Acerca de cómo «el desnudo en la indumentaria femenina ha asociado forzosamente al modisto con el profesor de belleza y el cirujano».
La moda del desnudo ha obligado a la mujer a utilizar como auxiliares del modisto, al profesor de belleza y al cirujano.
La mujer no esconde ya hoy, como antaño, con una indumentaria complicada y abundantísima, sus encantos físicos, sino que, aligerándose, hasta el mínimum, de ropa, muestra sus curvas y prominencias, insinuante y llamativamente.
Ha sido un gesto de audacia, que puede costarle muy caro a la mujer, porque si su rápida efectividad es indiscutible, a la larga, las consecuencias son fatales y ya empieza a experimentarlas. Con la moda del desnudo el hombre queda instantáneamente atraído, pero esa atracción es fugaz, momentánea. De primera intención se le muestran todos los secretos que antes, para descubrirlos, necesitaba, largo tiempo y fina labor. El misterio ha desaparecido. ¿Quién se detiene, como ayer, a contemplar el arranque de la pantorrilla, el antebrazo, la garganta, la nuca, si hoy la pierna toda y hasta más arriba de la rodilla, los brazos y la espalda, los senos, se muestran total e insinuantemente presentados por la moda en sus mil caprichosas combinaciones? El desnudo femenino ya casi no llama la atención. Tiene la mujer que estar muy bien formada para que provoque una frase de entusiasmo en el hombre que la contempla. ¡Son tantas y tantas las que se ven al desnudo!
La moda no trabaja sobre tela, encajes, vuelos, polisones, miriñaques, mangas ajamonadas, pródigas en mil recursos para disimular u ocultar defectos, sino que ahora trabaja sobre el propio cuerpo. Hace falta una labor delicadísima de escultor. Hay que jugar muy limpio, a la luz, sin dobles fondos ni cámaras oscuras. Los modistos modernos tienen que operar con arte, ingenio y habilidad supremos, echando mano únicamente para enmendar defectos, de fajas y engañabobos, como recursos últimos que les quedan de camouflage.
La moda del desnudo ha obligado a la mujer a utilizar como auxiliares del modisto, al profesor de belleza y al cirujano. En todas las grandes ciudades abundan, a manera de pequeñas capillas de la nueva religión del Desnudo, los beauty parlors, en los que se ofrece a la mujer hacerla nueva, mediante las artes de la pintura, escultura y arquitectura. En esos institutos, que podríamos llamar de decorado exterior, se le arreglan a la mujer manos, dedos, uñas, cejas, pestañas, cutis, etc., etc., mediante la aplicación de masajes, pinturas, polvos, ungüentos, grasas, cremas, etc.
En Nueva York existían el año pasado mil setecientos institutos de belleza femenina. Ahora, según informe presentado al Consejo Superior de Higiene, París ha sobrepasado ese número sobre Nueva York. El Ministro de Higiene tomó cartas en el asunto, tratando de reglamentar esos establecimientos, por considerar que constituían un verdadero peligro para la salud pública, a consecuencia de las drogas venenosas o de los procedimientos, igualmente nocivos para la salud de sus clientes, que emplean.
La mujer, ha declarado el jefe del servicio de laboratorios, doctor Bordas, «acude a los institutos de belleza, donde la entregan sin defensa a un maquinismo espantoso. La carne femenina es rasgada, aplastada y torturada por aparatos de una feroz precisión, llamados el aplastador, el rasgador, la ventosa mágica, el compresor, el aplanador, el depilador, el enflaquecedor, y otros muchos, destinados a borrar las jorobas, a aplastar las rodillas, a arreglar la nuca, a endurecer los senos, a quitar las arrugas del vientre, etc., etc. El cuerpo femenino no puede resistir este intensivo laminaje. Se refiere también el químico francés a los funestos resultados de otros mil procedimientos, con lo el esmaltaje, para dar blancura azulada al cuerpo, y las decoloraciones y ondulaciones eléctricas del cabello; a las erosiones, rojeces, descamaciones, tumefacciones, etc., que el empleo de tóxicos producen en la cara y cuerpo; y termina su informe afirmando que «si no se pone coto a todo este mercantilismo, que se aprovecha de la vanidad y de la credulidad de las mujeres, el daño será irreparable».
Pero es que las mujeres no se conforman con los institutos de belleza. Le han pedido, también, su auxilio a la cirugía estética. Y los médicos han puesto mano a la obra, convirtiéndose en creadores de belleza. Su misión científica no es ya evitar las dolencias o curarlas, únicamente, sino también enmendar la plana a la Naturaleza.
Y la mujer se somete dócilmente a las torturas de la cirugía estética, unas veces con éxito, más o menos pasajero, otras con fracasos irreparables. Tal aconteció hace poco a una pobre muchacha francesa que quiso afinarse las piernas, mediante una operación y que tuvo por consecuencia, gangrena, primero, amputación después. Menos mal que reclamó y obtuvo del cirujano una indemnización de 200,000 francos, condenándose, además, en la sentencia, las prácticas de la cirugía estética.
Otras, en cambio, obtienen resultados prodigiosos. Por lo menos, así acaba de declararse en París, en un Congreso de Cirugía, celebrado en octubre último. El profesor Dartigues, que se dedica a la cirugía estética, obtuvo estruendosas ovaciones de sus compañeros y curiosos, reunidos en el anfiteatro de la Facultad de Medicina, por los casos que presentó de operadas, principalmente en los senos. Después de sentar la premisa de que no puede haber belleza femenina sin senos y de que, para que éstos lo sean «deben estar formados de modo que se pueda trazar entre la base del cuello y sus dos salientes un triángulo equilátero», pasó a explicar la forma en que operaba, presentando varios casos curados, y las fotografías sacadas antes de la operación. Dice el periódico de donde tomamos estos datos, que el éxito del Congreso lo tuvo una artista de music-hall, clienta del doctor Dartigues.
Fue presentada «desnuda de la cintura para arriba, mostrando unos pechos perfectos» y junto a ella «una fotografía de la misma artista antes de la operación», y al ser examinada con una lupa por el Presidente del Congreso, Profesor Tixier, éste declaró ante la asamblea que «no se notaban huellas de la operación, salvo una ligerísima línea roja, casi invisible a simple vista».
Tal maravilla quirúrgica sólo adolece de un inconveniente: la denominación que llevan esas operaciones. Nada más que «mammectomía bilateral con ingerto aereolo-mamelonario libre».
El desnudo en la indumentaria femenina ha asociado forzosamente al modisto con el profesor de belleza y el cirujano. Dentro de poco encontraremos por las calles establecimientos con este rótulo: «Modas. Beauty Parlor. Cirugía estética».
Ha sido un gesto de audacia, que puede costarle muy caro a la mujer, porque si su rápida efectividad es indiscutible, a la larga, las consecuencias son fatales y ya empieza a experimentarlas. Con la moda del desnudo el hombre queda instantáneamente atraído, pero esa atracción es fugaz, momentánea. De primera intención se le muestran todos los secretos que antes, para descubrirlos, necesitaba, largo tiempo y fina labor. El misterio ha desaparecido. ¿Quién se detiene, como ayer, a contemplar el arranque de la pantorrilla, el antebrazo, la garganta, la nuca, si hoy la pierna toda y hasta más arriba de la rodilla, los brazos y la espalda, los senos, se muestran total e insinuantemente presentados por la moda en sus mil caprichosas combinaciones? El desnudo femenino ya casi no llama la atención. Tiene la mujer que estar muy bien formada para que provoque una frase de entusiasmo en el hombre que la contempla. ¡Son tantas y tantas las que se ven al desnudo!
La moda no trabaja sobre tela, encajes, vuelos, polisones, miriñaques, mangas ajamonadas, pródigas en mil recursos para disimular u ocultar defectos, sino que ahora trabaja sobre el propio cuerpo. Hace falta una labor delicadísima de escultor. Hay que jugar muy limpio, a la luz, sin dobles fondos ni cámaras oscuras. Los modistos modernos tienen que operar con arte, ingenio y habilidad supremos, echando mano únicamente para enmendar defectos, de fajas y engañabobos, como recursos últimos que les quedan de camouflage.
La moda del desnudo ha obligado a la mujer a utilizar como auxiliares del modisto, al profesor de belleza y al cirujano. En todas las grandes ciudades abundan, a manera de pequeñas capillas de la nueva religión del Desnudo, los beauty parlors, en los que se ofrece a la mujer hacerla nueva, mediante las artes de la pintura, escultura y arquitectura. En esos institutos, que podríamos llamar de decorado exterior, se le arreglan a la mujer manos, dedos, uñas, cejas, pestañas, cutis, etc., etc., mediante la aplicación de masajes, pinturas, polvos, ungüentos, grasas, cremas, etc.
En Nueva York existían el año pasado mil setecientos institutos de belleza femenina. Ahora, según informe presentado al Consejo Superior de Higiene, París ha sobrepasado ese número sobre Nueva York. El Ministro de Higiene tomó cartas en el asunto, tratando de reglamentar esos establecimientos, por considerar que constituían un verdadero peligro para la salud pública, a consecuencia de las drogas venenosas o de los procedimientos, igualmente nocivos para la salud de sus clientes, que emplean.
La mujer, ha declarado el jefe del servicio de laboratorios, doctor Bordas, «acude a los institutos de belleza, donde la entregan sin defensa a un maquinismo espantoso. La carne femenina es rasgada, aplastada y torturada por aparatos de una feroz precisión, llamados el aplastador, el rasgador, la ventosa mágica, el compresor, el aplanador, el depilador, el enflaquecedor, y otros muchos, destinados a borrar las jorobas, a aplastar las rodillas, a arreglar la nuca, a endurecer los senos, a quitar las arrugas del vientre, etc., etc. El cuerpo femenino no puede resistir este intensivo laminaje. Se refiere también el químico francés a los funestos resultados de otros mil procedimientos, con lo el esmaltaje, para dar blancura azulada al cuerpo, y las decoloraciones y ondulaciones eléctricas del cabello; a las erosiones, rojeces, descamaciones, tumefacciones, etc., que el empleo de tóxicos producen en la cara y cuerpo; y termina su informe afirmando que «si no se pone coto a todo este mercantilismo, que se aprovecha de la vanidad y de la credulidad de las mujeres, el daño será irreparable».
Pero es que las mujeres no se conforman con los institutos de belleza. Le han pedido, también, su auxilio a la cirugía estética. Y los médicos han puesto mano a la obra, convirtiéndose en creadores de belleza. Su misión científica no es ya evitar las dolencias o curarlas, únicamente, sino también enmendar la plana a la Naturaleza.
Y la mujer se somete dócilmente a las torturas de la cirugía estética, unas veces con éxito, más o menos pasajero, otras con fracasos irreparables. Tal aconteció hace poco a una pobre muchacha francesa que quiso afinarse las piernas, mediante una operación y que tuvo por consecuencia, gangrena, primero, amputación después. Menos mal que reclamó y obtuvo del cirujano una indemnización de 200,000 francos, condenándose, además, en la sentencia, las prácticas de la cirugía estética.
Otras, en cambio, obtienen resultados prodigiosos. Por lo menos, así acaba de declararse en París, en un Congreso de Cirugía, celebrado en octubre último. El profesor Dartigues, que se dedica a la cirugía estética, obtuvo estruendosas ovaciones de sus compañeros y curiosos, reunidos en el anfiteatro de la Facultad de Medicina, por los casos que presentó de operadas, principalmente en los senos. Después de sentar la premisa de que no puede haber belleza femenina sin senos y de que, para que éstos lo sean «deben estar formados de modo que se pueda trazar entre la base del cuello y sus dos salientes un triángulo equilátero», pasó a explicar la forma en que operaba, presentando varios casos curados, y las fotografías sacadas antes de la operación. Dice el periódico de donde tomamos estos datos, que el éxito del Congreso lo tuvo una artista de music-hall, clienta del doctor Dartigues.
Fue presentada «desnuda de la cintura para arriba, mostrando unos pechos perfectos» y junto a ella «una fotografía de la misma artista antes de la operación», y al ser examinada con una lupa por el Presidente del Congreso, Profesor Tixier, éste declaró ante la asamblea que «no se notaban huellas de la operación, salvo una ligerísima línea roja, casi invisible a simple vista».
Tal maravilla quirúrgica sólo adolece de un inconveniente: la denominación que llevan esas operaciones. Nada más que «mammectomía bilateral con ingerto aereolo-mamelonario libre».
El desnudo en la indumentaria femenina ha asociado forzosamente al modisto con el profesor de belleza y el cirujano. Dentro de poco encontraremos por las calles establecimientos con este rótulo: «Modas. Beauty Parlor. Cirugía estética».