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 La Sala Transitoria del Museo de la Ciudad resultó pequeña la tarde del jueves 23 de octubre, cuando fue inaugurada la exposición «Secretos del tiempo», del afamado pintor Ernesto García Peña.
Organizada por la Vicedirección de Divulgación y Programación Cultural de la Oficina del Historiador, la muestra fue presentada por Rafael Acosta de Arriba, presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas.

 El poema del cuerpo, la sugerencia de sus gestos y posiciones, la exploración en sus límites y la evocación de su infinitud, han sido recreados reiteradamente en la poética de Ernesto García Peña (Matanzas, 1949). Su quehacer se ha distinguido siempre por el hedonismo y la sensualidad con los que convoca la relación del hombre con el universo.
En sus atmósferas idílicas, creadas a partir del tratamiento de manchas, del magistral trabajo con las transparencias y de la figuración de cuerpos etéreos, el dibujo desempeña un papel protagónico. Para el pintor y crítico de arte Manuel López Oliva, los cuadros de García Peña «aparecen estructurados a partir del recorrido, tejido y regodeo del dibujo y sus relaciones formales y espaciales, que funcionan así, como base formativa del lenguaje».
«Secretos del tiempo» se nos revela no sólo para hacernos tal distinción, sino que una veintena de dibujos, hechos a lo largo de la vida del autor y hasta ahora nunca expuestos, nos abren las puertas
hacia el interior del hombre artista en la intimidad de la Sala Transitoria del Museo de la Ciudad (antiguo Palacio de los Capitanes Generales).
 Según advierte García Peña, «en las más disímiles circunstancias, cuando alguna idea nos atormenta, podemos acudir fácilmente a este modo de expresión para anotar nuestras impresiones». De tal suerte, con esta muestra –abierta del 23 de octubre hasta mediados de noviembre– podemos compartir con el artista desde experiencias significativas de su vida personal, hasta los más triviales motivos que conforman la cotidianidad, en muchos casos recogidos con la frescura de la primera sensación.
Algunas de las obras que se exhiben han tenido con posterioridad una versión en pintura, pero en la mayoría de los casos, como en A mi hermana (1972), el dibujo ha redimido los desasosiegos del autor. Ternura y delicadeza inspiran esta pieza, compuesta en su totalidad por nueve dibujos, en la cual figuras distorsionadas en un ambiente oscuro y profuso nos trasmiten los desgarramientos que sintió el autor ante la pérdida de un ser querido en plena juventud. Estas confesiones que hasta hoy nos ha guardado el tiempo, revelan una visualidad variada, maneras diversas para concebir las composiciones y una amplia gama de posibilidades en el tratamiento del dibujo, aunque se distingue el trazo a veces suave, pero siempre certero.
Una obra en acrílico sobre tela, la única pintura de la muestra, nos redondea lo que bien sentenciara García Peña: «ya sea que utilice plumilla, sanguina, carboncillo, pincel seco, óleo, acuarela, acrílico o cualquier otro medio, siempre estoy dibujando».
La exposición, que recorre la vida y la obra del artista, ofrece una amplia visión de sus maneras de crear y de los temas que lo han inquietado, sobre todo de aquellos que prefirió no divulgar. Alejados de estereotipos, en estos pequeños secretos se reitera algo conocido: el don particular del artista para tornar sublime, fundamentalmente a partir de la alegoría de los cuerpos, cualquier detalle del tiempo.