A Samuel de Champlain deben los europeos del siglo XVI una muy válida descripción de la bahía de La Habana y sus alrededores.
Hacia 1600 y 1601 navega las Antillas y América Central uno de estos grandes personajes. Los grabados lo muestran con el bigote copioso y el cabello largo, en lo cual se nos emparienta algo con un vecino cualquiera de nuestros días. Se nombra Samuel de Champlain y es de Brouage, Francia, donde nació alrededor de 1570.
Desde finales del siglo XV, en ocasiones por motivos fortuitos, otras porque el llamado Nuevo Mundo abría un nuevo caudal de riquezas al Viejo Mundo, la isla de Cuba se halló con frecuencia en la derrota de aquellos navegantes temerarios y entonces aún desconocidos cuyos nombres engrosarían los anales del Descubrimiento y la Conquista de América.
Exploradores, aventureros, cazafortunas, gentes con diversos intereses, de todas las profesiones y oficios se aventuraron a cruzar el océano en embarcaciones que hoy nos asombran por su endeblez y rusticidad, pero que al parecer fueron lo suficientemente marineras para alcanzar la otra orilla y, algunas, para iniciar un incesante ir y venir en que cada uno de aquellos hombres estaba consciente de que aquel podía ser su último viaje. Tales fueron los conquistadores hoy esculpidos en monumentos, bustos, retratados en cuadros, reproducidos en sellos de correos, recordados en nombres de ciudades, de plazas, calles, monedas…
Hoy, no puedo negarlo, son personajes históricos de maravillosa audacia… las más de las veces impulsada por una desmesurada ambición.
El siglo XVII abre pleno de interrogantes. Los tesoros potenciales del Nuevo Mundo encandilan la pupila de los europeos. Hacia 1600 y 1601 navega las Antillas y América Central uno de estos grandes personajes. Los grabados lo muestran con el bigote copioso y el cabello largo, en lo cual se nos emparienta algo con un vecino cualquiera de nuestros días. Se nombra Samuel de Champlain y es de Brouage, Francia, donde nació alrededor de 1570.
Exploradores, aventureros, cazafortunas, gentes con diversos intereses, de todas las profesiones y oficios se aventuraron a cruzar el océano en embarcaciones que hoy nos asombran por su endeblez y rusticidad, pero que al parecer fueron lo suficientemente marineras para alcanzar la otra orilla y, algunas, para iniciar un incesante ir y venir en que cada uno de aquellos hombres estaba consciente de que aquel podía ser su último viaje. Tales fueron los conquistadores hoy esculpidos en monumentos, bustos, retratados en cuadros, reproducidos en sellos de correos, recordados en nombres de ciudades, de plazas, calles, monedas…
Hoy, no puedo negarlo, son personajes históricos de maravillosa audacia… las más de las veces impulsada por una desmesurada ambición.
El siglo XVII abre pleno de interrogantes. Los tesoros potenciales del Nuevo Mundo encandilan la pupila de los europeos. Hacia 1600 y 1601 navega las Antillas y América Central uno de estos grandes personajes. Los grabados lo muestran con el bigote copioso y el cabello largo, en lo cual se nos emparienta algo con un vecino cualquiera de nuestros días. Se nombra Samuel de Champlain y es de Brouage, Francia, donde nació alrededor de 1570.
Una crónica olvidada
Del libro Voyage de Champlain, del cual existen ediciones en inglés y francés, entresacamos sus apreciaciones sobre Cuba, que a continuación transcribimos para disfrute del lector:
«Dicho puerto de La Habana es uno de los más bellos que he visto en todas las Indias. Tiene la entrada muy estrecha, entre dos castillos fortalezas, muy buenos y bien provistos de lo que es necesario para conservarlo, y de un fuerte a otro hay una cadena de hierro que cruza la entrada del puerto. Dentro de dicho puerto hay una bahía que contiene en redondo más de seis leguas, teniendo una legua de ancho, donde se puede anclar en todos los lugares, a tres, cuatro, seis, ocho, diez, quince y dieciséis brazas de agua, y pueden estacionarse allí gran número de barcos. Hay allí una ciudad muy buena y muy comercial.
«(...) La isla en la cual está dicho puerto y la villa de La Habana se llama Cuba. Hay en dicha isla cantidad de frutas muy buenas, entre ellas unas que se llaman piñas, que se asemejan perfectamente a los pinos de por acá. Le quitan la cáscara, luego la cortan por la mitad, como manzanas, y tiene muy buen gusto, muy dulce, como azúcar. Hay cantidad de ganado, como bueyes, vacas y puercos, que es la mejor carne de todas en ese país.
«(...) Estuvimos cuatro meses en La Habana, y partimos de allí con toda la flota de las Indias, que se había congregado de todas partes, fuimos a pasar por el Canal de Bahamas, que es un paso de consecuencia, por donde es preciso pasar al regresar de las Indias. A uno de los lados de dicho paso, al norte, está la tierra de la Florida, al sur La Habana».1
Con su estilo de cronista desenfadado, y gracias a que en él convivió también el oficio de escritor, tuvieron sus contemporáneos —y también nosotros, siglos de por medio— una descripción de la entonces ya renombrada ciudad de La Habana que dentro de apenas unos años alcanzará su medio milenio de fundada y hace de ella no solo una de las primeras siete villas cubanas, sino una de las más antiguas urbes del llamado Nuevo Mundo.
1 Campoamor, Fernando. «Samuel de Champlain y Cuba», en Bohemia, 17 de julio de 1970.
Leonardo Depestre Catony
Escritor y periodista
Escritor y periodista