Comentario sobre cómo los padres de familia tratan de hacer pagar a los solterones un impuesto que «la sociedad necesita y debía haberse implantado desde hace tiempo».
Los solterones deben contribuir especialmente a las cargas de la comunidad. ¡Qué paguen su impuesto de solteronía! El que quiera azul celeste, que le cueste.
No conformes los padres de familia con ser los dueños y señores de la Humanidad y tener relegados a la triste condición de siervos, parias y esclavos a los pobres solterones, tratan ahora de hacerles pagar un impuesto, el impuesto de soltería.
Conviene, por lo pronto, advertir que no serían los solteros, si no los solterones, los que pagarían ese impuesto.
Contra el soltero no existe prevención de ninguna clase, pues es simplemente un presunto e inmediato padre de familia. Tiene una novia por lo menos, y aunque no vaya «en serio», sino a «pasar el rato», ya la muchacha se encargará de entusiasmarlo, de despertarle hambre y sed de ella, de dejarle adivinar tesoros y delicias, sin permitirle que disfrute de ellos, lo más que las pruebe «por arribita», y el soltero caerá en la trampa y llevará al altar o al juzgado a alguna de sus novias. En esta hábil caza de marido cooperarán con toda la eficacia necesaria, porque es su negocio colocar a la niña, los amantísimos papás, y también las tías, hermanas, amigas, etc. El soltero no es peligroso, ni contra él va el impuesto que se pretende establecer. A los que sí afectará es a los solteros contumaces, a los solterones, a los que han pasado de los 38 años sin contraer matrimonio, a los que han resistido impertérritos y heroicos los mil ataques, emboscadas, artimañas, halagos, sobornos, críticas sociales y familiares, sin caer en las redes matrimoniales.
Como muy bien dice el admirable humorista Julio Camba, «este impuesto tiene indudablemente, los caracteres de un castigo. Por el hecho de no haber contraído una boda de conveniencia o porque la noción de su responsabilidad le contuvo si algún día, careciendo de medios para casarse, le encandilaron las redondeles de una muchacha pobre, la sociedad le atribuye al soltero un egoísmo espantoso».
¡Ah! ¡El egoísmo del solterón! Cómo se ha utilizado para recriminarlo echándole en cara que no se casa porque no quiere compartir con una mujer y unos hijos y una familia su fortuna, poca o mucha, porque no quiere tener responsabilidades, ni compromisos, ni luchas.
Al solterón se le acusa de ególatra, de no tener corazón ni sentimientos, de que va por el mundo con el único propósito de sacar el mayor partido posible a cuanto le rodea. ¡Hasta se acusa a los solterones de ser hombres felices! «–ú sí que has entendido la vida– suelen decirle los casados amigos–«sigue así, y no te cases, si no quieres perder tu felicidad».
Y al solterón no le queda más remedio que soportar, resignado y sin protesta, el discurso. ¿Cómo va a convencer a sus amigos casados, que él, solterón, no es feliz? Ello hace que el solterón no pueda quejarse nunca de su mala suerte, ni lamentarse de las contrariedades que tenga, ni llorar sus desgracias; primero porque no lo creerían, y segundo porque lejos de darle consuelo o ayuda, lo que recibiría es mayores recriminaciones: –«Eso te pasa por tu egoísmo, por ser un ¿casa-sola?». «Tú lo que necesitas es casarte, formar familia».
Y el solterón tiene que guardarse sus contrariedades, sus disgustos y sus penas. Y como no cuenta a los demás sus desgracias, resulta que todos se reafirman en la idea de que los solterones son hombres felices.
No se diga nada de que un solterón le pida dinero a un casado. Recibirá por respuesta, además de la negativa, su inevitable discursito: «¡Pero parece increíble que tú, solterón, sin obligaciones ni compromisos, me vengas a pedir a mí, cargado de hijos! ¿Cómo siendo solo, no te alcanza el dinero?
En cambio, ¿qué padre de familia no sablea a un solterón? Y cuántos solterones no alimentan a alguno o algunos padres de familia! Y ¡sin tener familia, tienen encima dos o tres! Y los sablazos de los padres de familia a los solterones, son a fondo, sin contemplaciones, atenuaciones, ni disimulos de clase alguna. Al solterón no le pide un padre de familia «que le haga el favor de prestarle tantos pesos», sino que «le tiene que dar cuánto»; y no se le agradece tampoco, al solterón su dádiva, y hasta se le discute el que no dé más. Se considera como una buena obra el desplumar a un solterón. Siquiera tendrá buen empleo el dinero: el sostener a un padre de familia, y no se le gastará en vicios y sinvergüencerías.
«Es necesario castigar a los solterones. ¡Ya verán ahora con el impuesto! Y que debe ser un impuesto subido. Si quieren seguir siendo egoístas y felices, que les cueste. Si se niegan a tener hijos, que contribuyan a alimentar a los hijos de los demás».
A mí me parece admirable el impuesto que se pretende hacer pagar a los solterones. Es algo justo y equitativo, que la sociedad necesita y debía haberse implantado desde hace tiempo.
Los solterones deben contribuir especialmente a las cargas de la comunidad. ¡Qué paguen su impuesto de solteronía! El que quiera azul celeste, que le cueste.
De perfecto acuerdo.
Los solterones deben pagar su impuesto de tales. Así se acabarán abusos e injusticias. Y obligarles a que lleven en el bolsillo el recibo justificativo de estar al día en el pago del impuesto, y que tengan que exhibirlo cada vez que algún padre de familia se lo demande.
De acuerdo. A pagar y a enseñar el recibo.
Se terminaron los abusos.
...y cuando un padre de familia venga a darle un sablazo a un solterón, el solterón meterá la mano en el bolsillo de su saco, sacará la cartera... y le mostrará al padre de familia el recibo acreditativo de estar al corriente en el pago de su impuesto de solteronía, y le dirá:
–¡Perdona, chico, no tengo por qué ayudarte ni darte un kilo! ¡Eso era antes! ¡Ahora estoy libre de esos compromisos, pues pago un impuesto de solteronía! ¡Ejerzo legalmente la profesión de solterón!
Indudablemente, los solterones deben pagar el impuesto de solteronía. ¡Así se acabará con muchas injusticias y muchos abusos!
Conviene, por lo pronto, advertir que no serían los solteros, si no los solterones, los que pagarían ese impuesto.
Contra el soltero no existe prevención de ninguna clase, pues es simplemente un presunto e inmediato padre de familia. Tiene una novia por lo menos, y aunque no vaya «en serio», sino a «pasar el rato», ya la muchacha se encargará de entusiasmarlo, de despertarle hambre y sed de ella, de dejarle adivinar tesoros y delicias, sin permitirle que disfrute de ellos, lo más que las pruebe «por arribita», y el soltero caerá en la trampa y llevará al altar o al juzgado a alguna de sus novias. En esta hábil caza de marido cooperarán con toda la eficacia necesaria, porque es su negocio colocar a la niña, los amantísimos papás, y también las tías, hermanas, amigas, etc. El soltero no es peligroso, ni contra él va el impuesto que se pretende establecer. A los que sí afectará es a los solteros contumaces, a los solterones, a los que han pasado de los 38 años sin contraer matrimonio, a los que han resistido impertérritos y heroicos los mil ataques, emboscadas, artimañas, halagos, sobornos, críticas sociales y familiares, sin caer en las redes matrimoniales.
Como muy bien dice el admirable humorista Julio Camba, «este impuesto tiene indudablemente, los caracteres de un castigo. Por el hecho de no haber contraído una boda de conveniencia o porque la noción de su responsabilidad le contuvo si algún día, careciendo de medios para casarse, le encandilaron las redondeles de una muchacha pobre, la sociedad le atribuye al soltero un egoísmo espantoso».
¡Ah! ¡El egoísmo del solterón! Cómo se ha utilizado para recriminarlo echándole en cara que no se casa porque no quiere compartir con una mujer y unos hijos y una familia su fortuna, poca o mucha, porque no quiere tener responsabilidades, ni compromisos, ni luchas.
Al solterón se le acusa de ególatra, de no tener corazón ni sentimientos, de que va por el mundo con el único propósito de sacar el mayor partido posible a cuanto le rodea. ¡Hasta se acusa a los solterones de ser hombres felices! «–ú sí que has entendido la vida– suelen decirle los casados amigos–«sigue así, y no te cases, si no quieres perder tu felicidad».
Y al solterón no le queda más remedio que soportar, resignado y sin protesta, el discurso. ¿Cómo va a convencer a sus amigos casados, que él, solterón, no es feliz? Ello hace que el solterón no pueda quejarse nunca de su mala suerte, ni lamentarse de las contrariedades que tenga, ni llorar sus desgracias; primero porque no lo creerían, y segundo porque lejos de darle consuelo o ayuda, lo que recibiría es mayores recriminaciones: –«Eso te pasa por tu egoísmo, por ser un ¿casa-sola?». «Tú lo que necesitas es casarte, formar familia».
Y el solterón tiene que guardarse sus contrariedades, sus disgustos y sus penas. Y como no cuenta a los demás sus desgracias, resulta que todos se reafirman en la idea de que los solterones son hombres felices.
No se diga nada de que un solterón le pida dinero a un casado. Recibirá por respuesta, además de la negativa, su inevitable discursito: «¡Pero parece increíble que tú, solterón, sin obligaciones ni compromisos, me vengas a pedir a mí, cargado de hijos! ¿Cómo siendo solo, no te alcanza el dinero?
En cambio, ¿qué padre de familia no sablea a un solterón? Y cuántos solterones no alimentan a alguno o algunos padres de familia! Y ¡sin tener familia, tienen encima dos o tres! Y los sablazos de los padres de familia a los solterones, son a fondo, sin contemplaciones, atenuaciones, ni disimulos de clase alguna. Al solterón no le pide un padre de familia «que le haga el favor de prestarle tantos pesos», sino que «le tiene que dar cuánto»; y no se le agradece tampoco, al solterón su dádiva, y hasta se le discute el que no dé más. Se considera como una buena obra el desplumar a un solterón. Siquiera tendrá buen empleo el dinero: el sostener a un padre de familia, y no se le gastará en vicios y sinvergüencerías.
«Es necesario castigar a los solterones. ¡Ya verán ahora con el impuesto! Y que debe ser un impuesto subido. Si quieren seguir siendo egoístas y felices, que les cueste. Si se niegan a tener hijos, que contribuyan a alimentar a los hijos de los demás».
A mí me parece admirable el impuesto que se pretende hacer pagar a los solterones. Es algo justo y equitativo, que la sociedad necesita y debía haberse implantado desde hace tiempo.
Los solterones deben contribuir especialmente a las cargas de la comunidad. ¡Qué paguen su impuesto de solteronía! El que quiera azul celeste, que le cueste.
De perfecto acuerdo.
Los solterones deben pagar su impuesto de tales. Así se acabarán abusos e injusticias. Y obligarles a que lleven en el bolsillo el recibo justificativo de estar al día en el pago del impuesto, y que tengan que exhibirlo cada vez que algún padre de familia se lo demande.
De acuerdo. A pagar y a enseñar el recibo.
Se terminaron los abusos.
...y cuando un padre de familia venga a darle un sablazo a un solterón, el solterón meterá la mano en el bolsillo de su saco, sacará la cartera... y le mostrará al padre de familia el recibo acreditativo de estar al corriente en el pago de su impuesto de solteronía, y le dirá:
–¡Perdona, chico, no tengo por qué ayudarte ni darte un kilo! ¡Eso era antes! ¡Ahora estoy libre de esos compromisos, pues pago un impuesto de solteronía! ¡Ejerzo legalmente la profesión de solterón!
Indudablemente, los solterones deben pagar el impuesto de solteronía. ¡Así se acabará con muchas injusticias y muchos abusos!