Antiguo Casino Español de La Habana, este lujoso edificio es hoy el Palacio de los Matrimonios.

Antigua sede del Casino Español de La Habana, este lujoso edificio de Prado y Ánimas es hoy el Palacio de los Matrimonios.

Todo hombre sabio ama a la esposa que ha elegido.
Homero
(poeta y rapsoda griego)

Si bien una de las esquinas más populares del Prado habanero es la de Neptuno, inmortalizada en el célebre cha-cha-chá La engañadora, de Enrique Jorrín, presumiblemente la más recordada y significativa para más de una generación de capitalinos es la de Ánimas.
Allí se erige uno de los más lujosos edificios de esa arteria, construido hace un siglo para albergar el Casino Español de La Habana. Sin embargo, ha trascendido durante los últimos 40 años como el sitio donde muchas parejas han oficializado su juramento de amor: el Palacio de los Matrimonios de La Habana Vieja.
Aunque existen en la ciudad catorce instituciones de su tipo, personas de diversos municipios —incluso, distantes— eligen el Palacio de Prado y Ánimas para hacer expreso su deseo de convertirse en cónyuges, corroborando el «sí, quiero».
La mayoría de las veces, los novios eligen ese inmueble sin conocer su historia, ni que fue el primero de los palacios que se refuncionalizaron en el país con ese fin: celebrar las nupcias en un ambiente propicio y evocador.
Bastan su vistosa arquitectura y boato interior para querer vivir allí el momento irrepetible de la ceremonia nupcial cuando, vestidos de traje y velo, escoltados por sus familiares más queridos, los futuros cónyuges oficializan su relación, de acuerdo con el Código Civil, jurándose fidelidad y amor eternos.
Al erigirse en el más vistoso y renovado Palacio de los Matrimonios cubano, el coloso de Prado justiprecia esa tradición que, aunque laica, exige una solemnidad acorde con el alto significado que le otorga la sociedad cubana.

La culminación de la fachada en un gran
frontón elíptico entre belvederes delata la ascendencia ecléctica de un inmueble cuya silueta destaca en la horizontalidad de la arquitectura de herencia neoclásica del Prado.

Casino Español de La Habana
Alentados por un sentimiento comunitario e integracionista, los españoles que durante la colonia y la etapa republicana emigraron hacia Cuba —en su mayoría sin familia, amigos ni recursos— se agruparon en lo que denominaron centros regionales. Eran instituciones «que al principio no admitían socios cubanos, y luego no los aceptaban para formar parte de sus juntas directivas», comenta el historiador Emilio Roig de Leuchsenring en su libro La Habana; apuntes históricos.1
En la calle Prado, rebautizada más tarde como Paseo de Martí, se erigieron tres de estas sociedades: el Centro Gallego, el Centro de Dependientes y el Casino Español de La Habana. Fue fundado este último el 11 de junio de 1869 «propendiendo a la solicitud de los españoles y sus descendientes en nuestro país, así como a la armonía y unión cordial entre españoles y cubanos en el común esfuerzo de enaltecer y honrar a la Patria».2
Considerado muy selecto por el nivel de sus socios, el Casino tenía como objeto promover, consolidar y difundir la hermandad entre cubanos y españoles residentes en la Isla; exaltar los valores culturales de España y de Cuba, así como proporcionar a sus socios toda clase de recreos y esparcimientos.
Aunque radicó en diferentes sedes —primero, en la calle San Rafael esquina a Industria—, es en 1914 cuando pasa a ocupar definitivamente el fastuoso inmueble en el Prado, proyectado por el arquitecto Luis Dediot, quien contaba con obras relevantes en la capital, entre ellas las sedes de diferentes firmas bancarias.
Bastaron dos años para la construcción del palacete. Así, el 15 de febrero de 1914 fue inaugurado en presencia —entre otras distinguidas personalidades— del entonces presidente de la República Mario García Menocal y su esposa Mariana Seva, el ministro de España, [embajador] Alfredo Mariátegui y el Excelentísimo obispo de La Habana, monseñor Pedro González Estrada.
Se trata pues de un edificio de tres plantas con amplio portal público, logia y balcones corridos en el primer piso y asomos individuales en el segundo. Contaba con biblioteca, oficinas, salas de tresillo, de armas y de deportes, cocina, barbería, salón de taquillas y duchas, salón de billares, dominó y cantina y cuarto para uso de los empleados.
«Su estilo es el más fino y bello plateresco, que lo hace lucir como una verdadera joya arquitectónica; y en sus salones, además de las habituales fiestas, se han celebrado, de tiempo en tiempo, interesantes exposiciones de buenos artistas españoles», subraya Roig de Leuchsenring.3
En 1961 el Gobierno Revolucionario nacionaliza el Casino, y el inmueble es reacondicionado como Casa de Cultura y sede del Sindicato de Artes y Espectáculos. Un lustro más tarde, ocupada la edificación por el Ministerio de Justicia, es designada Palacio de los Matrimonios.
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1Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana; apuntes históricos. Municipio de La Habana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, 1963, pág. 308.
2Libro de Cuba. Talleres del Sindicato de Artes Gráficas de La Habana, 1954, pág. 735.
3Emilio Roig de Leuchsenring: Ob. cit, p. 311.
Otra fuente consultada: Estudio histórico «Casino Español de La Habana» (inédito), de Zenaida Iglesias Sánchez y Daniel Vasconcellos Portuondo.


Una joya patrimonial
Para 2005, el grado de deterioro del edificio iba en aumento; entonces la Oficina del Historiador de la Ciudad asumió el reto de devolverle el boato de antaño.
Según la memoria descriptiva del proyecto, el propósito fue recuperar el total esplendor que lucía en sus orígenes el edificio, cualificando el servicio de Palacio de los Matrimonios con sus salones de ceremonias bien diferenciados.
Debido a que el inmueble es exponente de la arquitectura con valores patrimoniales (Grado de protección patrimonial 2), toda acción constructiva se basó en el estudio de los materiales y técnicas originales, además de que fueron reintegrados únicamente los elementos faltantes o con mayor deterioro.
A pesar de tratarse de una construcción casi centenaria, la fachada había preservado su solidez y encanto, por lo que solo se procedió a hacerle una limpieza general e iluminarla, con lo cual en las noches se resaltan los valores del edificio. Los dos faroles que custodian el acceso principal sí fueron restaurados.
En cuanto a la carpintería, se sustituyeron o repararon puertas y ventanas, además de herrajes y vidrios. Los revestimientos con mármoles blancos de Carrara, incluyendo las escaleras, balaustradas, pasamanos y zócalos fueron conservados íntegramente, y solo se realizaron las labores de restauración requeridas y la mínima restitución.
Los trabajos sobre paredes y techos mantuvieron las imágenes originales, al tiempo que se resaltaron con tintas y pátinas todas las cornisas, molduras, baquetones y florones de yeso. Por su estado de deterioro, la variada colección de muebles, luminarias y pinturas decorativas también requirió de una inmediata restauración y conservación.
A los espacios de aprovechamiento público se ha añadido el que, con entrada por la calle Ánimas, da acceso a las oficinas administrativas del Palacio, e incluye el área de servicio de los pretendientes. Asimismo, el salón destinado a área de brindis se sumará ahora a los de casamientos bajo el nombre Salón Marfil.
En el transcurso de la obra sorprendió a quienes allí laboraban la aparición de una pintura mural, sepultada por más de 40 años bajo sucesivas capas de otras pinturas. Hallada en las paredes del antes conocido como Salón Rosado, hoy Rojo —y que se presume, en tiempos del Casino Español, fuera la Sala de Juntas—, fue rescatada en su mayoría.
Se trata de imágenes del león rampante, símbolo de lo «español», denominado así en heráldica al ser representado de perfil mostrando un ojo y una oreja, levantado sobre la pata trasera izquierda con la garra derecha y la pata izquierda adelantadas, en disposición de agredir. Este animal evoca el espíritu guerrero, con las cualidades de vigilancia, dominio, soberanía, majestad y bravura.
Sin embargo, si bien este hecho resulta revelador a la luz de la restauración, lo más novedoso ha sido la nueva función otorgada al Salón Dorado, donde ya no será la protagonista la melodía de la marcha nupcial, sino la que en vivo ejecuten los músicos que se presenten en la hoy sala de conciertos.

Imagen superior: vista general del Salón Rojo, solicitado por los contrayentes debido a la magnificencia de su decoración y por
ser de mayor tamaño respecto al Verde (imagen inferior izquierda).
A la derecha, detalle de la pintura mural antes de ser rescatada. Repite la imagen del león rampante, símbolo genérico de lo «español».

 

 

Sala de conciertos Ignacio Cervantes
Con un concierto a cargo del Conjunto de Música Antigua Ars Longa, el imponente Salón Dorado del Palacio de los Matrimonios de Prado resurgió el domingo 18 de diciembre de 2011 como Sala de Conciertos, más tarde nombrada Ignacio Cervantes, en homenaje a uno de los más auténticos compositores cubanos.
«Danzas y villancicos del Barroco Americano» fue el título del programa que interpretó la agrupación  —bajo la  dirección de Teresa Paz y Aland López— y que incluyó, entre otras, obras de Gaspar Fernández, y repertorio del siglo XVI de la Nueva España.
De esta manera el nuevo espacio dedicado a la música de cámara se integraba a los escenarios musicales de la Oficina del Historiador: la Basílica Menor de San Francisco de Asís, dedicada a la música coral y de concierto; la Iglesia de San Francisco de Paula, a la antigua, y el Oratorio San Felipe Neri, sede del Lyceum Mozartiano, a la lírica.
La sala, que posee capacidad para 210 personas, atesora un piano Steinway modelo D de gran cola (c. 1925) ebonizado, fabricado en Estados Unidos y restaurado por  Klavierhaus (New York) en 2010.
Donado a la institución por Salomón Gadles Mikowsky,  pianista y pedagogo cubano, catedrático de piano en la Manhattan School of Music de Nueva York, el instrumento fue «inaugurado» el 18 de marzo por José María Vitier, quien sugirió que esta sala fuera nombrada Ignacio Cervantes.
Para la ocasión, el compositor y pianista seleccionó un repertorio que, bajo el título «Clásicos cubanos», además de incluir algunas obras de su autoría, brindó en versiones muy personales una breve antología de autores cumbres del pentagrama insular, entre ellos Manuel Corona, Luis Casas Romero, Moisés Simons, Gonzalo Roig, Miguel Matamoros, Ernesto Lecuona y Adolfo Guzmán.
Ubicado en la última planta del edificio, este espacio se distingue por su decoración con pinturas y vitrales en las paredes y en el techo, al que adornan además los escudos de las entonces 49 provincias españolas, más el correspondiente al Concejo de Piloña.
Desde su apertura, se han presentado en sus salones tanto músicos consagrados como noveles, y ha acogido parte de los festivales de Música Antigua y el Leo Brouwer de Música de Cámara.
De esta manera resplandece nuevamente el palacete de Prado entre Ánimas y Virtudes. Al igual que en sus orígenes, cuando en su recinto juntas, encuentros de esgrimas y tertulias literarias coexistían con bailes, fiestas, banquetes y hasta con la presentación de populares figuras como Rita Montaner, hoy armonizan en él la función de solemnizar el matrimonio civil con la de deleitar los sentidos mediante la música y, por qué no, también la arquitectura.
Más que expresión de cultura o estilo, ambas manifestaciones representan el disfrute del presente a partir del rescate del pasado.

Imagen superior: Vistas del otrora Salón Dorado. Acondicionado como escenario musical, con capacidad para 210 personas, este espacio es programado por la Oficina del Historiador de la Ciudad como parte de su proyecto cultural. Imágenes inferiores: Autor del libro Ignacio Cervantes y la danza en Cuba, el pianista y pedagogo Salomón Gadles Mikowsky prueba el piano Steinway que donó a la sala de conciertos homónima.

Karín Morejón Nellar
Opus Habana

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