En el Claustro Sur de San Francisco de Asís se inagura hoy 26 de marzo la exposición «Poética de la línea», del intelectual cubano Leonel López-Nussa (1916-2004). La muestra, una retrospectiva de más de 50 años dedicados al dibujo, está conformada por cerca de 80 obras de diferentes formatos y técnicas que ilustran el proceso de conformación y consolidación de una estética influenciada por las vanguardias europeas, especialmente el cubismo picasiano. Además, se presentará la nueva edición de su libro El dibujo (1964) y miembros de la familia López-Nussa ofrecerán un concierto en la Basílica Menor.

El dibujo se nos aparece mas bien bajo las especies de un ideario, diríase que como un diario íntimo en que el Autor va depositando, como en un arca, los pensamientos, devenidos palabras, que sus encuentros y desencuentros con el dibujo —y con la pintura—  le sugieren.

Así, en recordación de Erasmo de Rotterdam y su Elogio de la locura, se nos antoja dar título al prólogo que habrá de encabezar la nueva publicación, por la Editorial de Letras Cubanas, de El dibujo, obra que en 1964 diera a la luz Leonel López-Nussa bajo los auspicios de Ediciones R. Su primera parte («Idea del dibujo») la escribió nuestro Autor  entre el 24 de noviembre y el 17 de diciembre de 1964, y la epilogó con estas palabras: «No se trata de justificar errores, paradojas y ligerezas con el breve tiempo, porque si lo escrito fue apresurado, la gestación fue lenta: durante 25 años hemos dedicado nuestros pensamientos y nuestros sueños  (el subrayado es nuestro) al dibujo…» Luego, al introducir la segunda parte o «Nueva idea del dibujo», López-Nussa comienza a hacer de las suyas: «…aquí están las ideas que el dibujo tuvo de si mismo, por si alguien las quiere aprovechar. Muchas de estas ideas son extravagantes; otras, ingenuas»; y concluye: « ¿Que hacer? Yo me he limitado a copiarlas» (subrayado del Autor). Nada, que la oreja peluda del bromista, el bromista difícilmente la puede ocultar.
 
 Con la edición y corrección de Ángel Luis Fernández Guerra y la dirección artística del Premio Nacional de Diseño, Alfredo Montoto, el volumen El Dibujo ha sido puesto a disposición de los lectores por la casa editorial Letras Cubanas.
Pero no nos equivoquemos. De lo lúdrico, pasa de repente al apotegma o proposición lapidaria en un santiamén: la broma es un respiro que se conceda hasta el más serio pensador. ¿O será el justo medio, la búsqueda del equilibrio?: «…no he pensado confeccionar un catálogo de ingeniosidades, aunque a veces pudiera parecerlo, ni he querido hacer un tratado…» En efecto, ni catálogo de ingeniosidades ni tratado, El dibujo se nos aparece mas bien bajo las especies de un ideario, diríase que como un diario íntimo en que el Autor va depositando, como en un arca, los pensamientos, devenidos palabras, que sus encuentros y desencuentros con el dibujo —y con la pintura—  le sugieren. Y ahora se impone como un arreglo de cuentas entre Doña Cuaresma (el dibujo) y Don Carnal (la pintura).
En entrevista a nuestro artista, la intelectual francesa Marie Poumier le preguntaba en el París de 1993: «En 1964 usted publica en La Habana El dibujo, que es un “Arte poético de la línea”, y allí trata muy mal a la “puta pintura”. Sin embargo, después de haber practicado intensamente durante años el dibujo y la litografía, parece que usted retorna al color. ¿Se trata de una renuncia, de una abjuración?» (Dejemos a la imaginación pintar la cara de confusión que pondría Leonel; su respuesta fue:) «…el dibujo es el único que no miente. Es obvio que no hay ningún tipo de renuncia; el dibujo, sobre todo el dibujo lineal, es esencia pura. No podemos engañar ni ocultar nada cuando hacemos uso de la línea; el dibujo a línea no recurre nunca al sentimiento ni a la sensualidad, ni siquiera el más erótico.»
Particularmente, pienso que Leonel encontró en el dibujo, incluido el grabado, ese Mandala que todo artista esencial, en su avatar de filósofo, anhela: el centro de su yo creador. Como narrador, como periodista y crítico de arte, vemos ahí su mano; como pintor, también está ahí su mano, una mano fina y sensible, amén de juguetona e imaginativa. Pero cuando de dibujo se trata, se le transparenta el alma. Nada que hacer. El artista llegó a su Mandala.
Sí; ¿Qué a veces se pasa de la raya, o aún peor, como cuando dice que «El entierro del Conde de Orgaz en una cochinada sentimental junto a cualquier dibujo de Goya»? Pero, otras, permanece en un Topos Urano platónico, como quien gira en las esferas celestes: «Que cada línea no sea más que una parte para llegar al todo y que al mismo tiempo sea tratada como un todo». Luego, pocas páginas adelante, dirá: «El dibujo puro es un punto. El punto no es dibujo. Luego el dibujo es impuro», con lo cual se alinea más bien junto a los sofistas, esos taumaturgos del racionalismo. De repente, se lanza contra la pintura en beneficio del dibujo, ahora sin animo de ofender, como sí lo hizo antes con El Greco: «El impresionismo ayer y el tachismo hoy son momentos en fuga (escuelas que, olímpicamente, pasan por alto el dibujo), malabarismos del color, apreciables como el relámpago: vino la descarga, iluminó el cielo…y pasó. Pero el dibujo queda y sigue. Lo mejor de la escuela bizantina es dibujo; lo mejor de los primitivos es dibujo; lo mejor del Renacimiento es dibujo. Todo lo que sabemos del arte de los griegos es dibujo; Pompeya es dibujo, el arte egipcio es dibujo, las tumbas de Ur son dibujo, Caldea y Asiria, dibujo. El arte negro es dibujo. El arte japonés y el arte chino, dibujo. Pero vengamos a lo de hoy, que lo de ayer es ido y acabado. Picasso, ¿no es dibujo? Paul Klee, Miró, Chagall, Roualt, Matisse, Juan Gris, Orozco… ¿no son, todos ellos, dibujo? ¿No es dibujo Mondrian? ¿Y Malevich? Luego el dibujo es infinitamente más importante que la pintura; y la pintura, si quiere ser importante, debe antes pasar por el dibujo. Eso está (se permiten discusiones) resuelto definitivamente».
 
 La comunión estética de los dibujos reunidos en la muestra apuntan a las marcadas influencias del cubismo que disfrutaba la ejecutoria de Leonel López-Nussa.
¡Qué replicar después de esta andanada! No obstante, algo nos dice que Don Carnal (La pintura), o más bien los desdenes de Lopez-Nussa contra el arte del color, tienen no poco de recurso retórico. De lo contrario, ¿cómo realzar el dibujo («El dibujo es la consagración de la línea, y del hombre») sino sometiendo la  pintura a sus pies («La pintura necesita del dibujo, el dibujo prescinde de la pintura». «Sin dibujo no hay pintura —o poca—; sin pintura, hay dibujos». «! Cómo detesto la pintura cuando dibujo! ¡Cuánto amo el dibujo cuanto pinto!»). Y pienso que estos desaires de que hace víctima a la pintura se debilitan a ojos vista cuando apreciamos del ejercicio pictórico de nuestro Autor: esa misma observación que le dirige Maria Poumier al recordarle su regreso al arte del color. En efecto, recordamos que muchas de las exposiciones de López-Nussa se relacionan con la pintura y no con sus dibujos, sin bien, por otra parte, nadie puede negar que esas “telas” el dibujo enmarca el color como lo harían los chasis de plomo en los vitrales góticos primitivos.
La prédica y la práctica del dibujo en López-Nussa traen a la mente a Wang Wei (699-759), el artista chino de quien se afirmaba que sus poemas eran otras tantas pinturas y sus pinturas otros tantos poemas. Wang Wei, frente a la pintura multicolorista, inauguró la pintura con tinta china, que sólo hace intervenir el negro y los blancos, y desprecia el detalle en favor de la impresión de conjunto.   
El mismo impulso, de accesos a veces místicos, que lleva a nuestro Autor a delimitar cada vez más la “esencia” del dibujo, lo conmina a “dibujar sus ideas” entorno al tema, de modo que se crea una sintonía, una correspondencia metabólica entre el dibujo en sí (lo dibujado, como hecho práctico) y el dibujo de las ideas que tratan de expresar esa práctica artística: «…soy puro, pertenezco a una insólita agrupación de líneas; en mi habita el misterio, ¡y miradme: no oculto nada!» Confieso que nunca antes había oído hablar al Dibujo; si en el habla corriente decimos: «ese dibujo parece que habla», entendemos por ello su fuerza expresiva, su poder de transmitirnos algo. Pero el Dibujo como personalidad trascendente, dotada, como un dios, como una fuerza superior, de la capacidad de comunicarnos sus esencias íntimas; el Dibujo con mayúscula hablándonos a los “simples mortales”, es recurso que va más allá de la simple personificación ad usum en la retórica, para acceder a los planos de una mística muy particular que anida en los entresijos espirituales de Leonel López-Nussa. Con ello, de pasada, intento enfatizar que el Leonel juguetón, marrullero en sus bromas y juegos de palabras, no es sino un paso (una petición de permiso a la manera cubana) para encaminarse a planos superiores de concentración estética. Es en este sentido que me refiero a su mística, a la búsqueda de su Mandala: «…en dibujo existe el “reglamento de oro”. Según este reglamento, un dibujo es el resultado de dos líneas convergentes, detenidas en el punto de incidencia». «¿Por qué detenidas?» «Para que el dibujo no escape al infinito». Evocación que nos trae a las mentes el sencillo dibujo de dos suaves líneas curvas que convergen a la izquierda y se entrecruzan a la derecha, para formar el pez con que se identificaban entre sí los cristianos primitivos.
Completa este tomo entorno al dibujo una sección final que el Autor tituló «Ideas de otros en torno al dibujo», con citas de grandes autores, desde Aristóteles hasta Samuel Feijoo.
Acerca de esta edición que ahora estamos presentando, comenta el profesor de Artes Plásticas de la escuela San Alejandro, Dr. Antonio Alejo:
 
 El reconocido pianista Ernán López-Nussa será uno de los protagonistas del concierto que se ofrecerá como colofón de la exposición y la presentación del libro. 
«A propósito de esta nueva edición, es el momento de acercarnos al recuerdo de Leonel López-Nussa. Se trata de una deuda nuestra con una de las figuras más fecundas y carismáticas que se han dado entre nosotros. Novelista, periodista, escritor de artículos, crónicas y críticas; pintor fecundo y grabador, trabajó y expuso en ciudades importantes como París, Londres, Nueva York, Ciudad de México y La Habana. Y era notable el interés que despertaba su obra en artistas jóvenes, a los que aportaba el reflejo de los grandes movimientos de su siglo. Con su acercamiento a artistas de la talla de Picasso y de Matisse, ofrecía sus apreciaciones a cerca de la obra de semejantes maestros.
«Creador de una notable familia de músicos, compositores y arquitectos. Es un acierto la idea de recordarlo con esta reedición de su libro sobre el dibujo. Obra que recibe un aporte significativo en la opinión del notable historiador de la pintura René Huygue quien comienza su historia con esta frase “En el comienzo fue la línea” ».
Significativas y muy precisas son asimismo las palabras de dos intelectuales cubanos de nuestro momento en torno al texto de López-Nussa:
«La publicación de esta selección que ha hecho nuestro pintor y crítico de arte Leonel López-Nussa de textos suyos, acompañada de otra con pensamientos de maestros del arte universal –desde Leonardo (“El alma dibuja al cuerpo”), de una singular jerarquización del dibujo sobre el mismo color, o Goethe hasta nuestros días (Valéry, Paul Klee)– es servicio de gran utilidad que rendirán nuestros editores de letras, no sólo para el estudiante o futuro artista plástico sino para el lector apasionado de cualquier arte, o de la cultura general, por lo que la recomiendan, muy especialmente, Cintio Vitier y Fina García Marruz».

Ángel Luis Fernández Guerra

(Prefacio a la nueva edición del volumen El Dibujo, editado por la Letras Cubanas en su colección Artistas Cubanos)

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