La publicación de un volumen como Escultura en Cuba siglo XX constituye un aporte sustancial a nuestro arte escultórico. Un libro así viene a llenar un gran vacío informativo, posible gracias a la laboriosidad de su autor, el investigador José Veigas, y a la participación de la Fundación Caguayo y la Editorial Oriente en la fase de hacerlo realidad. Desde el 2005 circula «este vital empeño historiográfico».
Con un libro de este tipo nos percatamos que somos eternos aprendices, confesos desconocedores de nombres, fechas, primicias interesantes. Hasta el momento de su publicación conocíamos a medias la historia de la escultura en Cuba.
Por acumulación informativa fue posible la realización de Escultura en Cuba siglo XX. No había otra manera, ni tan siquiera hubieran sido suficientes el entusiasmo y el deseo emprendedor de cualquiera que acometiera semejante labor. Mas, en este caso, una obra así –a manera de diccionario– tuvo a su favor otras dos ventajas: la existencia de pormenorizados datos históricos, artísticos, biográficos et al de un gran centenar de cultores del volumen como manifestación plástica, y la sabia concatenación y empleo de todo ello por el talento probado de un investigador y crítico de artes como José Veigas, quien desde hace varios años ha ofrecido certeras e imprescindibles señales en torno a la memoria histórica del arte cubano.
Una gran paciencia, la identificación con aquello ya pasado –sea revelador, insignificante– han sido factores para que a partir de ahora mismo conozcamos mejor pormenores de la escultura en Cuba: la realizada aquí por cubanos y extranjeros, en mármol o barro, madera o metal, hormigón o bronce, además de detalles que mueven a la reflexión y a ciertas interrogantes. Éste es un libro de consulta, que puede ser leído por cualquiera de sus partes. Da igual y hasta es más efectivo así. Incluso, la lectura tal vez no llegue a completarse de punta a punta, porque los diccionarios no son presa fácil para aquellos ánimos absolutamente abarcadores. No obstante, sin la conciencia por la totalidad perderíamos hechos desconocidos para el justo momento, que muy bien podría ser ahora, mañana o nunca. Al menos, tenemos una opción con este vital empeño historiográfico y la tranquilidad de que la desmemoria ha tenido otra vez una victoria menos a su favor. A no dudarlo, estamos salvados con Escultura en Cuba siglo XX.1
Completar la memoria que nos pertenece ha sido una de sus divisas. En una bella edición ha quedado registrado lo que en algún instante podíamos haber dado por desconocido y/o perdido. «Palabras preliminares», del crítico y ensayista Antonio Desquirón Oliva, y «Quién es quién», de José Veigas, abren el volumen. Las claves de la edición se nos ofrecen con ambos textos. Luego, el núcleo medular: listado alfabético de escultores y arquitectos implicados con nuestra escultura: cubanos y extranjeros (en una sección aparte); una relación cronológica con las exposiciones dedicadas a esta manifestación artística y realizadas en el país; así como una bibliografía general.
Con un libro de este tipo nos percatamos que somos eternos aprendices, confesos desconocedores de nombres, fechas, primicias interesantes. Tenemos esa certeza. Hasta el momento de su publicación conocíamos a medias la historia de la escultura en Cuba, de la cual hemos tenido noticias por esfuerzos similares de periodistas, académicos y críticos. En esta oportunidad, sin análisis ni comentarios y mucho menos sin una dilatada narración, todo cuanto debía demostrar Veigas ha sido logrado. Por consiguiente, se trata apenas de una aproximación «lacónica» y mucho más completa al inalcanzable horizonte que resulta ser la historia. Y, en efecto, únicamente desde las referencias. Excluidas ha habido alguna que otra, pero resultan imperceptibles. La densidad de datos merma todo esfuerzo que procure evaluar las posibles omisiones. Así de simple.
Este nuevo aporte es sólo un momento más en ese esfuerzo indagador que caracteriza a José Veigas, nuestro gran albacea contemporáneo de cuanto (casi) ha sido en el arte insular. Después de contar con un libro que nos detalla lo inimaginable de la escultura en nuestro país, sólo nos queda el deseo de frutos similares que amplíen y maticen, presenten y sobredimensionen zonas similares del proceso artístico cubano. Recordemos que la información le «sobra», dispuesta se encuentra en su morada capitalina para curiosos y aprendices que coordinan la visita feliz, allí donde se siente el pulso de la historia y se respira mejor. ¿Qué seríamos sin sus arcas reveladoras, sin su exquisita colección de catálogos, sin toda esa información que nos supera? Y aun más, ¿sin el oportuno empeño editorial que hermana ideas, tinta y papel en el tiempo justo?
Un siglo después de la proliferación en toda la Isla de la manifestación escultórica, cuenta ella ya con un exhaustivo registro historiográfico, algo que ahora mismo se torna una insuficiencia en algunas de las restantes artes visuales cubanas. Entonces, ¿en lo sucesivo a cuál le corresponde el sobrenombre de Cenicienta?
1Inicialmente fue presentado en Santiago de Cuba, pues este libro era un proyecto con el que la Fundación Caguayo celebraba además una década de trabajo cultural. Luego, el 20 de diciembre de 2005, su segunda presentación tendría lugar en la capitalina galería Villa Manuela (UNEAC).
Una gran paciencia, la identificación con aquello ya pasado –sea revelador, insignificante– han sido factores para que a partir de ahora mismo conozcamos mejor pormenores de la escultura en Cuba: la realizada aquí por cubanos y extranjeros, en mármol o barro, madera o metal, hormigón o bronce, además de detalles que mueven a la reflexión y a ciertas interrogantes. Éste es un libro de consulta, que puede ser leído por cualquiera de sus partes. Da igual y hasta es más efectivo así. Incluso, la lectura tal vez no llegue a completarse de punta a punta, porque los diccionarios no son presa fácil para aquellos ánimos absolutamente abarcadores. No obstante, sin la conciencia por la totalidad perderíamos hechos desconocidos para el justo momento, que muy bien podría ser ahora, mañana o nunca. Al menos, tenemos una opción con este vital empeño historiográfico y la tranquilidad de que la desmemoria ha tenido otra vez una victoria menos a su favor. A no dudarlo, estamos salvados con Escultura en Cuba siglo XX.1
Completar la memoria que nos pertenece ha sido una de sus divisas. En una bella edición ha quedado registrado lo que en algún instante podíamos haber dado por desconocido y/o perdido. «Palabras preliminares», del crítico y ensayista Antonio Desquirón Oliva, y «Quién es quién», de José Veigas, abren el volumen. Las claves de la edición se nos ofrecen con ambos textos. Luego, el núcleo medular: listado alfabético de escultores y arquitectos implicados con nuestra escultura: cubanos y extranjeros (en una sección aparte); una relación cronológica con las exposiciones dedicadas a esta manifestación artística y realizadas en el país; así como una bibliografía general.
Con un libro de este tipo nos percatamos que somos eternos aprendices, confesos desconocedores de nombres, fechas, primicias interesantes. Tenemos esa certeza. Hasta el momento de su publicación conocíamos a medias la historia de la escultura en Cuba, de la cual hemos tenido noticias por esfuerzos similares de periodistas, académicos y críticos. En esta oportunidad, sin análisis ni comentarios y mucho menos sin una dilatada narración, todo cuanto debía demostrar Veigas ha sido logrado. Por consiguiente, se trata apenas de una aproximación «lacónica» y mucho más completa al inalcanzable horizonte que resulta ser la historia. Y, en efecto, únicamente desde las referencias. Excluidas ha habido alguna que otra, pero resultan imperceptibles. La densidad de datos merma todo esfuerzo que procure evaluar las posibles omisiones. Así de simple.
Este nuevo aporte es sólo un momento más en ese esfuerzo indagador que caracteriza a José Veigas, nuestro gran albacea contemporáneo de cuanto (casi) ha sido en el arte insular. Después de contar con un libro que nos detalla lo inimaginable de la escultura en nuestro país, sólo nos queda el deseo de frutos similares que amplíen y maticen, presenten y sobredimensionen zonas similares del proceso artístico cubano. Recordemos que la información le «sobra», dispuesta se encuentra en su morada capitalina para curiosos y aprendices que coordinan la visita feliz, allí donde se siente el pulso de la historia y se respira mejor. ¿Qué seríamos sin sus arcas reveladoras, sin su exquisita colección de catálogos, sin toda esa información que nos supera? Y aun más, ¿sin el oportuno empeño editorial que hermana ideas, tinta y papel en el tiempo justo?
Un siglo después de la proliferación en toda la Isla de la manifestación escultórica, cuenta ella ya con un exhaustivo registro historiográfico, algo que ahora mismo se torna una insuficiencia en algunas de las restantes artes visuales cubanas. Entonces, ¿en lo sucesivo a cuál le corresponde el sobrenombre de Cenicienta?
1Inicialmente fue presentado en Santiago de Cuba, pues este libro era un proyecto con el que la Fundación Caguayo celebraba además una década de trabajo cultural. Luego, el 20 de diciembre de 2005, su segunda presentación tendría lugar en la capitalina galería Villa Manuela (UNEAC).
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