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Dada la asimilación por Cuba de estilos arquitectónicos, elementos de la culinaria, vocablos... árabes, hubo sobradas razones para que el 16 de noviembre de 1983 fuese inaugurada en el Centro Histórico de La Habana, la Casa de los Árabes que, con el objetivo de reflejar en nuestro país las huellas de la arquitectura y la cultura de esa región, celebra su XXX aniversario. A propósito de la fecha, Rigoberto Menéndez Paredes, director desde 1989 de dicha institución, comparte con Opus Habana enfoques y perspectivas de su más reciente libro Árabes de cuentos y novelas.

 

 

Perteneciente a la Oficina del Historiador de La Habana, la Casa de los Árabes dirigida hace más de 20 años por Rigoberto Menéndez Paredes, es un museo único de su tipo en Cuba que atesora un fondo bibliográfico de más de tres mil títulos, y un centro desde donde se promueve lo mejor de la cultura árabe e islámica.

 

Dada la asimilación por Cuba de estilos arquitectónicos, elementos de la culinaria, vocablos... de origen árabes, hubo sobradas razones para que el 16 de noviembre de 1983 fuese inaugurado en el Centro Histórico de La Habana el Museo Casa de los Árabes que, con el objetivo de reflejar en nuestro país las huellas de la arquitectura y la cultura de esa región, celebra ahora su XXX aniversario. A propósito de la fecha, Rigoberto Menéndez Paredes, director desde 1989 de dicha institución, comparte con Opus Habana enfoques y perspectivas de su más reciente libro Árabes de cuentos y novelas, publicado en 2011 por la editorial española Huerga y Fierro Editores.

A pesar de ser Cuba destino de inmigraciones árabes en los siglos XIX y XX, ¿cuál cree usted que pudiera ser la causa de que en la narrativa cubana sea tan pobre la temática árabe?

Quisiera en primera instancia acotar que lo que adolece de pobreza o lo que es escaso en la narrativa cubana y en la literatura hecha por cubanos en sentido general es la temática de las migraciones árabes y el personaje del inmigrante árabe, pues la temática árabe es rica en la poesía y los ensayos del universal José Martí, de lo cual se ha escrito y queda aún por escribir, y también alusiones a la cultura árabe e islámica están presentes en otros poetas coterráneos como Juan Clemente Zenea y Julián del Casal. Sin embargo, pese a que Cuba está recibiendo oleadas de migrantes libaneses, palestinos y sirios desde 1870 y principalmente estas se hicieron muy notorias en el período entre las dos guerras mundiales del siglo XX, ninguna de las novelas y cuentos cubanos de este siglo tienen como tema central la inmigración árabe. Hay autores mencionados en el libro, como Carlos Loveira, Félix Pita Rodríguez y Antón Arrufat, por solo citar algunos ejemplos, que incluyen uno que otro personaje árabe migrante, pero no es el tema central de sus ficciones. ¿Razones? Yo hablaría más bien de conjeturas: quizás la poca visibilidad del inmigrante árabe, que en la percepción popular del pasado era distinguible como un vendedor de baratijas pero al que por lógico desconocimiento no se le reconocía en ocasiones por su correcto gentilicio, solía aplicársele el epíteto incorrecto de «turco» y el más incorrecto de «polaco», en el que se englobaba también a los hebreos vendedores a plazos. Es posible también que la temprana asimilación de la colectividad de cepa árabe en Cuba, más prematura aún que en otros países del continente determinara la carestía temática a la que aludimos. También aquí juega su papel lo subjetivo: los autores son libres de elegir un tema y han preferido otros y no este, al menos en el pasado, porque hoy, a la luz de las investigaciones realizadas en Cuba sobre el proceso etnocultural de los árabes en la Isla, hay ya algunos escritores, y me incluyo, que están haciendo esfuerzos al respecto.

En las obras de García Márquez que usted analiza en su libro, puede apreciarse una evolución del sujeto árabe dentro de la novelística de este escritor. ¿Cree que esta se corresponda con el cambio en la visión de los colombianos acerca de los emigrantes levantinos en su país?

Dicha evolución, en mi criterio, pasa más bien por las peculiaridades de la obra en que García Márquez coloca personajes árabes migrantes o habla de la colectividad. Por ejemplo, en sus primeras novelas los individuos de este origen étnico son denominados sirios, el caso de Moisés, el almacenista de La Mala Hora y El coronel no tiene quien le escriba o «turcos», pero ya en la eminente obra Cien años de soledad, se menciona más el nombre de árabe, aunque cuando el narrador alude a la calle comercial mantiene el mismo nombre por el que se le conocía en su pueblo natal, en Aracataca: «la calle de los turcos». Sin embargo, el ecumenismo étnico se manifiesta más en Crónica de una muerte anunciada; aquí a todos los personajes de este origen se les llama árabes y ese rasgo se le da también a la lengua y se aplica cuando se describe a los personajes. Por ejemplo, Santiago Nasar, el infortunado protagonista, tiene «los párpados árabes de su padre» y cuando se usa la denominación «turco», es solo en boca de los únicos personajes que no admiran a Santiago. Creo que más bien, en el caso de García Márquez, la causa de esta evolución tiene que ver con su elección personal a la hora de ejercer el solitario oficio de escribir.

En algunos de los textos que conforman su libro es notable que en países como Argentina y Brasil hay un tratamiento más depurado y complejo, en la construcción narrativa del sujeto árabe ¿Cree usted que esto esté relacionado con afinidades personales o que responda a circunstancias sociales que no se dan, por ejemplo, en Colombia o en Chile?

Es probable que en los Estados mencionados haya diferencias: en los dos primeros, es decir Argentina y Brasil, no hubo tantas dificultades de integración para las colectividades mesorientales de lengua árabe como sí las hubo, en sus primeros tiempos, en Colombia y Chile. Lo que sí aprecio es que en la narrativa argentina y brasileña abundan más los autores sin ascendencia árabe que cultivan el tema, si se compara con Chile, por ejemplo, donde es abrumador que los escritores que seleccionan este tema sean hijos o nietos de árabes e incluso árabes nativos si incluimos dentro de esa producción literaria el libro Memorias de un emigrante, del sirio Benedicto Chuaqui, nativo de Homs.

¿Por qué decidió focalizar su libro solo al estudio de obras narrativas?

Por una simple razón: el rastreo de la poesía con este tema se hace más dilatado y por fortuna conté dentro de mi acervo con un libro de poemas monotemático: El reino errante, del colombiano Jorge García Usta que, aunque en verso, puede leerse como una crónica migratoria exquisita.

La inmigración árabe en América Latina tuvo una importancia social, económica, cultural, entre otras, en los países, por lo que constituyó un tema socorrido en la producción literaria latinoamericana. Teniendo esto en cuenta, ¿cuáles fueron los parámetros en los que usted se apoyó para hacer la selección de las obras?

El objetivo de convertir esta fascinante investigación en libro hizo que se produjera un primer corte, que no significa, por supuesto, que la etapa heurística haya concluido. Se trata de una investigación muy rica, en la que no hago distingo de autores más conocidos o menos conocidos, aunque en Árabes de cuentos y novelas se sometan a exégesis obras y narradores clásicos. Por lo tanto, a la hora de hacer la selección me basé en el inventario de aquellos textos al alcance que contuvieran este tema en su trama.

¿En qué medida cree usted que Árabes de cuentos y novelas constituye un punto de ruptura y/o continuidad en su quehacer literario, que incluye las obras Componentes árabes en la cultura cubana y Los árabes en Cuba?

El libro supone ruptura en cuanto al tipo de obras seleccionadas. Como historiador y ante todo, como investigador, he dedicado casi todo el tiempo a investigar procesos migratorios de la comunidad árabe en Cuba y América, basado en métodos de las Ciencias Sociales, pero mi devoción por la literatura me ha llevado a cumplir el deseo de estudiar obras literarias a partir de los instrumentos en los que me siento cómodo, o sea, buscar no solo en textos históricos, sino en la literatura el reflejo de esa inmigración, lo cual embellece toda investigación. La Historia, considero, es una de las Ciencias Sociales que más se acoge a la interdisciplinariedad y, por tanto, no ha sido contradictorio, sino lógico, extender el quehacer heurístico al campo de la ficción, que no está ajeno a mis gustos y a mi creación. Así que están comprendidas las dos cosas, dialécticamente: ruptura de un esquema en el que soy conocido, y continuidad temática.