Con materiales como madera, concha, nácar y piedras semipreciosas engastadas en plata, el orfebre Eduardo Núñez de Villavicencio Ferrer crear piezas únicas al combinar elementos de la joyería tradicional con otros más contemporáneos.
Descubrir secretos de una profesión antigua es la máxima de este artesano orfebre que dice interesarse por «tender un puente entre tiempos, incluir elementos de la llamada joyería tradicional en un diseño hecho hoy».
Una exploración artística que funde pasado y presente apelando a formas de la naturaleza, rostros humanos, abstracciones y símbolos utilizados a partir de códigos muy personales, fue la muestra «... entre tiempos...», que auspiciada por la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA) se exhibió en la Casa de la Orfebrería de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Sumando a los elementos de la joyería tradicional otros más contemporáneos, el orfebre Eduardo Núñez de Villavicencio Ferrer (...), se apropia de elementos del Art noveau para dar forma a piezas con una marcada asimetría, dispuestas analítica y equilibradamente.
Sustituir los esmaltes de las piezas Art nouveau por el nácar de la sigua, engastado en plata con técnicas que sólo permiten la elaboración de una pieza única, es lo que para Eduardo constituye una solución formal.
Él conquista y se deja conquistar con materiales como madera, concha, nácar y piedras semipreciosas engastadas en plata, los cuales al ser combinados con determinadas técnicas le permiten crear piezas únicas tales como Dama abanico –homenaje a René Lalique– o aquéllas inspiradas en personajes de las obras de renombradas figuras de la plástica cubana como Portocarrero (las Floras) o Servando Cabrera (las Habaneras).
Pero sorprende lo que en opinión de Eduardo son «piezas tal vez un poco olvidadas»: los camafeos que elabora en concha de Quinconte, nombre que en Cuba recibe la especie de Cásido (Cassis madagascarensis) conocida como concha sardónice. El trabajo que Eduardo realiza sobre la concha es totalmente manual, tan sólo con la ayuda de una fresadora de mano perfila la figura y termina con buriles.
Esta labor no es posible mecanizarla, pues para tallar un camafeo en concha es preciso realizar cortes a distintos niveles. Aparecen entonces diferentes tonos entre las capas de la concha, entre un fondo oscuro y una superficie clara, que van logrando el adecuado contraste en un efecto que aparenta velos.
De una concha –no existen dos iguales– se obtienen tres camafeos de tamaño regular, y es preciso utilizar sus protuberancias para aprovechar el relieve necesario al tallar las figuras.
Descubrir secretos de una profesión antigua es la máxima de este artesano orfebre que dice interesarse por «tender un puente entre tiempos, incluir elementos de la llamada joyería tradicional en un diseño hecho hoy».
Bienvenidos pues estos secretos revelados a través de sus manos y su oficio.
Sumando a los elementos de la joyería tradicional otros más contemporáneos, el orfebre Eduardo Núñez de Villavicencio Ferrer (...), se apropia de elementos del Art noveau para dar forma a piezas con una marcada asimetría, dispuestas analítica y equilibradamente.
Sustituir los esmaltes de las piezas Art nouveau por el nácar de la sigua, engastado en plata con técnicas que sólo permiten la elaboración de una pieza única, es lo que para Eduardo constituye una solución formal.
Él conquista y se deja conquistar con materiales como madera, concha, nácar y piedras semipreciosas engastadas en plata, los cuales al ser combinados con determinadas técnicas le permiten crear piezas únicas tales como Dama abanico –homenaje a René Lalique– o aquéllas inspiradas en personajes de las obras de renombradas figuras de la plástica cubana como Portocarrero (las Floras) o Servando Cabrera (las Habaneras).
Pero sorprende lo que en opinión de Eduardo son «piezas tal vez un poco olvidadas»: los camafeos que elabora en concha de Quinconte, nombre que en Cuba recibe la especie de Cásido (Cassis madagascarensis) conocida como concha sardónice. El trabajo que Eduardo realiza sobre la concha es totalmente manual, tan sólo con la ayuda de una fresadora de mano perfila la figura y termina con buriles.
Esta labor no es posible mecanizarla, pues para tallar un camafeo en concha es preciso realizar cortes a distintos niveles. Aparecen entonces diferentes tonos entre las capas de la concha, entre un fondo oscuro y una superficie clara, que van logrando el adecuado contraste en un efecto que aparenta velos.
De una concha –no existen dos iguales– se obtienen tres camafeos de tamaño regular, y es preciso utilizar sus protuberancias para aprovechar el relieve necesario al tallar las figuras.
Descubrir secretos de una profesión antigua es la máxima de este artesano orfebre que dice interesarse por «tender un puente entre tiempos, incluir elementos de la llamada joyería tradicional en un diseño hecho hoy».
Bienvenidos pues estos secretos revelados a través de sus manos y su oficio.