Como parte de la celebración del primer aniversario del hotel Raquel, tuvo lugar allí un conversatorio con el tema «Personalidades hebreas del periodismo cubano. Homenaje a Marcus Matterín».
En este conversatorio participó el escritor y periodista Jaime Sarusky, quien respondió a preguntas sobre la obra narrativa de Matterín, calificado por él «como el más importante promotor cultural de la comunidad judía en Cuba».

 Aunque dejó poca obra impresa —apenas unos folletos y decenas de artículos periodísticos—, todo hace indicar que Marcus Matterín (Kaunas, Lituania, 1916–La Habana, 1983) fue la personalidad de mayor relevancia intelectual dentro de la comunidad judía en Cuba, al proyectarse hacia el resto de la sociedad como un cubano ilustrado que siempre sintió orgullo por sus raíces étnicas y culturales.
A esta conclusión se llegó durante el conversatorio «Personalidades hebreas del periodismo cubano. Homenaje a Marcus Matterín», celebrado el viernes 7 de junio en el hotel Raquel y que tuvo como invitado al escritor y periodista Jaime Sarusky, ganador del Premio Alejo Carpentier 2001, con su novela Un hombre providencial.
Programado por esa institución hotelera como parte de las celebraciones de su primer aniversario, el encuentro fue conducido por Argel Calcines, editor general de la revista Opus Habana, quien alternó preguntas a Sarusky sobre su obra periodística y literaria, a la par que la figura de Matterín era abordada por Dariana Hernández, estudiante de la Facultad de Filosofía e Historia (Universidad de La Habana).
Esta última acaba de concluir su tesis de licenciatura sobre la vida y obra de Matterín, quien fuera desde 1955 y hasta su muerte —el 2 de mayo de 1983—, director de la Biblioteca de la Gran Sinagoga Beth Shalom, ubicada en la calle I, entre 13 y 15, en El Vedado. Para ello, la futura licenciada accedió a los fondos personales de ese prestigioso intelectual, conservados hoy en los archivos de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
 Este valioso legado documental contiene múltiples recortes de revista y periódicos, libros, álbumes fotográficos y el manuscrito inédito de Breve historia de los hebreos en Cuba (desde 1492 hasta 1969), libro escrito por Matterín y que —al decir de Hernández— «constituye una original aproximación a la vida de la comunidad hebrea cubana a través del recuento de los aportes sucesivos de sus integrantes al desarrollo de nuestro país».
Además de constituir un recuento histórico sobre las sucesivas llegadas de inmigrantes judíos a la Isla y su desenvolvimiento social, esa obra incluye varias reseñas biográficas de las personalidades hebreas cubanas que el autor considera importantes en rubros tales como la historia, las artes, las ciencias, las luchas por la independencia, el gobierno, la diplomacia, la religión…
En el campo de la literatura, uno de los reseñados es precisamente Jaime Sarusky, quien desconocía la existencia de Breve historia… aunque tuvo algún que otro contacto con Matterín, como cuando éste le publicó el cuento «La dote» en una de las publicaciones que dirigía, probablemente en el periódico Reflejos israelitas (1953-54).
«Ese cuento era bastante polémico pues trataba sobre esa costumbre de carácter medieval de dar cierta cantidad de dinero a los padres de la desposada, y que —después comprobé— sólo se practicaba entre los judíos radicados en Cuba», contó el narrador y periodista a los presentes, entre los que se encontraban el Dr. Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad; el Dr. José Miller y Adela de Dworing, presidente y vicepresidenta, respectivamente, del Patronato de la Casa de la Comunidad Hebrea de Cuba, y la Dra. Maritza Corrales, historiadora especializada en el tema judío.
Conocido por sus dotes de acucioso investigador, Sarusky explicó cómo antes de escribir su última novela —Un hombre providencial— indagó profundamente en la historia del filibustero norteamericano William Walker (1824-1860), quien desembarcó un día en Nicaragua sumida entonces en una guerra civil y, con el pretexto de ayudar a los liberales, se adueñó del poder e impuso la esclavitud.
Para convertirlo en personaje literario, le dio el nombre de William W. Providence y, situándolo como conquistador en una mítica república centroamericana, lo hizo omnipresente en la novela a través del testimonio de los demás protagonistas, en forma de planos narrativos que se solapan y recuerdan el tempo de un filme. Todo ello tratando de imbricar historia y ficción, sin desnaturalizar la primera. Con anterioridad, Sarusky sólo había publicado dos novelas: La búsqueda (1961) y Rebelión en la octava casa (1967), o sea, que demoró 20 años para terminar Un hombre providencial, «porque durante ese tiempo me seguí dedicando al periodismo y publiqué otros libros como Los fantasmas de Omaja (1986) y La aventura de los suecos en Cuba (1999)», aseveró.
Y a la pregunta «Habiendo reflejado en esos dos últimos libros el tema de las minorías en Cuba: hindúes, japoneses, mexicanos, suecos… ¿no se le ha ocurrido nunca escribir sobre la historia de los judíos en Cuba?», respondió: «Mientras exista una persona como Maritza Corrales, que lo ha hecho tan bien, no hace falta que yo lo haga».
A la promoción de la presencia judía en la Isla se han dedicado varias actividades en el hotel Raquel (situado en la intersección de las calles Amargura y San Ignacio), cuyo nombre bíblico y los de algunos de sus espacios constituyen una evocación alegórica a la cultura hebrea en general: el lobby-bar Lejaim, el restaurante Jardín del Edén, la boutique Jezabel…
La idea de tales eventos es justipreciar los aportes de esa minoría étnica a ese «cazuela abierta que es Cuba», como la definiera Fernando Ortiz, quien —por cierto— en 1945 invitó a Marcus Matterín a dar una conferencia sobre el tema judío en la Institución Hispano-Cubana de Cultura.
Nunca olvidaría el conferencista ese gesto, y lo recordaría con orgullo en una hermosa entrevista que le concediera a Max Lesnik, el 21 de febrero de 1982. Apenas le quedaba un año de vida, cuando confesó a su entrevistador que su judaísmo no era religioso, sino tradicional, folklórico e histórico, pero que se sentía orgulloso de ser judío por la historia de su pueblo, por la contribución de su ideología a la vida social, moral y ética, y por las grandes personalidades de su historia.
Pero al mismo tiempo —acotaba— se sentía orgulloso de ser cubano por figuras históricas como José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez…, así como por los grandes intelectuales y artistas de la Isla.
Y resumía Matterín su credo con estas palabras:
«Es cierto que la historia de Cuba no tiene los siglos de existencia de la de Israel, pero de todas formas es una historia apasionante. En el pueblo cubano, los judíos y los cubanos se complementan. Esa es mi opinión sincera, sin falso patriotismo, sin chovinismo, sin nada de eso. Puedo decir que soy un judío cubano».

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar