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 Para despedir el año 2007, la galería del Palacio de Lombillo inauguró la exposición «Manipulaciones» del artista Cristhian González-Téllez del Río, que se mantendrá abierta al público durante el presente mes de enero.
«El creyón blanco sobre lienzo de carbón sustituyó al trazo oscuro sobre fondo blanco de su anterior muestra».

 Dibujaba en cuadernos de escuela gente dormida, difícilmente equilibrada en un solo pie sobre una superficie movediza, o gente que entraba dormida al mar, o que salía de un montón de agua. Cosas así, siempre sucesos de misteriosa clase, como los que exhiben sus trabajos hoy. De niño pintó un león solitario sobre una colina púrpura. Un león de trazo preciso, contorneado con valentía sobre un fondo mostaza, fiera interrogante, de expresión de rarísima dulzura. Su trazo, desde aquellos días, lo que busca es eso: la precisión posible en la imprecisión de lo que las criaturas llevan dentro.
Una línea sola y rápida engendraba sus figuras de entonces, las primeras que enderezaba, sus animales de enigma. La naturaleza del animal lo fascina, ha logrado entenderse con seres vivos de casi imposible comprensión, cernícalo, majá, cocodrilo, e innúmeros perros y gatos sucesivos; también con humanos de extraña índole, porque Cristhian simpatiza con lo indomesticable. Creo que en el sueño lleva mejor compañía que en las palabras de vigilia. Tal vez en territorios de espejismo es donde su esencia dialoga con mayor libertad. Por eso su pintura posee poco de literatura, sí de emoción brumosa, de parpadeo, como quien recuerda vibraciones que atravesó dormido.
Su mayor temeridad es el intento por describir esas visiones con fidelidad extrema, hace incidir la luz en el relieve de músculos y textura de piedra cósmica –medias lunas, astros errantes–, construcciones mínimas como jaulas, herramientas, detalles de entidades inconclusas, ángeles. Detrás de todo está el vacío: ingravidez, aire de abismo.
 Para ser fiel a la mirada (a lo que vio, creyó soñar) es que perfeccionó y perfecciona su claroscuro, crece su gobierno sobre los volúmenes. Y para hacer manipulables ánimas de extraña movilidad, esas prolongaciones vegetales, esas superficies que sólo la música –cierta música– podría referir, esas historias, fragmentos de fábula sin moraleja, sucesos puros.
Ahora excluye el color, para concentrarse en el perfeccionamiento de una figuración –la suya– que va avanzando en singularidad y economía. Ese es hoy su modo de contar, así desea que lo veamos y comprendamos. Ya volverá el color, quizás en la próxima estación que conozca su pintura. El creyón blanco sobre lienzo de carbón sustituyó al trazo oscuro sobre fondo blanco de su anterior muestra. En común tienen ambas exposiciones la voluntad de representar acaeceres fragmentarios que acontecen (o acontecieron) en un sitio donde el desciframiento y la interpretación no existen, donde el sueño puede todo con las ánimas, donde Cristhian, sin palabras, narra.
Sigfredo Ariel
Crítico de arte