La fisonomía arquitectónica a través de la pintura, el grabado, la fotografía y el dibujo ha sido el motivo para la exposición «Memoria, presente y utopía: La Habana 485 años después». Inaugurada el 18 de noviembre en el Convento de San Francisco de Asís, esta muestra colectiva de una veintena de artistas cubanos contemporáneos estará expuesta hasta el 20 de diciembre.
Con esta exposición se ofrece una multiplicidad de aspectos artísticos, centrados fundamentalmente, en tres aristas: la ciudad en tanto espacio vivencial, la memoria como eje discursivo y la utopía como posibilidad creativa.

 «De una ciudad no disfrutas las siete o sesenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta suya».
Italo Calvino



La Habana, en tanto ciudad, es un conjunto armónico de signos que interactúa con muy diversos sistemas culturales. Acercarse a sus connotaciones ofrece la garantía de descubrir la huella que su historia particular ha dejado en su fisonomía y en su espíritu; de interactuar con un presente complejo desde la fascinación y el cuestionamiento, y de proyectarse hacia el futuro en el ámbito del compromiso.
La capacidad comunicativa de la urbe les ha permitido a los creadores de todos los géneros y de muy diversas latitudes, establecer los discursos más variados desde remotas épocas. Si hacemos un rastreo en la historia de la plástica en Cuba, descubriremos que la morfología de nuestra ciudad y sus significaciones han estado siempre presentes, de manera directa o subyacente.
Las primeras imágenes de La Habana nos llegaron de manos de dibujantes y grabadores europeos del período colonial. El grabado constituyó la manifestación idónea, pues la intención fundamental de estos artistas era reproducir la realidad de la Isla, con cierta visión costumbrista y pintoresca. Las obras de Dominique Serres, Elias Durnford, Eduardo Laplante y Federico Mialhe, entre otros, reproducen los ambientes urbanos con un alto valor testimonial.
 Durante esta etapa la pintura no privilegió el paisaje urbano. Monumentos representativos de la ciudad aparecieron solamente de manera puntual en algunos retratos para contextualizar la figura del retratado. En poéticas como las de Víctor Patricio de Landaluze, La Habana no se desplegó como protagonista, sino como escenario para recrear el «criollismo».
Sólo con la llegada de las vanguardias artísticas del siglo XX el tratamiento de la ciudad en la plástica se redimensiona formal y conceptualmente, pues los vanguardistas percibieron en ella una expresión acertada y plena de valores auténticos de nuestra identidad. El abigarramiento arquitectónico, los ambientes interiores y detalles de vitrales, rejas y mamparas, inspiraron nuevos lenguajes plásticos como los de Amelia Peláez y René Portocarrero.
El tema volvió a ser releído de manera renovadora a partir del último cuarto del siglo XX: «El tema de la ciudad ha dejado de ser (…) un hecho recurrente para ir convirtiéndose en una preocupación casi obsesiva»,¹ que se aborda desde la variedad de manifestaciones, procedimientos, soportes y materiales reevaluados por la postmodernidad. Las nuevas posturas analíticas del arte han propiciado asimismo que La Habana se haya convertido en medio y fin de la creación plástica, a la vez que pretexto irrevocable para discursar sobre otros asuntos.
Las miradas con las que más de veinte artistas cubanos contemporáneos han inquirido su entorno citadino conforman «Memoria, presente y utopía», muestra que visualiza una multiplicidad de tratamientos formales y de inquietudes cognoscitivas centradas fundamentalmente en tres aristas: la ciudad en tanto espacio vivencial, la memoria como eje discursivo y la utopía como posibilidad creativa. El espacio urbano, escenario donde se desarrolla la vida diaria, está condicionado por significaciones políticas, históricas, filosóficas, religiosas, sociales, geográficas y, en sentido general, culturales, que ejercen una influencia sustancial sobre habitantes, con quienes la ciudad establece una íntima relación, un interminable proceso de retroalimentación en el que cada uno es causa y efecto del otro. El hecho de que La Habana sea la capital de nuestro país incrementa el nivel discursivo, complejiza el sistema de relaciones, analoga las circunstancias habaneras con las de la nación y extiende el comprometimiento con sus apremios.
Buscar respuestas al presente explorando el pasado ha sido una vía para que los creadores expresen sus teorías y reflexiones con solidez. La estética del fragmento y la utilización del monumento como estrategia artística, ya sea desde una expresión abstracta o figurativa, han constituido propuestas de trabajo que no sólo han vislumbrado tratamientos formales de altos niveles estéticos, sino que les han permitido a los artistas contribuir con el fomento de una conciencia ante el deterioro arquitectónico y reevaluar la importancia del plan de restauración. En muchos casos, trascender posibilidades físicas, económicas o de otra índole, ha resultado el camino más original por donde conducir nuevas relecturas de lo real permisible, siempre con una voluntad de mejoramiento.
Cuatrocientos ochenta y cinco años después de la fundación de la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana, su historia, habitantes, ambientes, monumentos, arquitectura e implicaciones, dan respuestas que más que propiciar el infinito disfrute advertido por Calvino, seducen, enrolan y conmueven. «Memoria, presente y utopía», abierta en el Convento de San Francisco de Asís con motivo del aniversario de la fundación de la ciudad, propone algunos de los nuevos cuestionamientos en torno a un tema que se dibuja imperecedero. Cual promesa infinita, La Habana, en su riqueza y complejidad, prefigura un presente en el que el pasado fortalece una identidad con vocación de futuro.



¹ David Mateo: «Metáforas de finales para errores de principio», Revolución y Cultura, La Habana, No. 1, enero-febrero, 1999, p. 43.


(Palabras del catálogo de la exposición «Memoria, presente y utopía: La Habana 485 años después», Convento de San Francisco de Asís, 18 de noviembre - 20 de diciembre de 2004).

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