La mañana de este jueves 9 de octubre, ante la efigie del Padre de la Patria en la Plaza de Armas, combatientes, familiares de patriotas, escolares y pobladores de La Habana Vieja rindieron tributo a Carlos Manuel de Céspedes en el aniversario 140 del inicio de las gestas independentistas en La Demajagua, el 10 de octubre de 1868.

Tras el acto en la Plaza de Armas, los asistentes se trasladaron a la Sala de las Banderas en el Museo de la Ciudad.

 
 El Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque (izquierda) extendió las cintas de la ofrenda floral enviada por el Comandante en Jefe, Fidel Castro. Junto a Almeida, el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler.

El aniversario 140 del inicio de las gestas independentistas cubanas, iniciadas por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, fue conmemorado este jueves ante la efigie del Padre de la Patria, en la Plaza de Armas.
Presidido por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, y con la presencia del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, al acto asistieron además Armando Hart Dávalos, Director de la Oficina del Programa Martiano y otras personalidades del gobierno y del Estado cubanos así como miembros de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, descendientes de patriotas de las guerras independentistas, escolares y pobladores del Centro Histórico de La Habana. 
Luego que el Comandante de la Revolución Almeida extendiera las cintas de la ofrenda floral enviada por el Comandante en Jefe, Fidel Castro, el Historiador de la Ciudad evocó la figura del Padre de la Patria y primer presidente de la República de Cuba en Armas, a quien —dijo— desde hace 40 años se le rinde tributo en este sitio de La Habana Vieja.
La ceremonia concluyó con la tradicional peregrinación hasta la Sala de las Banderas del Museo de la Ciudad, recinto donde se conserva la enseña nacional izada por primera vez en suelo patrio, en Cárdenas, el 19 de mayo de 1850, así como el estandarte enarbolado el 10 de octubre de 1868 por Céspedes.
Como cada año también, la Banda de Música del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, tuvo a su cargo la apertura y el cierre del homenaje al interpretar La rosa blanca, el Himno Nacional cubano en su versión antigua y actual, Elegia a Antonio Maceo además de la fantasía El mambí y la bayamesa.


Ofrendas de devoción y gratitud

 
 Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo (1819-1874).
Han transcurrido 140 años desde aquel sábado 10 de octubre de 1868 y en las ruinas del ingenio La Demajagua, junto al jagüey y la rueda dentada, se conserva la campana de bronce cuyo toque dio inicio al acto más trascendental hasta ese momento en la historia de Cuba: el primer llamado a la guerra de independencia.
En su manifiesto, leído ese día, Carlos Manuel de Céspedes resume los nobles y elevados  propósitos de quienes –como él– se habían comprometido en llevar adelante cambios más profundos e inaplazables en el seno de la sociedad colonial.
El concepto de que todos los hombres nacen iguales, la acción simbólica de liberar a sus propios esclavos y el enunciado de la lucha armada como única vía para lograr la libertad eran suficientes motivos para –tras una larga espera e infinitas dilaciones–  apresurar el levantamiento que sería el comienzo de la década gloriosa.
Céspedes tenía 49 años, pues había nacido en la villa de Bayamo, el 18 de abril de 1819. Se hallaba en la plenitud de su madurez intelectual, y era amplia y profunda su cultura.
Su idea de la revolución no era un acto oportunista motivado por la incomodidad o las penurias financieras de una determinada clase social. Lo cierto es que él representaba a una vanguardia selecta y aguerrida que supo arrastrar consigo a las clases populares. Sus actos trataban de acatar aquellos fundamentos democráticos que, con aciertos y extravíos, forjaría un modo cubano, una experiencia original, una aspiración a conquistar toda la justicia posible.
A ese magno empeño dedicó su vida y, en forma trágica y quizás inexorable, debió inmolarse, no en acto de soberbia, ni siquiera de rencor, ante lo que consideró una injusticia cometida por sus propios compañeros.
Su caída en San Lorenzo, ultimado en solitario por el enemigo, hizo que su gloria fuera inmarcesible. De ahí que lo reconozcamos como el Padre de la Patria.
Al depositar nuestras ofrendas de devoción y gratitud ante su monumento en la Plaza de Armas y junto a su retrato en la Sala de las Banderas del Museo de la Ciudad, cumplimos el voto de sucesivas generaciones con la certeza de que hoy, más que nunca, su ejemplo nos guiará por la senda del triunfo.  

Eusebio Leal Spengler
Historiador de la Ciudad de La Habana

(Tomado del Programa Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana)


Redacción Opus Habana

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar