Con la exposición «En mí, Naturaleza...» de la orfebre Olga González, inaugurada en la sala transitoria del Museo de Arte Colonial, esa institución celebra el aniversario de de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.
Atraída por el arte de la orfebrería, Olga González combina arte y naturaleza en sus disímiles collares, brazaletes, pulsas y pasadores, así como en piezas de carácter decorativo.

 Invadido por el ligero murmullo del constante aleteo de las mariposas, el Museo de Arte Colonial conmemoró un aniversario más de la fundación de la villa de San Cristóbal, con la presentación en su sala transitoria de la exposición «En mí, Naturaleza...» de la orfebre Olga González.
Collares y brazaletes, pulsas y pasadores, así como piezas de carácter decorativo, realiza Olga González, cuyo sentido de la naturaleza va más allá del reflejo del mundo exterior, para trasladarnos a un mundo espiritual, excepcional e intrínseco a su propia naturaleza artística.
Atraída por el arte de la orfebrería desde el año 1990, Olga trabaja la plata, cuyas características le son más afines y resulta —entre todos los metales— el que le proporciona belleza, brillantez y mayor esplendor a  las piezas por su nobleza y capacidad inalterable para reflejar e irradiar los rayos de luz natural. La sedujo también su naturaleza dúctil, suave, fácil... que le permite jugar a buscar formas, expresiones y sentimientos que acompañen sus sueños, como si volara, muy alto, al compás de sus mariposas imaginadas, de finos tonos de colores y con elegantes y gráciles movimientos.
A su impecable trabajo del metal, a la aplicación de las técnicas del grabado y calado, a la unión y engarce de las partes que las componen o que le dan movilidad, y a la terminación de cada una de ellas, se une —para buscar matices y nuevas expresiones— la utilización de conchas y corales, pulidos e insertados, o tal vez aglutinados.
La conjunción de cada elemento está concebida con previo sentido del diseño, del color y las tonalidades, a partir de una inspiración, un toque de imaginación, o –quizás– un sueño irrepetible difícil de olvidar. Y como la naturaleza es búsqueda, es movimiento, es imaginación, une a su más reciente trabajo el uso de las piedras, en el que el acto de creación se torna a la inversa. A partir de ellas es que fluye —como símbolo de perdurabilidad y fortaleza— la idea, y la imaginación comienza a moverse entre líneas y formas entrecruzadas en búsqueda de nuevos espacios, hacia lo inalcanzable, para traspolar lo material a lo espiritual.
«En mí, Naturaleza...», no es más que eso: un movimiento ascendente, tenue y casi imperceptible de lo real hacia un sentimiento frágil y etéreo.

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