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 La exposición «¡Kikirikí!» de Jorge Martell será inaugurada mañana sábado 17 de octubre en la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez como un homenaje al Día de la Cultura Nacional y al pintor cubano Mariano Rodríguez. Con una propuesta en la cual confluyen la pintura y la música, Martell incorpora en sus obras los símbolos mágicos del Reiki «energizando a la pieza y esta, a su vez, a los seres vivos y al ambiente donde esté desplegada».
Mis gallos parten de una figuración realista y se van estilizando hasta llegar al impresionismo, siempre alejándose de la imagen verdadera del animal, pues no soy un biólogo. Me he documentado  con alguna información gráfica para no estar demasiado distanciado  de las diferentes razas y tipos, pero quiero huir de lo totalmente figurativo y que el espectador se adentre en ese ser a través de su mirada.

 
 «Gallo No. 4 con Reiki», (2005). Mixta con pincel electrónico, pastel, acrílico, barnices (55 x 45)
Mariano, como artista de la vanguardia, trató de apropiarse de un lenguaje moderno, con preocupaciones que trascendían lo puramente estético y llenaban una necesidad de carácter social poco frecuente en la obra de arte precedente. Siguiendo esta inquietud, se interesó en el movimiento de los muralistas mexicanos —la mayoría de ellos de activa militancia política—, que revolucionaban las concepciones del arte y rediseñaban sus relaciones con el acontecer histórico-social de su entorno, y por eso viajó a México en 1936. Allí aprendió la técnica del fresco, con el objetivo de hacer a su regreso a Cuba una obra comprometida socialmente valiéndose del mural. Gracias a su talento logró sortear las diferencias culturales y fue capaz, después de un período en que se revelan inevitables nexos con el vanguardismo mexicano, de depurar y asimilar sus influencias hasta lograr una obra única e inconfundible. La década del cuarenta del siglo XX fue decisiva para el artista, pues comenzó la serie que lo inmortalizaría, la de sus Gallos, que iría transformándose y evolucionando en la medida en que incorporara  nuevos recursos expresivos.
 
 «Gallo 11 con Reiki»,(2005).Mixta con pincel electrónico, pastel, acrílico, barnices (55 x 45)
Desde que era un estudiante de arte admiré los Gallos de Mariano, en especial por su inocencia, por su empeño por estilizarlos con la menor cantidad de líneas posibles y por hacerlos prácticamente el centro de su creación, aunque para mí el gallo, como animal, nunca fue de gran importancia, hasta que hice el primero en homenaje al Año del Gallo de Madera en la Cultura China, mientras era estudiante de Feng Shui. La pieza gustó y empecé a saborear aquella figura masculina, aquel varón que escogía a su hembra dentro de muchas, por supuesto, con la dosis de machismo que esta simbología del animal implica. Dentro de esta muestra no faltan las gallinas, que no por menos representadas, dejan de ser mi homenaje particular a la hembra, a la mujer, a la esposa, a la madre, a la compañera, a la amiga, a la perpetuadora de la especie humana…
El gallo, como alegoría, ha ocupado un importante escaño en la cultura universal: desde importante símbolo en Francia y Portugal a la iconografía de diferentes religiones, como la yoruba, para la que cobra suma relevancia, o la católica, para la que su canto representa la resurrección de Cristo y también su nacimiento, con la Misa del Gallo, pues se cuenta que fue testigo de la natividad y cantó para anunciarla. En Asia es asimismo muy significativo, al ser considerado en la astrología china como el héroe y el más excéntrico de los doce animales convocados por Buda para representar las características humanas. En nuestro país, además de anunciarle al campesino, al hombre trabajador, que su jornada comienza, ha pasado al folklore con el Gallo de Morón, ciudad al norte de Ciego de Ávila en la que cuenta con una majestuosa estatua de bronce que cada seis horas emite el cántico en tres repeticiones.
 
«Gallos y gallinas no. 10 con Reiki», (2005).Mixta con pincel electrónico, pastel, acrílico, barnices (55 x 45)
Pero creo que ya se va haciendo larga la explicación de mis motivos para recordar a aquel hombre, todo un caballero, amable e inteligente, que tuve el placer de conocer hace más de cuarenta años.
Dedico esta exposición a él, al maestro Mariano Rodríguez; a su esposa y a los inolvidables compañeros de mi primera juventud en la Casa de las Américas, en especial a Umberto Peña, Lesbia Vent-Dumois, Adolfo Cruz Luis, César Ramos y a la familia Santamaría, con quienes pasé tan agradables e instructivos momentos, que fueron haciendo mi formación intelectual cada vez más sólida, en aquel lugar donde se respiraba cultura y buen gusto.  También a todos mis amigos, los viejos y los nuevos, pues se han unido con el buen pretexto de mi cariño para hacerme pasar los mejores momentos de mi vida, y al director de esta casa, Miguel Hernández Montesino, y a su equipo técnico. Pero, con permiso de todos, en primer lugar, al ser más maravilloso que he conocido, que he amado toda mi vida y me ha hecho sentir que el tiempo no ha pasado: a mi esposa por segunda vez, mi amiga, mi compañera, mi colaboradora, Cirita Santana, quien inteligente me hace creer que soy el Gallo del gallinero, y desde novios, hace casi cuarenta años, me inculcó su innato buen gusto y su constante creatividad, convirtiéndose en mi primera formadora, tarea a la que se sumarían después Carmelo González, Adolfo de Luis, Raúl Oliva, Fernando Pérez O’Reilly y Umberto Peña, exponentes inolvidables de nuestra cultura. Y ahora…¡que cante el Gallo!

Jorge Martell, desde un gallinero (con una sola gallina) en el Cerro, 2009