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La alfarería española con influencia morisca, es un excelente elemento cronodiagnóstico de los tiempos del contacto y asentamiento de las primeras villas y núcleos poblacionales.

La cerámica española en los contextos arqueológicos habaneros: análisis diacrónico.
Siempre hemos adolecido de las necesarias e importantes generalizaciones, entendiendo por tal, planteamientos que rebasen la simple descripción y reconocimientos tipológicos.
En La Habana, treinta años de excavaciones más o menos sistemáticas, permiten tener una idea aproximada de la distribución cronológica de la alfarería española, vista como parte de una compleja urdimbre tipológica, mezclada con producciones tanto americanas como europeas e incluso asiáticas.
Esta claro que las tipologías dominantes durante el siglo XVI corresponden a las importadas directamente desde España, sobre todo de Andalucía, por las razones históricas concretas reseñadas brevemente en la primera parte de este artículo. Ciertamente, acotando un poco más la afirmación, la alfarería española con influencia morisca, es un excelente elemento cronodiagnóstico de los tiempos del contacto y asentamiento de las primeras villas y núcleos poblacionales.
Será la alfarería a imitar por los ceramistas nativos, claro está, adoptando solo las formas, pues las decoraciones estaban veladas a sus posibilidades. Por otra parte, es la alfarería que tipifica los antrosoles primarios más antiguos de La Habana y aparecerá ocasionalmente en franca convivencia estratigráfica con instrumentos aborígenes, tales como artefactos de concha, piedra en volumen e incluso alfarería aborigen, como vasijas y burenes.
Desafortunadamente, son pocos los contextos puros del siglo XVI, pues el subsuelo de San Cristóbal ha estado sometido a continuas y sistemáticas alteraciones; pero en casas como las de Mercaderes Nº 15, Museo de los Árabes, Hostal El Comendador y Palacio de los Condes de Santovenia, por sólo mencionar algunas, la presencia de cerámica española de tradición morisca es muy abundante, aspecto que articula con el hecho de que estas casas están asentadas sobre sitios urbanizados en el propio siglo XVI. Esto trajo como consecuencia que, al no ser modificados con la construcción de estos inmuebles, dichos contextos primarios, de cronología tan temprana para la ciudad, lograron mantenerse inalterados durante cuatro centurias, para finalmente ser intervenidos arqueológicamente.
En el último cuarto del siglo XVI, la ciudad de Puebla de los Ángeles comienza a consolidarse como centro industrial cerámico. Razones de cercanía y precio fueron determinantes para que la cerámica novohispana comenzara a llegar a San Cristóbal a bordo de los buques que hacían el tornaviaje. La alfarería facturada en España comenzó a perder empuje y presencia mercantil en La Habana.
Numerosos alfareros peninsulares se instalaron en el Nuevo Mundo buscando, justamente, diversos horizontes. Con ellos viajaba su menaje cultural, recibido y transmitido generacionalmente. En una fecha tan temprana como el año 1557, encontramos un expediente de concesión de licencia para pasar a la ciudad de México a favor de maese Bartolomé Carretero, maestro de hacer loza y vidriado, vecino de
Talavera de la Reina, en compañía de un criado.
De igual forma que la cerámica facturada en la península dominó la decimosexta centuria, su similar novohispana ocupará el mercado habanero durante el siglo XVII.
Con todo, no puede decirse que el flujo proveniente de España cesó, por el contrario, se mantuvo, pero de una forma mucho menos dominante.
La mesa pasó a ser ocupada por las vajillas decoradas en Puebla, a imitación de la porcelana oriental que también se introducía de contrabando en La Habana, pues las clases económicas de Cuba se podían pagar esos y muchos más lujos.
Esta realidad productiva y mercantil inhibió casi por completo la manufactura ceramista en La Habana, aunque las clases de menor poder adquisitivo satisfacían sus necesidades con pequeñas producciones lugareñas pues, no tenían acceso a las lozas ricamente decoradas.
Lo anteriormente expuesto no valida el planteamiento arqueológico que durante mucho tiempo se ha venido haciendo relativo a que la presencia de cerámica importada o porcelana en un contexto arqueológico era sintomático del nivel económico de las personas que habitaban la casa y permítasenos aquí una ligera desviación del tema principal de estas reflexiones.
Es necesario una disquisición en tal sentido: en las excavaciones arqueológicas efectuadas en contextos habaneros, la porcelana oriental aparecerá ligada
estratigráficamente a una cerámica de tradición aborigen, pues no se puede perder de vista que en las casas opulentas la servidumbre jamás comía ni usaba la vajilla de los dueños de la casa, con lo cual están conviviendo y siendo usadas bajo un mismo techo, platos lujosos, que valían su peso en plata, junto a ollas de barro vidriadas de las más comunes.
Así, al romperse eran desechadas y arrojadas al mismo basural o letrina, pasando a formar parte de loza, estratos arqueológicos y diferenciando eso sí, los diferentes estadios sociales que habitaban un mismo recinto, pues tanta presencia tiene uno como otro resto material.
El dominio de la alfarería novohispana se mantendrá hasta la segunda mitad del siglo XVIII. A La Habana entrarán otras producciones americanas, pero su presencia estratigráfica, desde el punto de vista cuantitativo, es intrascendente. Si embargo, referencias documentales nos permiten aseverar que vasijas como las botijas atestarán las bodegas de los galeones.
A nuestro juicio durante este siglo llegarán otras tipologías a La Habana, concretamente elaboradas por artistas valencianos y catalanes, lo cual amplía de forma considerable la naturaleza de las importaciones, antaño sólo sevillanas.
De la costa levantina llegaban los preciosos azulejos catalanes y valencianos con escenas costumbristas o paisajes urbanos, y las vajillas de Poublet, aunque a decir verdad, y arqueológicamente hablando, el siglo XIX perteneció de forma mayoritaria a la loza inglesa, pero continuaba entrando cerámica española.
En el último cuarto del siglo XVIII aparece la loza inglesa, fin de un largo camino, en virtud de lograr un ceramio de igual nobleza que la porcelana oriental. Eran tiempos de rápidas expansiones, de un comercio mucho más abierto y en pocos años la nueva loza, hermosa y barata, desplazará del mercado a la ya entronizada cerámica novohispana, imponiendo su usanza en cuanta mesa noble se preciara de estar a la moda.
En este punto cabría preguntarse: ¿qué está sucediendo con la alfarería española?
Según lo que hemos podido inferir, combinando los contextos arqueológicos con las referencias históricas, la centuria decimonónica en San Cristóbal de La Habana verá el resurgir de la presencia hispana, en cuanto a materiales cerámicos se refiere.
Ciertamente, una gran parte de la oligarquía financiera de la ciudad enviaba encargos a fábricas británicas o francesas, pero otra parte seguía prefiriendo las vajillas quemadas en los hornos de Sargadelos.
Por otra parte, hay una eclosión sostenida, desde la segunda mitad del siglo XVIII y durante todo el XIX, de la presencia de azulejos, bien sea para decorar los zócalos de los húmedos zaguanes habaneros o sencillamente por el mero placer decorativo. Está claro que, las funciones utilitarias y decorativas estarán indisolublemente unidas.
De igual forma, no es descartable que la cerámica más basta y utilitaria, pongamos por ejemplo las losas rojas para solados, siguieron entrando a la ciudad incluso cuando el siglo XIX exhaló su último aliento. Testimonio más que fehaciente de ello es la carga extraída del pecio San Antonio, hundido a tiro de piedra de la fortaleza de la Punta en el año 1907.
Reflexiones generales.
Sin duda alguna, la cerámica española se impuso a lo largo de 379 años de dominación colonial en la capital cubana. Ser puede concluir que los ceramios hispanos pueden agruparse, hasta el momento, en dos grandes grupos.
El primero de ellos aparece en la Isla desde el mismo momento de conquista y colonización, y está conformado, fundamentalmente, por tiestos de mayólica que, decorativamente, pueden clasificarse dentro de las tradiciones moriscas e italiana.
Estos ejemplares (escudillas, platos, tazas...) constituyeron los exponentes que, por excelencia, decoraron las mesas habaneras hasta, aproximadamente, la segunda mitad del siglo XVII. Esta vajilla, sin embargo, era muchas veces llenada gracias a otros modestos pero, numerosos e importantes ceramios que, aunque ordinarios, se encargaban se transportar desde la metrópoli las conservas que ingerían los comensales del Nuevo Mundo. No obstante, pese a su ordinariez, estas botijuelas continuaron utilizándose hasta finales del siglo XIX, sobreviviendo por mucho, a las finas mayólicas venidas desde la península ibérica.
Este grupo de ceramios marcó de tal modo su impronta en los alfareros mexicanos que, a partir del siglo XVIII, fue la mayólica importada desde este territorio la que desplaza definitivamente, salvo raras excepciones, a los tiestos españoles en la preferencia de los habaneros. A pesar de ello, el espíritu de la cerámica ibérica siguió reinando, pues en muchos de estos materiales se copiaron los diseños creados por los artistas españoles, ya fueran de Triana o Talavera de la Reina.
Mientras esto sucedía y el fenómeno se repetía en el siglo XIX y la inundación del mercado cubano, en general, con la loza inglesa; se decoraban los inmuebles habaneros con grandes lienzos de azulejos españoles manufacturados en Valencia y Cataluña. No queremos decir con esto que, en siglos anteriores no se utilizaran con igual recurrencia las olambrillas y azulejos en techos, paredes y pisos, sino que realmente el auge de la azulejería ibérica en dicho siglo vino a sustituir, de manera más que suficiente, los tiestos españoles, cuando éstos ya habían prácticamente desaparecido de las mesas habaneras.
Es por ello que nunca falta un elemento cerámico de origen español en las excavaciones ubicadas en el Centro Histórico de La Habana Vieja. Tras casi dos décadas de trabajo ininterrumpido y de experiencia y diálogo con los ítems, nos hablan y nos descubren cuatro siglos de ir y venir, de verter y botar, de usar y reutilizar, de naufragios y rescates y, finalmente, de cuidados, museos e investigaciones.
Bibliografía
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- Panamá, 235, L.8, F.308v-309r. 1549
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- Indiferente, 2049, L. 15, N.2. 1557
- Deagan, Kathleen (1987): Artifacts of the Spanish Colonies of Florida and the Caribbean 1500-1800. Vol. I. Smithsonian Institution Press. Washington D.C.
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- Pichardo, Hortensia (1984): Documentos para la historia de Cuba. T. I. Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de La Habana.

(Artículo publicado en la Revista de Arqueología del siglo XXI. Año XXV, # 274. MC
Ediciones, Madrid, 2004).

Lisette Roura Alvarez y
Carlos Alberto Hernández Oliva

Arqueólogos