El San Ildefonso fue un navío de 74 bocas de fuego que integró la Armada Española. Construido en 1785 en el astillero de Cartagena y botado la víspera de San Ildefonso, se mantuvo 20 años al servicio de la Península hasta su captura por los ingleses en Trafalgar. En uno de sus viajes de América a España, teniendo como puerto escala La Habana, contó con la presencia a bordo del joven Simón Bolívar.
La historia comienza en el año 1782 cuando es comisionado el capitán de navío José Romero y Fernández de Landa, que posteriormente por sus méritos fuera nombrado ingeniero director de la Real Armada, para la confección en diseños de un navío de 74 cañones que sirviera como modelo en la construcción de los futuros bajeles españoles.
Un bajel muy marinero.
Una vez que los planos estuvieron delineados pasaron a manos del teniente general José de Mazarredo, quien inmediatamente dio su aprobación. Las obras se iniciaron dos años después en el astillero de Cartagena, botándose el bajel al agua el 22 de enero, víspera del día de San Ildefonso. Los primeros meses el San Ildefonso se mantuvo a prueba integrado a un pequeño convoy junto al navío San Juan Nepomuceno —el mismo que tendría por capitán al heroico Cosme Damián Churruca en la batalla de Trafalgar—, las fragatas Santa Brígida y Casilda. Una vez complementado este ejercicio el propio Mazarredo se pronunció respecto al San Ildefonso de la siguiente manera: «Salía a barlovento, como las fragatas; gobernaba y viraba como un bote; tenía una batería espaciosa…, estable en todas las posiciones, casos y circunstancias.»
Si bien era cierto que en gran medida era un bajel bien marinero, no escapó a algunos defectos, pues los balances y cabezadas eran algo violentos, que a la postre afectó la arboladura y disminuyó su andar de bolina, sobre todo con mar crispada. La influencia de este bajel, que sirvió en sus últimos años para los ingleses en la Royal Navy, llevó a la construcción de otros siete navíos en los arsenales de La Habana, Ferrol y Cartagena, conocidos como los San Ildefonsinos.
El San Ildefonso fue capaz de transportar una dotación de 500 hombres y desplazar mil 600 toneladas de arqueo, definido por sus 53 metros de eslora, 14 de manga y siete de puntal. Se distinguió por su velocidad y maniobrabilidad, por lo que fue empleado con frecuencia en labores de exploración.
Entre sus acciones meritorias a las órdenes del poder español están: su integración a la escuadra de José de Mazarredo en la campaña naval de Argel; ocupación de Tolón en 1793 como navío insignia de Federico Gravina; transportó en 1795 caudales para el ejército de Cartagena y posteriormente de América a España; navegó junto a la escuadra del Océano en 1797, y participó en la batalla del Cabo San Vicente.
Destinado a aguas americanas, dos años después llevó tropas para Santa Fe y Caracas mientras a su regreso embarcó como pasajero a Simón Bolívar, que marchaba a realizar estudios a Europa. Participó en 1805 en la Batalla de Trafalgar, donde fue capturado por los ingleses cuando realizaba acciones de observación, para luego ser utilizado por la Royal Navy con el nombre de HMS San Ildefonso.
Cuando el Libertador de América hizo suya a La Habana.
«Se aleja de la Guaira el San Ildefonso. No ha cumplido Simón los 16 años, pero desde niño sueña con visitar la tierra de sus antepasados, a donde no ha regresado ningún Bolívar desde que en 1589 vino a Venezuela el primero de ellos, Simón de Bolívar, el Viejo. En Madrid, por otra parte, vive su tío más querido, Esteban Palacios y desea verlo. Llegó, pues, por fin, el día de la gran aventura en que le acompaña su amigo Esteban Escobar. Ya entre los pasajeros se ha regado la noticia de que el navío hará escala en Veracruz, puerto de México, y en La Habana, para despistar a los enemigos de España que merodean los mares. Por esta razón, el San Ildefonso no va solo. Forma parte de una flotilla integrada, además, por el navío San Fulgencio, buque insignia, y las fragatas Esmeralda, Clara y Medea.»
Así precisa en su obra Bolívar en La Habana el investigador Vinicio Romero Martínez, la partida del navío San Ildefonso de la Guaira y la derrota a la que hubo de encomendar el gobierno del bajel para escabullirse de la aguda visión de los serviolas a bordo de las fragatas inglesas, que como escualos sobre las aguas, aguardaban la llegada de una presa para asestarle una dentellada a fuego de cañón.
En las jornadas iniciales de 1799 el bajel reeditaba la trayectoria que siglos antes siguieron las flotas de guarda de la Carrera de Indias. La proa del San Ildefonso enrumbó hacia el puerto de Veracruz y sobre su cubierta un mozo de tan solo 16 años dejaba ver en su rostro la admiración que le causaba el paisaje que se reflejaba en sus pupilas, en especial el fuerte de San Juan de Ulua con las anillas encastradas en los pétreos muros de su talud, cuya función era la de atar los calabrotes que mantenían a los bajeles sujetos en la rada.
En 46 días el futuro Libertador de América hubo de escudriñar cada pasaje urbano del Virreinato de Nueva España. En carta dirigida a su tío Pedro Palacios, el joven Bolívar afirma: «…por que ya se quitó el bloqueo que estaba en este puerto (…) pienso que tocaremos La Habana.» refiriéndose a las escuadras inglesas de la Royal Navy que custodiaban las aguas caribeñas en perjuicio de la navegación y comercio español.
El 20 de marzo elevan anclas y zarpan rumbo a San Cristóbal de La Habana, a la que arriban cinco días después.
Al hacer su entrada el San Ildefonso por el canal del puerto habanero, los dos intranquilos muchachos se debatían entre la regala de babor y estribor, pues tanto Bolívar como Esteban no sabían si admirar de un lado el imponente pie rocoso coronado por el Castillo de los Tres Reyes del Morro y la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, o dar unos cuantos pasos agitados para apreciar al otro lado una bella ciudad amurallada por tierra y mar, celosamente custodiada por los castillos San Salvador de la Punta y La Real Fuerza.
La expectación inicial del arribo apenas permitió al pequeño Simón percatarse que el San Ildefonso ya hacia amarras en el populoso muelle de San Francisco, justo frente a la Comandancia de Marina.
Sin embargo, aun deslumbrado, los ojos del «Libertador» buscaban espacio entre el frondoso bosque de mástiles pertenecientes a una veintena de bajeles surtos en la rada, tratando de detallar con mayor precisión el campanario del Convento de San Francisco de Asís. Al descender por las escalerillas un extraño artefacto reclamó su atención, se trataba de la Machina, una torre grúa compuesta de tres gruesos vástagos de madera articulados por un complejo sistema de poleas encargados de arbolar y colocar el resto de los aparejos a los bajeles.
Durante las dos primeras semanas de abril de aquel año 1799, Simón Bolívar recorrió las calles de los Oficios, Mercaderes, Empedrado, además se interesaría por conocer —al menos de lejos, pues era una institución militar—el Real Arsenal, que sobrada fama tenía en toda América por la calidad y cantidad de los bajeles construidos en sus gradas navales para la Real Armada española.
En más de una ocasión intentó ver alguna de las funciones que por esos días se ponían en los legendarios teatros habaneros, pero por su corta edad todo esfuerzo fue en vano. Sus andares de viajero trascendieron las fronteras de la muralla y por la puerta de Monserrate llegó hasta el Campo de Marte atraído por las formaciones matutinas del cuerpo de militares. Otro aspecto que llamó la atención del joven Bolívar fue sin lugar a dudas la frescura que experimentó en el interior de las casas coloniales, de arquitectura barroca pero muy diferente a la vista por él en América, esta última de marcado simbolismo aborigen, factor ausente en las edificaciones de La Habana colonial.
Aquellas dos semanas se escurrieron entre la avidez y la curiosidad, llegó entonces la hora de la partida. El San Ildefonso arribó al puerto de Santoña el 5 de mayo de 1799. En Madrid fue recibido por sus tíos Esteban y Pedro Palacios y bajo la tutela intelectual del Marqués de Ustáriz, Simón Bolívar —aun adolescente— se inició en los menesteres de los hombres de sociedad: la esgrima y los bailes de salón, al tiempo que perfeccionaba sus conocimientos literarios y científicos.
Así cierra una de las páginas de nuestra historia patria, en aquellos días en los albores del siglo XIX, en que el Libertador de América hizo suya La Habana.
Un bajel muy marinero.
Una vez que los planos estuvieron delineados pasaron a manos del teniente general José de Mazarredo, quien inmediatamente dio su aprobación. Las obras se iniciaron dos años después en el astillero de Cartagena, botándose el bajel al agua el 22 de enero, víspera del día de San Ildefonso. Los primeros meses el San Ildefonso se mantuvo a prueba integrado a un pequeño convoy junto al navío San Juan Nepomuceno —el mismo que tendría por capitán al heroico Cosme Damián Churruca en la batalla de Trafalgar—, las fragatas Santa Brígida y Casilda. Una vez complementado este ejercicio el propio Mazarredo se pronunció respecto al San Ildefonso de la siguiente manera: «Salía a barlovento, como las fragatas; gobernaba y viraba como un bote; tenía una batería espaciosa…, estable en todas las posiciones, casos y circunstancias.»
Modelo naval del San Ildefonso (izquierda). A la derecha retrato que refleja la fisonomia de Simón Bolívar cuando visitó La Habana. |
El San Ildefonso fue capaz de transportar una dotación de 500 hombres y desplazar mil 600 toneladas de arqueo, definido por sus 53 metros de eslora, 14 de manga y siete de puntal. Se distinguió por su velocidad y maniobrabilidad, por lo que fue empleado con frecuencia en labores de exploración.
Entre sus acciones meritorias a las órdenes del poder español están: su integración a la escuadra de José de Mazarredo en la campaña naval de Argel; ocupación de Tolón en 1793 como navío insignia de Federico Gravina; transportó en 1795 caudales para el ejército de Cartagena y posteriormente de América a España; navegó junto a la escuadra del Océano en 1797, y participó en la batalla del Cabo San Vicente.
Destinado a aguas americanas, dos años después llevó tropas para Santa Fe y Caracas mientras a su regreso embarcó como pasajero a Simón Bolívar, que marchaba a realizar estudios a Europa. Participó en 1805 en la Batalla de Trafalgar, donde fue capturado por los ingleses cuando realizaba acciones de observación, para luego ser utilizado por la Royal Navy con el nombre de HMS San Ildefonso.
Cuando el Libertador de América hizo suya a La Habana.
«Se aleja de la Guaira el San Ildefonso. No ha cumplido Simón los 16 años, pero desde niño sueña con visitar la tierra de sus antepasados, a donde no ha regresado ningún Bolívar desde que en 1589 vino a Venezuela el primero de ellos, Simón de Bolívar, el Viejo. En Madrid, por otra parte, vive su tío más querido, Esteban Palacios y desea verlo. Llegó, pues, por fin, el día de la gran aventura en que le acompaña su amigo Esteban Escobar. Ya entre los pasajeros se ha regado la noticia de que el navío hará escala en Veracruz, puerto de México, y en La Habana, para despistar a los enemigos de España que merodean los mares. Por esta razón, el San Ildefonso no va solo. Forma parte de una flotilla integrada, además, por el navío San Fulgencio, buque insignia, y las fragatas Esmeralda, Clara y Medea.»
Así precisa en su obra Bolívar en La Habana el investigador Vinicio Romero Martínez, la partida del navío San Ildefonso de la Guaira y la derrota a la que hubo de encomendar el gobierno del bajel para escabullirse de la aguda visión de los serviolas a bordo de las fragatas inglesas, que como escualos sobre las aguas, aguardaban la llegada de una presa para asestarle una dentellada a fuego de cañón.
En las jornadas iniciales de 1799 el bajel reeditaba la trayectoria que siglos antes siguieron las flotas de guarda de la Carrera de Indias. La proa del San Ildefonso enrumbó hacia el puerto de Veracruz y sobre su cubierta un mozo de tan solo 16 años dejaba ver en su rostro la admiración que le causaba el paisaje que se reflejaba en sus pupilas, en especial el fuerte de San Juan de Ulua con las anillas encastradas en los pétreos muros de su talud, cuya función era la de atar los calabrotes que mantenían a los bajeles sujetos en la rada.
Modelo naval del San Ildefonso expuesto en una de las salas del Museo Castillo de la Real Fuerza, realizado por los hermanos modelistas Bouza Miranda. |
El 20 de marzo elevan anclas y zarpan rumbo a San Cristóbal de La Habana, a la que arriban cinco días después.
Al hacer su entrada el San Ildefonso por el canal del puerto habanero, los dos intranquilos muchachos se debatían entre la regala de babor y estribor, pues tanto Bolívar como Esteban no sabían si admirar de un lado el imponente pie rocoso coronado por el Castillo de los Tres Reyes del Morro y la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, o dar unos cuantos pasos agitados para apreciar al otro lado una bella ciudad amurallada por tierra y mar, celosamente custodiada por los castillos San Salvador de la Punta y La Real Fuerza.
La expectación inicial del arribo apenas permitió al pequeño Simón percatarse que el San Ildefonso ya hacia amarras en el populoso muelle de San Francisco, justo frente a la Comandancia de Marina.
Sin embargo, aun deslumbrado, los ojos del «Libertador» buscaban espacio entre el frondoso bosque de mástiles pertenecientes a una veintena de bajeles surtos en la rada, tratando de detallar con mayor precisión el campanario del Convento de San Francisco de Asís. Al descender por las escalerillas un extraño artefacto reclamó su atención, se trataba de la Machina, una torre grúa compuesta de tres gruesos vástagos de madera articulados por un complejo sistema de poleas encargados de arbolar y colocar el resto de los aparejos a los bajeles.
Paisaje de la rada y villa habanera. |
En más de una ocasión intentó ver alguna de las funciones que por esos días se ponían en los legendarios teatros habaneros, pero por su corta edad todo esfuerzo fue en vano. Sus andares de viajero trascendieron las fronteras de la muralla y por la puerta de Monserrate llegó hasta el Campo de Marte atraído por las formaciones matutinas del cuerpo de militares. Otro aspecto que llamó la atención del joven Bolívar fue sin lugar a dudas la frescura que experimentó en el interior de las casas coloniales, de arquitectura barroca pero muy diferente a la vista por él en América, esta última de marcado simbolismo aborigen, factor ausente en las edificaciones de La Habana colonial.
Aquellas dos semanas se escurrieron entre la avidez y la curiosidad, llegó entonces la hora de la partida. El San Ildefonso arribó al puerto de Santoña el 5 de mayo de 1799. En Madrid fue recibido por sus tíos Esteban y Pedro Palacios y bajo la tutela intelectual del Marqués de Ustáriz, Simón Bolívar —aun adolescente— se inició en los menesteres de los hombres de sociedad: la esgrima y los bailes de salón, al tiempo que perfeccionaba sus conocimientos literarios y científicos.
Así cierra una de las páginas de nuestra historia patria, en aquellos días en los albores del siglo XIX, en que el Libertador de América hizo suya La Habana.
Fernando Padilla González
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