De la costumbre de nombrar padrinos y testigos de la boda a parientes, amigos y conocidos de buena posición económica, y, sobre todo, de los regalos que éstos deben hacer.
«(…)mayor número de testigos, mayor número de regalos; así como que siempre sean personas de calidad… y cantidad, aunque apenas conozcan a los novios y sus familiares».

Apenas los novios señalan la época o fijan la fecha en que ha de celebrarse la boda, la primera y más trascendental preocupación de la novia y sus familiares es el trousseau o canastilla. Hay que habilitar a la novia. Y aquí se me presenta una duda y confusión que nunca he podido desvanecer: ¿a qué se debe el que todas las novias anden mal de ropa, principalmente de ropa interior? No hay ninguna que se pueda casar con la que tiene. ¿Es de mala clase, estropeada o posee pocas piezas para cambiárselas frecuentemente? Me explico que compren cosas de uso general para la casa, si es que va a poner casa; pero prendas de uso particular e intimo, no. Me parece que antes de la boda la novia se viste y se desviste, sale a la calle, va a los teatros, a las fiestas, y para todos esos actos debe tener ropa abundante y en buen estado. Entonces, ¿por qué no quieren casarse con la que tienen? Bueno está que si la fecha de la boda coincide con la necesidad de comprarse algo, se lo compren; pero que siempre resulte que las novias al casarse están necesitadas de ropa, a la verdad… no me lo explico.
Explicado o no explicado, la realidad es que la novia tiene que habilitarse. Y a ello se dedicará la familia y hasta las amigas intimas, durante varios meses. Visitas a las tiendas, a costureras, etc., de la mamá con la niña. Llegadas al oscurecer a la casa, sudorosas, estropeadas, jadeantes. Discusiones diarias con la costurera que han tomado a jornal para las cosas de menor importancia. Peleas con el padre cada vez que se presenta una cuenta. Relatos interminables al novio, por la noche de lo que ella ha hecho durante el día, enseñándole las cosas que ha comprado… aunque no todas, pues hay ciertas piezas de ropa, vaporosas, tenues, sutiles, de las que el novio no tendrá ahora más que una incompleta y fugitiva visión, que se le fijará en su mente despertándole un mundo de voluptuosos pensamientos y tentadoras promesas.
Es necesario mandar a buscar algo a Paris, aunque sea un par de medias, pues si no, ¿cómo van a poder decir, cuando describan la boda los cronistas sociales:
«El trousseau magnífico».

«Del mejor gusto».

«Modelos todos de última novedad».

«Como que proceden de una de las mejores maisons de Paris».

«De la Rue de la Paix».

«La calle de las más lujosas tiendas».

«Y las más caras?».

Si los futuros esposos van a poner casa –lo que no es de moda en estos tiempos–, o se van a vivir –el último grito de la moda actual– en un departamento (cuarto y servicios sanitarios) de la casa de los padres de él o de ella, los muebles a los efectos de su compra, se distribuirán entre los parientes, amigos, padrinos y testigos.
Se hace una lista de las cosas necesarias: juego de cuarto, de comedor, piezas para la sala, lámparas, vajilla, etc., y bien se le señala a cada uno lo que se desea que regale, si la confianza que con él se tiene lo permite; o bien, si es persona de cumplido, se le indican discreta e indirectamente las distintas cosas que todavía no tienen los novios, para que el presunto donante elija, según sus recursos o compromiso con la familia.
En esto de los regalos, las bodas han llegado a constituir verdaderos atracos al bolsillo de los parientes, amigos y hasta conocidos de los novios. Se les asalta sin contemplaciones y por procedimientos no muy distintos a los usados por los bandoleros en el campo, o por los rateros en la ciudad. Y el sistema es tan perfecto, que de conocerlo a él hubiera dedicado M. Goron uno de sus libros. Se ha llegado a inventar un tipo especial de atraco que nunca soñaron ni Raffles ni Arsenio Lupín.
Ya saben ustedes a qué me refiero, ¿verdad?
A la costumbre de nombrar padrinos y testigos de la boda a parientes, amigos y conocidos de buena posición económica. Éstos no pueden excusarse. Sería un desastre horrible para la familia. Tienen que aceptar. Y si aceptan… ¡pues tienen que hacer algún regalo! Y, ¡oh, maravillosa inventiva criolla!, para eso, exclusivamente, se le nombró padrinos o testigos. El regalo tiene que estar de acuerdo con la posición de que goza o quiere aparentar la persona designada. Y hasta en esto se explota la vanidad humana. «Fulano nos hace creer que está muy rico –se dicen los novios y sus familiares–, pues si los nombramos padrino, para confirmar esa falsa posición, se verá obligado a hacer un regalo espléndido».
Relatado esto se explica fácilmente que hoy se nombren numerosos testigos para las bodas: mayor número de testigos, mayor número de regalos; así como que siempre sean personas de calidad… y cantidad, aunque apenas conozcan a los novios y sus familiares.
Y, ¡guay de aquel desgraciado del que se corra en la sociedad que hace buenos regalos cuando actúa de testigo! ¡No habrá boda en la que no se le designe como tal!
Se de un señor que gozaba de esta fama y sufría todas sus consecuencias, hasta que un buen día un amigo caritativo le abrió los ojos y le dio el remedio.
–En la próxima boda que lo nombren testigo, no haga usted regalo alguno– le dijo. Efectivamente, desde entonces no se han vuelto a acordar de él para nombrarlo testigo. Carecía de requisito esencial para el desempeño de ese alto cargo: No regalaba.
–Bien– me preguntará algún lector ingenuo– está admirablemente planeada esa combinación para conseguir regalos; pero lo que casi siempre regalan esos testigos o padrinos, son objetos de arte: jarrones, lámparas, estatuas. Y a veces sucede que los novios reciben varios objetos iguales. Como usted ve, amigo costumbrista, no se resuelve el problema de habilitar la casa o el departamento (cuarto y servicios sanitarios) con los regalos que hagan los padrinos y testigos.
–¡Ay, mi amigo lector! ¡Qué feliz es usted siendo tan ingenuo! La previsión criolla todo lo tiene resuelto. Lo que usted dice es exacto. Existen esa dificultad y ese peligro que destruirían por completo el plan puesto en ejecución.
Pero… la clase de regalos que se hagan a los novios por los padrinos o testigos o por cualquiera otra persona, es cosa que importa poco. Lo que interesa es que manden regalos. Estos se reciben, se agradecen y se exhiben a los amigos la semana anterior a la boda, publicándose a veces la lista de los mismos en los periódicos. Y después que pasa la boda –fíjese bien, ingenuo amigo lector– sean útiles y necesarios a los nuevos esposos, y los demás se canjean por otros necesarios, y que no se ha logrado obtener regalados, en alguna de las varias casas que existen en nuestra capital dedicadas exclusivamente a esa clase de transacciones mercantiles matrimoniales.
¿Qué les parece? Las hazañas de Colón, Velásquez y Narváez son juegos infantiles comparadas con esta maravillosa hazaña y descubrimiento criollo-habanero.


(Esta crónica fue publicada por el semanario Carteles en la edición correspondiente al 12 de diciembre de 1937).

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