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 Convocado por la presidencia francesa de la Unión Europea y Estados miembros, el Conjunto de Música Antigua Ars Longa —de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana— presentará el concierto único Antiguo y Nuevo Mundos: confluencias y paralelos, el próximo jueves 20 de noviembre, en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís. En esta ocasión, Ars Longa propone escuchar la música que sonaba simultáneamente en Europa y América, desde el siglo XVI y hasta las postrimerías del Barroco.

Se inicia el concierto en el siglo XVI, con una pieza de los códices de Huehuetenango, manuscritos provenientes de los pueblos de Santa Eulalia, San Juan Ixcoy, San Mateo Ixtatán y Jacaltenango, al noroccidente de Guatemala, que constituyen una de las más antiguas muestras del repertorio misional en América.

 

 En 2009 el Conjunto de Música Antigua Ars Longa que dirigen Teresa Paz y Aland López, arribará a sus quince años de vida artística. Numerosos conciertos y giras internacionales, así como la grabación de nueve discos
compactos, dan fe de su dedicación a los repertorios históricos de Cuba, América y Europa.

Con este concierto singular, el Conjunto de Música Antigua Ars Longa invita a escuchar la música que sonaba simultáneamente en el Antiguo y Nuevo Mundos —en Europa y América— desde el siglo XVI y hasta las postrimerías del Barroco. A su vez, se trata de percibir contrastes y semejanzas estilísticas entre repertorios que, por circunstancias históricas, confluyeron en uno y otro lado del mar Atlántico, de disfrutar la polifonía de los maestros franco-flamencos junto a los villancicos del legendario Cancionero de la Catedral de Oaxaca en la Nueva España, las canciones seculares de las cortes reales europeas a la par de los cantos misionales de los indios en Bolivia, salmos, himnos y antífonas latinas cantados todos a viva voce…
Con tal intención se interpretan obras representativas de nueve países del Viejo Continente —integrantes de la Unión Europea—, así como de archivos catedralicios, conventuales y misionales de Latinoamérica, representativos del más valioso acervo cultural de la humanidad. Piezas musicales éstas provenientes del antiguo Principado de Flandes (hoy Holanda y Bélgica), el otrora Reino de Bohemia (actual República Checa), Polonia, Francia, Reino Unido, Alemania alternan con la obra escrita —por compositores de origen español, italiano, portugués y nativos— para las catedrales de Guatemala, Puebla de los Ángeles (Virreinato de la Nueva España), Lima (Virreinato del Perú) y Santiago de Cuba (Audiencia de Santo Domingo), así como las Misiones jesuíticas de Chiquitos (Virreinato de La Plata).
Se inicia el concierto en el siglo XVI, con una pieza de los códices de Huehuetenango, manuscritos provenientes de los pueblos de Santa Eulalia, San Juan Ixcoy, San Mateo Ixtatán y Jacaltenango, al noroccidente de Guatemala, que constituyen una de las más antiguas muestras del repertorio misional en América. Elaborados entre 1582 y 1635, estos 17 códices contienen numerosos villancicos, danzas y breves piezas instrumentales, además de obras litúrgicas de compositores franco-flamencos y españoles de principios del siglo XVI.
Del archivo de la Catedral de Guatemala proviene la obra O gloriosa Domina, precioso exponente de la polifonía renacentista que se cantó en América y piezas compuestas por Pedro Bermúdez, compositor granadino que emigró en los primeros años de asentamiento europeo en el Nuevo Mundo. Bermúdez fue sucedido en Puebla de los Ángeles por el portugués Gaspar Fernandes, autor del Cancionero Musical de la Catedral de Oaxaca, que contiene casi 300 villancicos y chanzonetas, escritos con el propósito de evangelizar a los pobladores nativos y los inmigrantes peninsulares y africanos, y portadores de esa fusión de culturas que definió la conformación de la latinidad en su variante americana.
Del otro lado del mar, tenía gran renombre por aquel entonces la escuela de polifonía franco-flamenca representada en la obra de Jan Pieterszoon Sweelinck y Orlande de Lassus a la que se suman, el Salmo CVIII de Mikołaj Gomółka y el Introitus de Resurrectione Domini Mikolaj de Cracovia, —compositores polacos del siglo XVI—, piezas dedicadas, las unas, al placer cortesano, y las otras, a exaltar una profunda devoción religiosa.
En la siguiente centuria, en franca evolución del barroco musical, la danza y el teatro adquieren un especial relieve. De ahí que se inicie esta segunda parte, centrada en el siglo XVII, con un villancico escrito para la Catedral de Puebla de los Ángeles por el malagueño Juan Gutiérrez de Padilla: A la jácara, jacarilla, que resume ambas manifestaciones en sí mismo. Su ritmo alude a la tradicional danza española que lo titula, jácara, y su género se corresponde con la pieza homónima de carácter profano que era representada en los intermedios de las comedias. La variante religiosa de la jácara era muy apreciada en los festejos de la Navidad y al igual que su homóloga secular poseía un lenguaje musical pleno de expresiones populares, manifiestas en las típicas síncopas de la música española.
Danza y canción cortesanas fueron dos de los géneros abordados en la creación de John Dowland. Su pavana Lacrimae y la canción con ritmo de galliard, Can she excuse my wrongs, eran escuchadas en Londres en los primeros años del siglo XVII. Asimismo, el air de cour y particularmente el ballet distinguieron a la corte de Luis XIV, el Rey Sol, monarca para el que Jean Baptiste Lully escribió la música del ballet cómico con texto de Molière, Le Bourgeois Gentilhomme, del que presentamos la Marche pour la cérémonie des Turcs y el Ballet du bergueries, que alterna entre canción y danza.
De vuelta a América, de lo profundo de la exuberante selva boliviana, escogimos un verso a Santa Cecilia en lengua guaraní, escrito quizás por alguno de los misioneros jesuitas o algún nativo que dominaba el arte de la composición. Y como colofón la danza tradicional peruana Lanchas para bailar, transcrita por el obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón (Navarra 1735-Bogotá 1797) en Trujillo, Perú, quien recopiló en el período entre 1782 y 1785 una rica y variada información sobre su diócesis con el objetivo de remitir dichos datos a la Corona. La obra realizada por este obispo resultó monumental (nueve volúmenes) y se caracteriza por su originalidad en los medios empleados para fijar la información recopilada: un número elevadísimo de acuarelas, de gran interés al plasmar la sociedad y su cultura, flora y fauna, indumentaria, costumbres, razas, mapas, plantas y alzados de edificios, vocabulario, arqueología y música y danza de aquella zona de Perú.
Transitamos al Siglo de las Luces, caracterizado por el virtuosismo vocal-instrumental, con la obra de Domenico Zípoli, compositor toscano que compartió la composición musical entre Italia y América. De entre su obra, eminentemente religiosa, escogimos una pieza representativa de la creación para teclado, por la que se le reconoce como uno de los contribuidores a tal repertorio, y otra fruto de su peregrinar por Suramérica. Se dice que en 1716 se unió a la Compañía de Jesús con destino en la provincia de Paraguay y su música se expandió por las misiones jesuíticas. Su Domine ad adjuvandum me es una de las obras de Zípoli que se conserva en los archivos de las reducciones de Chiquitos en Bolivia.
El Magnificat de Johann Sebastian Bach es un ejemplo paradigmático de la grandilocuencia de las arias y corales de la música escrita en esta centuria, al que se suma el Laudate Dominum de Jan Dimas Zelenka, el más destacado compositor checo del Barroco que suele ser comparado con Bach. Radicado en Dresde desde 1710 hasta el final de su vida, Zelenka se desempeñó como tañedor de violone, director de orquesta y sobre todo como un apreciado compositor de la Orquesta Real de Sajonia.
Del siglo XVIII data en Cuba el testimonio más antiguo de creación musical escrita. Se trata de la obra de Esteban Salas (Cuba, 1725-1803), maestro de capilla de la Catedral de Santiago de Cuba entre 1764 y 1803. Su creación sacra es heredera de la música litúrgica hispánica; en especial, emplea los tempos lentos y la textura polifónica. Aunque distantes en el tiempo, fueron sus paradigmas Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero y Rodrigo de Ceballos.
Este amplio diapasón de composiciones universales que hoy con carácter único, ofrece el Conjunto de Música Antigua Ars Longa, es el resultado de 15 años de labor desde que el grupo fuera fundado en 1994 por Teresa Paz y Aland López a quienes me sumé en 1997. Quince años de sostenida labor como parte del proyecto de reanimación cultural que lleva a cabo la Oficina del Historiador de la Ciudad bajo el liderazgo del Dr. Eusebio Leal Spengler.

Miriam Escudero
Musicóloga