Un discurso de profundo contenido humanista trasluce en la obra de Maikel Herrera, artista que además de haber pintado diversas series, se ha apropiado de las posibilidades expresivas que ofrece el performance.
Maykel Herrera, como un perfecto equilibrista, camina por la cuerda floja de los sentimientos, de la cual penden las frustraciones y maquinaciones que caracterizan el comportamiento del hombre, tan complejo como impredecible en su devenir.

 La frase «Pienso, luego existo», formulada por Renato Descartes en el siglo XVII, ha trascendido en la historia de la filosofía por su esencia racionalista; sin embargo, fuera de contexto y despojada de su enunciado original, sirve de fundamento a Maykel Herrera (Camagüey, 1972) para articular un discurso de profundo contenido humanista. La elipsis en la frase es –en sí misma– una clave para desandar los vericuetos por los que ha atravesado la obra del pintor, desde su graduación en la Escuela de Artes Plásticas de Camagüey hasta ahora.
En la convulsa década del 90, la urgencia de un mercado del arte incipiente en la isla, impone a nuestros creadores la necesidad de insertar el discurso visual en los circuitos internacionales.
Maykel, que durante su época de estudiante adoptó valores más cercanos al academicismo, comienza a plantearse una estrategia acorde con las tendencias practicadas por la generación de los 80. Es imposible escapar ileso a las oleadas de excesivo vanguardismo y al discurso contestatario que, en casos puntuales, sacrifica el contenido de la obra a favor del tan llevado y traído postmodernismo. En medio de una marea que se mueve a favor del instalacionismo o el performance, incluso desde las posiciones institucionales, surge la serie «Ysla for ever», expuesta en el XVII Salón de Artes Plásticas Fidelio Ponce, en Camagüey.
En «Ysla...» el concepto de insularidad, basamento casi epistemológico de la sociedad cubana, sale a la palestra. El símbolo, la metáfora, la cita y la recontextualización emergen en postura reflexiva para poner en entredicho conceptos tan recurrentes como la identidad, la nacionalidad y la cubanía.
Después vendrán otras series: «Por dentro y por fuera», en la que comparte con Isabel de las Mercedes, quien representa uno de los más genuinos valores del arte naif camagüeyano; luego, con un acercamiento casi inevitable al soporte tridimensional, incursiona en el instalacionismo. De esta etapa sobresale un guayo gigante dispuesto a escurrir y purificar nuestras esencias.
En un intento más atrevido, el artista se apropia de las posibilidades expresivas que ofrece el performance, retoma el tema de la insularidad y da incluso su propia sangre para pintar con ella una reproducción a la usanza de las primeras impresiones gráficas que dejaron constancia del contorno físico de nuestro país. En esta Transfusión geográfica agota (por el momento) sus intenciones de recalar en la efímera existencia del body art.
 Aparece entonces una oportunidad para despejar las dudas existenciales. Seres que cargan a cuestas sus imperfecciones y frustraciones. Para extraer el dolor también hay que desgarrar la tela. En el espacio atiborrado aparecen los trazos caóticos y las texturas sobre la pincelada desenfrenada.
La gestualidad del action painting inaugura una singular interacción con la obra que por sí sola parece confesar uno por uno sus pecados.
Los Riesgos que aún no terminan, La Fatiga de la Conciencia o, inesperadamente, El suicidio de un niño, provocan un estado de remordimiento que cuestiona las inevitables debilidades de la naturaleza humana. Maykel llega a «...luego existo» con la misma audacia con que asume su inserción en el gremio artístico de la capital. Aquí echa el ancla para detener la travesía que una vez lo sedujo a desembarcar en la «tierra prometida».
Ahora, en un nuevo escenario (su estudio-taller en el Centro Histórico de la Habana Vieja), la perspectiva humana adquiere matices inexplorados por el artista.
Desde la vigilia, la sucesión de rostros lastima como un latigazo que abre viejas heridas del espíritu y la carne. Somos víctimas, pero al mismo tiempo, culpables de nuestras miserias. En esa rigidez que nos frustra los sueños, quedamos atrapados sin escapatoria, con el único consuelo de lo que pudimos ser o hacer. La serie «Anquilosis» reafirma una vocación genuina por la naturaleza del hombre en su concepto más genérico. Son retratos y no precisamente para alabar nuestras beldades. Son retratos al alma, que en cualquier momento puede rompérsenos con la misma fragilidad con que un globo estalla en las manos de un niño.
El acto de creación se convierte entonces en un ritual de exorcismo. Cada persona carga sus propios ángeles y demonios. Pero la intención no es trillar historias, sino más bien provocarlas con una visión abarcadora de la tragedia humana.
El anciano que antes cosía sus anhelos rotos, ahora sonríe discretamente, pues a fin de cuentas la vida no se acaba todavía (Cumpleaños de una sonrisa). Los personajes se repiten pero también se reconocen en situaciones (otras). En una suerte de autorretrato, el espejo devuelve una imagen conocida, sólo aparentemente (La ilusión que también ayuda). Sin ropajes, las aspiraciones quedan al desnudo y esos pequeños sueños que también ayudan a vivir se convierten, una vez más, en el refugio necesario.
Maykel, como un perfecto equilibrista, camina por la cuerda floja de los sentimientos, de la cual penden las frustraciones y maquinaciones que caracterizan el comportamiento del hombre, tan complejo como impredecible en su devenir.
En su más reciente serie, «Quimera en riesgo», valida los atributos que ya le pertenecen: la complejidad formal y visual que se teje a través de todo el lienzo con la soltura cromática del dripping. Con la reiteración de iconos como el globo o el goldfish construye un discurso metafórico que refuerza la fragilidad como estado permanente.
La máxima de Descartes: «Pienso, luego existo» aún atormenta el ingenio del artista. Develar los caminos de la existencia es un ejercicio arduo, de continua negación y reconocimiento. Sólo el dilema nos obliga a seguir, pues cuanto más nos acercamos a la verdad, más alejados estamos de ella.

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