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 El reciente 13 de agosto, especialistas de la Casa Víctor Hugo y de la Vitrina de Valonia guiaron a un nutrido grupo de andantes por lugares e inmuebles del Centro Histórico que atesoran y/o revelan elementos franco-belgas.

Se hace un andar franco-bela «porque Francia, Bélgica y España estuvieron muy entrelazadas en algunos períodos de la historia y aquí se fundieron en la fragua cubana».

En el verano de 2007, la Casa Víctor Hugo protagonizó un Andar por la presencia francesa que atrajo a unas 150 personas de todas las edades. Entonces estábamos muriéndonos porque era la primera vez que hacíamos aquello, sin haber tenido el tiempo suficiente para prepararnos, o con el mínimo indispensable para guardarnos la timidez en un bolsillo roto. 
El 13 de agosto de este año, la calle de madera frente al Museo de la Ciudad estaba desierta, y era de esperarse. Cuba jugaba contra Japón en el deporte nacional a esa hora y las morenas del Caribe habían ganado en la madrugada. La gente debía estar, lógicamente, en sus casas. Parecía que el deporte estaba jugándole una mala pasada a la cultura. Sin embargo, como por arte de magia, esa masa de andantes que creíamos dormida, surgió puntual, como de los libros viejos de la Plaza de

 
 Empezamos este recorrido por el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, inaugurado en 1791. Y atención a esta fecha casi fetiche para nuestro recorrido, ella marca el inicio de la mayor oleada de inmigrantes franceses que se produjo a partir de la Revolución Haitiana. Es también ese el año en que se publica, por vez primera en Cuba, la divina fórmula para el cubano: cómo preparar café. A vuelo de pájaro pudimos apreciar salones a la francesa, muebles de estilo Luis XV, Luis XVI e Imperio, jarrones de Sèvres y porcelanas de Limoges, pero hay un sitio muy especial en el que Francia y Bélgica se dan la mano: la sala del café. En ese lugar donde no falta el toque francés, tangible en la bella lámpara de opalina, reina un paisaje con una cubanísima ceiba en el medio, que es la obra de un belga nacido en Watou. Henri Cleenewerck vivió en Matanzas en la segunda mitad del siglo XIX y se inspiró reiteradamente en el Valle de Yumurí. Otras obras suyas pueden admirarse en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes que constituyen una de las ocho escuelas más importantes de ese templo: la flamenca.
Armas. Allí estaba la venerable señora que vino de Fontanar el año pasado con la ayuda de su bastón, el francés medio cubano que no se pierde una y más de una pareja de jóvenes con sus pequeños. Les agradecimos de corazón por estar allí y no en Beijing, participando de esta variante de juego olímpico que más que un andar es un correr en el que perdemos la suela de los zapatos detrás de la información a menudo jíbara; carrera de resistencia para los andantes y juego también: de preguntas, más que de respuestas porque una pregunta nos lleva a otra y así nos incita, a ellos y a nosotros, a seguir investigando.
¿Por qué franco-belga? Primero, porque aunamos fuerzas la Casa Víctor Hugo, que promueve la cultura francesa y la Vitrina de Valonia, que divulga el acervo belga. Pero ante todo porque Francia, Bélgica y España estuvieron muy entrelazadas en algunos períodos de la historia y aquí se fundieron en la fragua cubana, como esas campanas que yacen a la entrada del museo, que bien pudieran atesorar hierro belga y pericia de herreros franceses. Baste recordar que la región de Flandes formó parte del imperio español durante más de doscientos años desde fines del siglo XV hasta principios del XVIII y que España fue «francesa» durante algo más de cien años bajo la dinastía de los Borbones hasta la caída del imperio napoleónico, precisamente a unos escasos kilómetros al sur de Bruselas, en Waterloo.
Empezamos este recorrido por el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, inaugurado en 1791. Y atención a esta fecha casi fetiche para nuestro recorrido, ella marca el inicio de la mayor oleada de inmigrantes franceses que se produjo a partir de la Revolución Haitiana. Es también ese el año en que se publica, por vez primera en Cuba, la divina fórmula para el cubano: cómo preparar café. A vuelo de pájaro pudimos apreciar salones a la francesa, muebles de estilo Luis XV, Luis XVI e Imperio, jarrones de Sèvres y porcelanas de Limoges, pero hay un sitio muy especial en el que Francia y Bélgica se dan la mano: la sala del café. En ese lugar donde no falta el toque francés, tangible en la bella lámpara de opalina, reina un paisaje con una cubanísima ceiba en el medio, que es la obra de un belga nacido en Watou. Henri Cleenewerck vivió en Matanzas en la segunda mitad del siglo XIX y se inspiró reiteradamente en el Valle de Yumurí. Otras obras suyas pueden admirarse en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes que constituyen una de las ocho escuelas más importantes de ese templo: la flamenca.
Salimos a los portales del Palacio cubiertos de chinas pelonas y apenas rebasamos la calle de madera hacia Obispo, nuestros pies pisan a menudo, sin que nos demos cuenta, adoquines de tecnología y producción belgas, como esos que vinieron con la fiebre higiénico-sanitaria de la intervención norteamericana en 1898 y que pueden verse confundidos con otros de Boston en el tramo de calle que se extiende entre el restaurante La Mina y el hotel Santa Isabel.
Al pasar por el Museo de la orfebrería no podemos dejar de mencionar que uno de los primeros plateros que tuvo La Habana fue un flamenco del siglo XVI, Don Diego de Lara, según consta en nuestras actas capitulares; que las técnicas de electro-plateado fueron desarrolladas por los franceses Christofle y Bouilhet en el siglo XIX; que la Congregación de Plateros San Eloy de La Habana toma su nombre del santo patrón de los orfebres, nacido en Limoges, Francia, y que numerosas joyerías francesas radicaron en la capital como la Riviera, Le Palais Royal y Le Trianon.
Pero además de joyerías, Francia pobló relojerías, perfumerías, sastrerías y almacenes de modas en La Habana de mediados del siglo XIX, según Cirilo Villaverde. Pero el padre de Cecilia se quedó chiquito, como ya veremos. Mercedes de Santa Cruz y Montalvo, más conocida como la Condesa de Merlin, aseguraba, por su parte, que el cocinero francés no podía faltar en las familias opulentas.
A la altura de Obispo y Mercaderes, destacamos los polos de nuestro andar: la calle O'Reilly, donde se concentraron los belgas, y Teniente Rey, donde se asentaron numerosos los franceses. En O’Reilly se destacó una librería que fue todo un centro cultural en la primera mitad del siglo XX, «La Casa Belga». En el nacimiento mismo de la calle Mercaderes -en el número 2- vivió Edmon Meert, tercer cónsul de Bélgica en Cuba. Vale la pena detenerse por allí ante el mural del Liceo Artístico y Literario para descubrir una a una toda una pléyade de personalidades como el francés Juan Bautista Vermay, o el Conde de Pozos Dulces, de origen belga, o el sabio Felipe Poey, cuyo padre nació en Olerón, sin hablar de los ilustres cubanos que conquistaron París entre los que sobresalen Brindis de Salas y la Condesa de Merlin.
Como en París o en Bruselas, los propietarios de las casas generalmente vivían en los altos; los bajos a menudo se destinaban al comercio. La casa Nº 309 de Obispo y Mercaderes, del siglo XVI, una de las más antiguas de La Habana, es un ejemplo de ello. En los pisos altos vivieron gobernadores, en la planta baja, donde hoy se encuentra la Casa de infusiones y elíxires, hubo un café de enigmático nombre, La Torre Egipciana, frecuentado en sus tiempos por el escritor y cónsul portugués, De Queiroz. Saltan a la vista del andante esas puertas y lucetas de líneas curvas y motivos entrelazados inconfundibles del art nouveau, un estilo que tuvo sus precursores en Inglaterra, pero nació en Bélgica y creció en Francia a fines del siglo XIX principios del XX.
Un paso más y estamos ante el Cinematógrafo Lumière. La cuna del séptimo arte, todos sabemos que fue Francia. El cinematógrafo es como se denominó el primer aparato que tomaba y proyectaba imágenes en movimiento, invento de los hermanos Luis y Augusto Lumière, quienes no podían tener un apellido mejor, porque lumière quiere decir luz. Pues en 1897, apenas dos años después de creado este juego de luces, tuvo lugar la primera proyección cinematográfica en La Habana, en la antigua contaduría del Teatro Tacón, hoy Gran Teatro García Lorca, y fue aquel mismo francés, Gabriel Veyre, de Lyon, quien filmó la primera película hecha en Cuba, de un minuto de duración, titulada Simulacro de incendio.
Sigamos la pista de las luces. ¿Quién no conoce la Casa de la Obrapía, una de las mansiones más antiguas e imponentes de La Habana Vieja? A mediados del siglo XVII Don Martín Calvo de la Cuesta constituyó allí una obra piadosa que llegó a dar nombre a esta calle. Pero ¿qué tiene que ver con nuestro andar? Pues bien, aquí se encuentran muebles y otras pertenencias de quien fue Ministro Encargado de Asuntos culturales en París, sin dudas el mejor embajador de la cultura francesa en Cuba, así como de la cultura cubana en Francia: Alejo Carpentier. Y precisamente aquí Humberto Solás encontró la locación principal para su versión cinematográfica de El siglo de las luces, esa novela de Carpentier que refleja, mejor que un tratado de historia, cómo influyó la Revolución francesa en la formación de la naciente cubanía.
Cuesta trabajo sustraerse al embrujo del templo de la alquimia donde reina Yanelda Mendoza, la nariz de Cuba, como algunos la llaman. Durante mucho tiempo los perfumes venían de Europa, y cuando surge la industria perfumística en la Isla, es bajo la preponderancia de su homóloga europea, fundamentalmente de la francesa. Las principales Casas parisinas establecidas en La Habana desde el siglo XIX fueron, entre otras, Guerlain y Molinard. Esos productos podían comprarse en perfumerías, pero también en farmacias y casas particulares donde vivían los agentes exclusivos de ese tipo de venta. La perfumería Habana 1791 debe su nombre al año en que se fundó el Palacio de los Capitanes Generales, y vuelve esta fecha como una hoja de ruta. Inaugurada en junio de 2000 donde hubo una imprenta desde 1932, este centro también aloja al Museo de la Perfumería en Cuba, que ilustra la comercialización de los perfumes parisinos tanto en el período colonial como en el republicano.
 
 Todavía hay quien se persigna al pasar frente a la Cruz Verde y ya veremos por qué. Atraen nuestra atención dos curiosidades. Una, esta cruz de cedro que estuvo pintada de verde, se asemeja a la Cruz de Lorena enarbolada por los franceses libres como símbolo de libertad. Dos, fueron los franceses quienes introdujeron y desarrollaron las técnicas de cultivo y de elaboración del cacao en Cuba a fines del siglo XVIII - principios del XIX. Hasta entonces el chocolate se tomaba «a la española»; queda por indagar cómo era ese brebaje. En todo caso, este es el vestigio único de una serie de cruces que marcaban la peregrinación del Vía Crucis a lo largo de la calle de las Amarguras hasta el Humilladero en la Iglesia del Santo Cristo durante la semana santa. Esta casa del siglo XVIII tiene su poesía y no en balde porque, -y este el dato curioso número tres- su última propietaria fue Dulce María Loynaz del Castillo. Aquí se inauguró el Museo del Chocolate en noviembre de 2003 gracias al aporte de la región de Bruselas, especialmente al de su homólogo enclavado en la Plaza Real de la capital belga.
De Marsella no sólo vino el nombre del patriótico himno nacional francés. El primer fabricante de jabón de Marsella vivió en esa ciudad del sur de Francia en el siglo XIV. No es, sin embargo, hasta fines del siglo XVII que se reglamenta su producción industrial a partir del aceite de oliva y la sosa. Hoy sólo quedan tres fábricas marsellesas que siguen produciendo de manera artesanal según una receta ancestral transmitida de familia en familia. El Savon de Marseille, actualmente en remodelación, se inauguró en 2003 para vender ese preciado producto.
Al pasar por la Armería no podemos dejar de evocar aquel cargamento de explosivos provenientes de Bruselas que zarpó de Amberes a bordo del vapor francés La Coubre y explotó el 4 de marzo de 1960 dejando más de 300 víctimas entre muertos y heridos.
Yanelda nos sorprendió con la reciente creación de un perfume de chocolate y tras la pista del cacao, llegamos a Mercaderes y Amargura. Todavía hay quien se persigna al pasar frente a la Cruz Verde y ya veremos por qué. Atraen nuestra atención dos curiosidades. Una, esta cruz de cedro que estuvo pintada de verde, se asemeja a la Cruz de Lorena enarbolada por los franceses libres como símbolo de libertad. Dos, fueron los franceses quienes introdujeron y desarrollaron las técnicas de cultivo y de elaboración del cacao en Cuba a fines del siglo XVIII - principios del XIX. Hasta entonces el chocolate se tomaba «a la española»; queda por indagar cómo era ese brebaje. En todo caso, este es el vestigio único de una serie de cruces que marcaban la peregrinación del Vía Crucis a lo largo de la calle de las Amarguras hasta el Humilladero en la Iglesia del Santo Cristo durante la semana santa. Esta casa del siglo XVIII tiene su poesía y no en balde porque, -y este el dato curioso número tres- su última propietaria fue Dulce María Loynaz del Castillo. Aquí se inauguró el Museo del Chocolate en noviembre de 2003 gracias al aporte de la región de Bruselas, especialmente al de su homólogo enclavado en la Plaza Real de la capital belga.
Decíamos al principio que hay preguntas que siguen esperando por respuestas y este es un ejemplo de ello. En los altos de lo que hoy es el Mesón de la Flota, parece ser que tuvo su oficina comercial el comisionista belga Francisco De Beche, fabricante de naipes, el mismo o su homónimo que fue miembro de la Asociación Francesa de la Beneficencia, pero hoy por hoy no podemos asegurarlo y queda por investigar. El andar tendrá su saga en los archivos.
«La desgracia de unos hace la dicha de otros», dice un adagio francés y eso sí lo podemos certificar: Haití se arruinó, mientras Cuba floreció con la inmigración francesa. Además del cacao, los franceses introdujeron el café, pero no sólo su cultivo. Este tiene su panteón en los suntuosos cafetales cuyas ruinas, diseminadas a lo largo de toda la isla, han sido declaradas patrimonio de la humanidad. También a los franceses se debe el hábito de tomarlo. En 1770 o 1772 Juan Bautista Taberna abrió aquí lo que hasta hoy se considera como la primera Casa del café. Esta costumbre hoy tan inseparable de la familia cubana, empezó a popularizarse cuando el Papel Periódico de La Habana publica su receta por primera vez en 1791.
Empezamos el último segmento del recorrido, centrándonos en la calle Teniente Rey. Rafael Fernández Moya, especialista de Habaguanex que documentó parte de este andar, opina que esta calle debería llamarse Francia porque fueron realmente numerosos los franceses que la poblaron y animaron de un extremo al otro durante varios siglos. Hubo, entre otras cosas de interés, un banco, un hotel, un consulado, un taller de litografía, una relojería, dos talabarterías, una sombrerería y hasta una fábrica de licores. Paradójicamente, fue un urbanista francés de apellido Forestier quien amenazó con arrasarla en los años 20 del siglo XX para abrir una avenida ancha frente al recién estrenado Capitolio. Por suerte para nosotros, el proyecto no vio la luz. Dicho sea de paso, los mejoramientos urbanos en La Habana siempre involucraron a profesionales franceses y a algunos belgas. El emprendido en el primer cuarto de siglo XIX hasta el gobierno de Tacón, implicó, entre otros, a Antonio Bailly, quien se adjudicó en subasta el empedrado en 1804, a L'Enfant, eminente arquitecto que había diseñado el plan urbano de Washington e intentó otro tanto aquí, sin hablar de los que intervinieron en el sistema hidráulico y en el alumbrado público.
Lo que todo el mundo sabe es que aún cuando esta calle se llama Brasil desde 1927, sigue conociéndose por el nombre de Félix du Roi o del Rey, quien fue Teniente de Gobernador y habitó en una de las esquinas de la calle Habana. Su padre, médico y cirujano francés, que ejerció la profesión hasta su muerte en 1729, se encuentra enterrado en la Iglesia de Santa Teresa, entre Aguacate y Compostela.
Allá, donde nace Teniente Rey, en el convento de San Francisco de Asís, se estableció en 1838 un ex-vicario de la iglesia metropolitana de París, que dio clases de francés, el padre Juan Luis Cabiage. Más acá, donde está el hostal Los Frailes, estaba la residencia del marqués Pedro Claudio Du' Quesne, capitán de navío de la armada francesa que se puso a las órdenes de España en 1793 y llegó a ser director del Arsenal de La Habana. Él fue el anfitrión principal de tres príncipes de Francia que pisaron estas calles antes que nosotros, en 1798, uno de ellos futuro Rey de Francia, entonces Duque de Orleans.
La fuente que engalana el centro de lo que fuera Plaza Nueva, hace mucho Plaza Vieja, fue hecha en Italia tomando como modelo un grabado de Hipólito Garneray alrededor de 1824. Este artista francés trabajó en el primer taller de litografía que fundó otro francés, Santiago Lessieur no lejos de aquí, en Compostela y Amargura, en 1822. Y valga recordar que la memoria gráfica de lo que fuimos y la gesta misma de restauración le debe mucho a la obra de artistas franceses como Pedro Federico Mialhe y Eduardo Laplante que retrataron la ciudad y el campo con sus grabados en una época en que la fotografía no existía o apenas daba sus primeros pasos.
En la esquina de San Ignacio y Teniente Rey hay dos edificios que tuvieron franceses y belgas en su historial. Donde actualmente se encuentra el restaurante Santo Ángel, tuvo su residencia un ciudadano francés desde mediados del siglo XVIII, Pedro Roustan d'Estrade. Una de sus hijas se casó con el marqués Du' Quesne que mencionamos antes y la otra con el coronel Antonio Raffelin, de París. Aquí probablemente nació el violinista Antonio Raffelin y Roustan de Estrade, quien se destacó por sus composiciones de carácter religioso.
 
 Ya en el interior de la inmensa casa de extraño nombre, que unos llaman erróneamente Bolonia o Boloña, su joven promotor, Alain Pérez explica que la otrora Casa del Conde de San Esteban de Cañongo, -nombre no menos curioso-, se restauró gracias al aporte de la región francófona del sur de Bélgica. En los bajos radica el centro cultural denominado Vitrina de Valonia, que se inauguró en febrero de 2006 por la Oficina del Historiador, para promover la cultura valona. A partir de una fuerte tradición belga en materia de historietas, se ha ido enriqueciendo un proyecto socio-cultural dirigido fundamentalmente a los niños y adolescentes. Este incluye talleres de creación de historietas, un estudio de figuras de teatro inspirado en tradiciones belgas y ahora mismo está finalizando un taller de verano sobre la prehistoria del cine.
El otro inmueble, donde radica hoy el Centro de las Artes Visuales, es la llamada Casa de las Hermanas Cárdenas. Allí se fundó la aristocrática Sociedad Filarmónica en 1824, que dirigió Raffelin y en ella tocaron cuatro músicos belgas de apellido Van der Gucht, los hermanos Juan, José, Francisco y Nicolás, primer violoncello, violinistas y pianista respectivamente. Cirilo Villaverde habla de este lugar en Cecilia. En mayo de 1838 se ofreció en este recinto, un baile en honor al príncipe de Joinville, tercer hijo del rey Luis Felipe I (ex-duque de Orleáns), quien estuvo de visita en La Habana, al mando del navío de guerra Hércules, enviado para bloquear a Méjico.
Al otro lado de la Plaza, en la esquina de Muralla y San Ignacio, donde vivió quien se convertiría en la Condesa de Merlin, fueron agasajados, además de los tres príncipes hermanos, el barón Alejandro de Humboldt, segundo descubridor de Cuba, quien vino a Cuba dos veces, en 1800 y 1804. Esa es la famosa Casa del Conde de Jaruco.
Y ya muy próximos al Reino de Bélgica representados por el número 358 de la calle San Ignacio, entre Teniente Rey y Muralla, damos al rey lo que es del rey: el primer libro impreso de que se tiene noticia en Cuba, hecho en 1720, fue la obra de un belga, Carlos Habré, quien tenía su taller muy cerca de la iglesia del Espíritu Santo, a dos pasos de aquí, y recordamos que el Centro Gallego y el Palacio Presidencial fueron diseñados por un belga, Jean Paul-Beleau.
Ya en el interior de la inmensa casa de extraño nombre, que unos llaman erróneamente Bolonia o Boloña, su joven promotor, Alain Pérez explica que la otrora Casa del Conde de San Esteban de Cañongo, -nombre no menos curioso-, se restauró gracias al aporte de la región francófona del sur de Bélgica. En los bajos radica el centro cultural denominado Vitrina de Valonia, que se inauguró en febrero de 2006 por la Oficina del Historiador, para promover la cultura valona. A partir de una fuerte tradición belga en materia de historietas, se ha ido enriqueciendo un proyecto socio-cultural dirigido fundamentalmente a los niños y adolescentes. Este incluye talleres de creación de historietas, un estudio de figuras de teatro inspirado en tradiciones belgas y ahora mismo está finalizando un taller de verano sobre la prehistoria del cine.
Hasta aquí este pase de perfume franco-belga que esperamos los deje, como a nosotros, con deseos de ver lo que sólo evocamos, ahondar en lo que vimos y volver para seguir andando.

 

 Ana María Reyes Sánchez
Directora de la Casa Víctor Hugo y de la Vitrina de Valonia

Fotos: Irina Echarry
Promotora de la Casa Víctor Hugo y de la Vitrina de Valonia