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 Frente a la ciudad se levanta hoy un espigado Jesús en postura sacramental; sin embargo, los habaneros parecen haber desarrollado de antaño un sentido peculiar de la fe cristiana.
Acaso en la hora final los habaneros se atienen más a la tradición cristiana. Sin embargo en esta carta Fredrika Bremer comenta que «la religión ha muerto en Cuba».

Hoy es Jueves Santo, una gran fiesta para la Iglesia Católica, y por la mañana he visitado un par de templos en la ciudad. Había en ellos gran aparato. Las damas, vestidas como para un baile, estaban arrodilladas sobre magníficas alfombras, con trajes de seda y zapatos de raso, joyas, adornos de oro y flores, con el cuello y los brazos al aire. Y por todas partes, ligeras mantillas negras y abanicos brillantes que se movían en torno. También las muchachas muy  jóvenes van vestidas así. Cerca de ellas se mantienen de pie los caballeros, que las examinan con sus monóculos. Es en verdad hermoso ver a estas mujeres cubiertas de adornos, veladas sólo a medias; mujeres de todos los colores —pues también había entre ellas mulatas muy bien vestidas y con espléndidas figuras— arrodilladas por grupos en la nave central de la iglesia, hasta muy cerca del altar mismo; y ello es tanto más notable, cuanto que las españolas tienen ojos y bustos que en general son muy bellos. Pero la incapacidad para pensar con seriedad en todo lo que no sea con seriedad en todo lo que no sea coquetería y ligerezas disturba especialmente en un día como éste, el Día de la Comunión, que es ocasión solemne, tranquila, sin vanidad; una ocasión en la que se inicia la vida más alta y sacrosanta de la humanidad. Me acordé del Jueves Santo en la iglesia de Sankt Jakob, en Estocolmo; allí lo llaman «comunión privada». Llegaban familias completas, madres e hijos, a beber juntos del cáliz. ¡Recuerdo el silencio, el recogimiento profundo en la iglesia llena de gente...!
Entre los extranjeros de diferentes nacionalidades establecidos en Cuba, hay una sola y misma opinión sobre la absoluta ausencia de vida religiosa en la Isla. Los sacerdotes viven en patente contradicción con sus votos, no son respetados por nadie ni merecen serlo.
La vida moral no está mucho más alta que la religiosa. «Hay mucho amor y mucha pasión en Cuba —me decía un joven reflexivo que vive aquí—, pero más a menudo en el camino del vicio que en el de la virtud». Se adora ciegamente al dios dinero, y pocas veces se hace un matrimonio en el que no se tomen en cuenta sus consejos ante todo. Las mujeres que no se casan, pocas veces tienen una conducta intachable. Una amiga mía de cierta edad no conocía en La Habana más que a una sola mujer soltera de edad madura que fuese virtuosa. Entre los hombres no debe de haber ninguno.
Las gentes vienen a la bella isla como los parásitos, que solamente absorben la vida de la naturaleza y viven a costa suya; pero ésta se venga. Se enreda en torno a ellas con mil brazos y las envuelve, abatiéndolas; ahoga su vida superior y las convierte en cadáveres.

POR LA TARDE
He vuelto a visitar tres o cuatro iglesias de la ciudad. Esta tarde se hallan brillantemente iluminadas en el altar mayor y en torno a los retablos. Se encuentran menos llenas a esta hora que en la misa de la mañana, y la gente era menos elegante. Había varias personas arrodilladas que parecían rezar con devoción. En la catedral estaban sentadas, cada una a un lado de la iglesia, dos soberbias damas españolas, completamente cubiertas de joyas, con una mesa de cuestación ante ellas, con el fin de recaudar dinero para los pobres. Una sola de sus costosas joyas habría bastado para compensar los escasos donativos que la gente echaba en el cofrecito de las ofrendas. No tuve ninguna dificultad para entrar y salir, ni para mezclarme con la gente en las iglesias o con la multitud por las calles; todo se desarrollaba con absoluta tranquilidad. Parecía que la gente había salido para divertirse. Desde este momento hasta la mañana del, Domingo de Resurrección, todo estará en calma en La Habana. Ni una sola volanta se atreverá a mostrarse por las calles. Pero mañana habrá una gran procesión.
 DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Anteayer por la tarde contemplé la procesión desde un balcón, en casa de una pareja de americanos conocidos míos, en la Plaza de Armas. Con vestidos de baile, damas blancas, morenas y negras, acompañadas de sus caballeros, llenaban la plaza desde muy temprano por la tarde y se paseaban a placer, charlando y riéndose. Las mulatas se caracterizaban especialmente por su ostentación, por sus flores brillantes y por los adornos que llevaban a la cabeza y al cuello, mientras se contoneaban con su estilo de pavos reales. Se veía que la gente esperaba un gran espectáculo. Y efectivamente, éste se produjo en el crepúsculo, a la luz de las antorchas.
La imagen de Cristo yacente era conducida sobre un lecho de aparato, bajo una enorme araña de cristal que iluminaba el noble y pálido rostro de cera. Detrás conducían a María, que venía llorando, vistiendo un manto de terciopelo con bordados de oro y llevando una corona dorada en la cabeza (...) La procesión era larga y no carecía de pompa ni de dignidad. Entre los participantes observé una cantidad de negros que llevaban grandes telas blancas sobre el pecho y los hombros. Me dijeron que pertenecían a una especie de secta francmasónica que se adhiere a la Iglesia realizando obras de caridad, visitando los hospitales...
Miles de personas alborotaban alegremente en la plaza y por las calles, especialmente los negros, que iban vestidos con todos los colores del arco iris. Era un espectáculo brillante, pero no se podía imaginar nada que fuese menos apropiado para la ocasión. Ni un hálito de seriedad parecía tocar a aquella multitud. Se veía claramente en esta procesión que la religión ha muerto en Cuba!