Entre las mujeres que cultivan la cerámica se encuentra Martha Jiménez, quien desde su Camagüey funde sus inquietudes artísticas en la masa de barro disponible. De sus manos salen variados personajes, sus seres voluminosos, que en variados momentos han sido expuestos en otras porciones de nuestra Isla. Hace unos años los mostró en el Museo de la Ciudad con la muestra «De la tierra a la vida».
Su arte integra con eficacia un mundo de fábula que atrapa al instante. El aliento «ingenuo» de las esculturas cerámicas de Martha Jiménez se debe esencialmente a la técnica artesanal con que construye sus obras, sin esmaltes y casi monocromáticas.

Para la ceramista cubana Martha Jiménez la palabra es el barro. Con el material primigenio narra historias reales y también esculpe leyendas de Cuba. Todas matizadas con una imaginación sabia, que capta del entorno y apresa en formas acariciables, para regalarnos una realidad que, en miniatura, es reflejo de la que vivimos.
 ¿Su frontera? Esta isla, que trasciende al expresarla. Porque mirando sus seres voluminosos, inmersos en la cotidianeidad –sin estorbarnos paredes, techos, tiempo ni espacio– deja ver el conjunto que somos, como si nos observáramos desde la ventanilla de un ómnibus que cruza por nuestras calles. Nos vemos en la interpretación del artista, a través de sus ojos y temperamento.
En las terracotas de Martha cubiertas con rakú –esa arcilla roja y dúctil recogida en su Camagüey natal– que expuso en la sala transitoria del Museo de los Capitanes Generales, con el título «De la tierra a la vida», la laureada creadora resume nuestros sueños, fantasías, esperanzas y realidades. Permeados de humor y amor, para concluir que merecemos un lugar bajo el sol.
Un universo de barro se hace corpóreo ante las retinas. Hay personajes comunes de cualquier barrio o ciudad, sentados en parques, charlando, durmiendo, cantando... Hombres y mujeres de la vida cotidiana ataviados a su forma. Porque Martha sueña y crea. Su experta laboriosidad integra con eficacia un mundo de fábula que atrapa en la primera mirada. El aliento «ingenuo» de las esculturas cerámicas de Martha Jiménez se debe en buena medida a la técnica artesanal con que construye sus obras, sin esmaltes y casi monocromáticas, extrayendo sólo diversas tonalidades de la arcilla, para estar más cerca de la tierra. Ella, al nutrirse del legado del arte tradicional, violenta las barreras distintivas entre lo culto y lo vernáculo para así poner en crisis una serie de definiciones anquilosadas que limitan la expresión creativa. Es la vida cubana la que allí «retrata», son nuestros mitos, defectos y virtudes los que se observan en el volumen. Entre las piezas señorea Amantes bajo el tiempo, con la que la artista –graduada de la Escuela Nacional de Instructores de Arte en 1965– alcanzó el Premio Internacional UNESCO, además del otorgado al mejor conjunto de obras en FIART 97.
El apagón, Carga de amor, entre otras, pertenecen a una serie sobre la actual crisis económica cubana (Período Especial) y están trabajadas con el candil y el quinqué «para que cuenten la historia de este tiempo»; Siesta, Confidencias, Nido... constituyen retablos populares y barrocos que viajan entre las dimensiones. En todos asaltan los duendes de la imaginación que salen de las manos diestras de una artista, que además saben cómo modelar y trasmitir la gracia, ligereza y vitalidad de los contornos materializados en su discurso plástico.
Con sus cerámicas, Martha Jiménez ilumina con luz propia, la ya fértil cerámica cubana de estos tiempos.

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