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 Las paredes de la galería del Palacio de Lombillo han sido las elegidas esta vez por Miguel Florido para exhibir algunas de las obras que lo ratifican como una revelación de la plástica cubana contemporánea.
Identidad y cubanía distinguen el quehacer de Miguel Florido, quien dice «pintar es mi vida, mi vocación»

 Integran la exposición, además de un retrato que el pintor hiciera al Historiador de la Ciudad, obras pertenecientes a las series «Cuerpos sin vida» y «La Puerta Azul», que inició Florido en 1999.
Se trata de piezas presentadas en formatos de diversos tamaños, en las que, valiéndose de óleo, acrílico o tempera, el creador ha representado –sobre tela y cartulina– excelentes bodegones que lo insertan entre los cultores cubanos de ese género ancestral que es la naturaleza muerta.
«El bodegón, a lo Sánchez Cotán y a la manera de los maestros holandeses, llega con Florido en dos de sus series: “Cuerpos sin vida” y “La Puerta Azul”», comenta Justo J. Sánchez en el catálogo a la muestra «Sueños y esperanzas» exhibida este año en Estados Unidos.
«No son obras que se emprenden como ejercicios virtuosistas para hacer despliegue de técnica artística –prosigue Sánchez–, Florido las considera “autorretratos”, exploraciones a fondo de la magia de su entorno. De esta forma se convierten también en pequeñas odas nacionalistas como por ejemplo en Aún aguardo tu presencia. Una lectura Chasteliana (André Chastel) detectaría los elementos de ara y rito auto-sacrificial en las naturalezas muertas de este joven pintor».
El haber crecido en las afueras de la ciudad –donde actualmente vive y tiene su estudio– le permitió estar en contacto directo con la naturaleza, más aún con la campiña cubana, sus frutos y paisajes, a los que Florido convirtió en modelos, cuando impulsado por un instintivo deseo creativo, decidió volcar su talento sobre el lienzo.  Desde entonces ha situado –al pie de puertas azules, en el interior de sombríos nichos o sobre disímiles superficies– utensilios domésticos, hojas de árboles, melones, guayabas, mangos, calabazas… elementos que evidencian la delicadeza del trazo y la habilidad para combinar colores. Identidad y cubanía distinguen el quehacer de Miguel Florido, quien dice «pintar es mi vida, mi vocación».
Su singular imagen artística y estilo propio han sido dados a conocer en numerosas muestras fuera y dentro de Cuba, entre las que se halla la realizada en 2001 en el Convento de San Francisco de Asís, primera institución del Centro Histórico donde presentó sus cuadros.
Obras suyas forman parte de colecciones privadas en diferentes países de América Latina, el Caribe, Europa y Estados Unidos.