en contacto con Andrés García Benítez, el artista adolescente de la oriental ciudad de Holguín. La historia no guardó los datos pero este hecho, curioso y sorprendente si tomamos en cuenta que Andrés contaba en aquellos momentos con apenas 16 años de edad, no había realizado estudio académico alguno, y era un perfecto desconocido en los medios artísticos habaneros. Sería aquel el inicio de la extensa carrera profesional de este artista dotado de un talento original y diverso.
Las portadas y demás trabajos que realizó para esta prestigiosa publicación fueron las mejores cartas de presentación de Andrés en el contexto artístico habanero de los años 30. Por eso, cuando alguien se refería a su labor, y quería añadir precisión sobre el personaje, bastaba con añadir: Andrés, el de Carteles, y todo quedaba explicado. Lejos estaba él de imaginar —cuando comenzó su trabajo profesional como diseñador oficial de la revista, en agosto de 1936— que aquella labor suya le convertiría con el paso de los años en el artífice del segundo gran momento de la gráfica costumbrista cubana de todos los tiempos, precedido, solamente, por la obra de Víctor Patricio Landaluce en el siglo XIX. Las portadas que realizó para Carteles son un extraordinario monumento a la cubanidad, un documento epocal de inestimable valor; el testimonio de un hombre enamorado de su país y, más específicamente, de la capital, donde se dieran cita todos los matices de la realidad social cubana entre 1936 y 1961. La calidad de estas verdaderas estampas nacionales, su maestría formal, su originalidad, su gracia irrepetible, le ganaron a Andrés la admiración y el cariño de sus contemporáneos, y son, hoy por hoy, el segmento más conocido y gustado de su producción. Ellas solas bastarían para justificar su permanencia en la historia del arte cubano del siglo XX.
Sin embargo, reducir su labor artística al trabajo para la revista Carteles significaría dejar fuera de análisis otras áreas de su desempeño profesional en las cuáles dejó, también, una huella perdurable. A partir de junio de 1942, cuando realiza la escenografía para la pieza teatral La comedia de la felicidad de Evreinoff, que le solicitara el director del Grupo del Patronato de Teatro, Luis Martínez Allende, Andrés se convierte, según feliz expresión del periodista Arturo Ramírez, en un «hombre de teatro». Tan importante fue esta labor en el contexto de las artes escénicas de la época y tan gratificante y absorbente para él, que llegó a conspirar contra el resto de su producción artística, incluyendo su labor para Carteles.
Desde niño, fue un enamorado del arte escénico. Lo heredó de su padre, don Saturnino García Zaballa, gran aficionado al teatro, la ópera y la zarzuela. Para el teatro, realizó Andrés memorables diseños de vestuario y escenografía, muchos de los cuales fueron distinguidos con los más importantes premios de este sector en la época. Baste recordar su trabajo para piezas como Doña Rosita la soltera y La zapatera prodigiosa, ambas de Federico García Lorca, Electra Garrigó, de Virgilio Piñera, y Romeo y Julieta, de Shakespeare. En el campo de la danza y el ballet es preciso recordar su colaboración con el maestro Ramiro Guerra en sus piezas Habana 1830, El milagro de Anaquillé y Liborio y la esperanza, así como su breve pero brillante etapa de trabajo con el Ballet Alicia Alonso, iniciada en 1948.
Con parejo éxito trabajó para el mundo del espectáculo y el cabaret. Aún se recuerdan sus deslumbrantes producciones para Tropicana, el Parisién y el Capri, así como sus especiales diseños de vestuario para figuras del mundo de la música y la declamación, entre ellas Esther Borja, Elena Burke, Merceditas Valdés y el maestro Luis Carbonell, cuya caracterización como Acuarelista de la poesía antillana, la concibió Andrés en 1956.
Resultaría excesivamente extenso reseñar otras áreas de la creación artística donde es posible rastrear la huella de Andrés, como es el caso de la propaganda comercial, la caricatura y el humorismo en general, el diseño de carrozas para el carnaval, la organización de exclusivos bailes de disfraces para la burguesía habanera de la época, sus cursos sobre la historia del traje, la ilustración de modas para revistas especializadas e incluso, el periodismo de corte autobiográfico y costumbrista como el que realizara durante sus años de residencia en San Juan (Puerto Rico), a partir de 1967.
Para conmemorar, como Andrés lo merece, el primer centenario de su natalicio, el Centro de Arte de Holguín ha organizado una muestra pequeña, pero abarcadora, de su producción artística y su historia personal, integrada fundamentalmente por los fondos que atesora el Museo Provincial La Periquera —obras y documentos procedentes del entorno familiar del artista—, así como diversos exponentes pertenecientes a colecciones particulares entre los que se cuentan los del pintor y crítico de arte cubano-portorriqueño Antonio J. Molina, amigo e investigador de la obra de Andrés en San Juan, que se exhiben por vez primera en Cuba. Ante la variedad y riqueza de las obras expuestas resulta casi inevitable imaginar a Andrés como una incansable máquina de crear, como un artista poseedor de un talento poderoso e inagotable, que a un siglo de su nacimiento nos sigue deleitando, asombrando y, sobre todo, seduciendo.

Martín Garrido Gómez
Historiador y crítico de arte
Director del Centro Provincial de Arte de Holguín

 

Sobre estas líneas, de izquierda a derecha: portada de la revista Carteles (año 36, No. 30, La Habana, 1955) y de la revista Crónica (año 1, No. 1, La Habana, 1949), ambas de Andrés García Benítez. Imagen izquierda: el ilustrador, dibujante y pintor Andrés García Benítez en la década de 1930.