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 La muestra «Sosabravo dueño del espacio. Exposición antológica» estará abierta al público hasta el mes de diciembre en el Centro Hispanoamericano de Cultura (Oficina del Historiador). Alrededor de 50 piezas en cerámicas, denotan la maestría y fabulación que le aplica el artista Alfredo Sosabravo al barro y los esmaltes, medios que lo definen además como un experimentado ceramista.
En el Centro Hispanoamericano de Cultura el artista ha ofrecido una suerte de recuento de sus aportes con el barro y los esmaltes, materiales básicos de su arte que han sido enriquecidos con la sabia adición de maderas y metales.

 Hay un antes y un después de Alfredo Sosabravo en la historia de la cerámica artística cubana. No es que haya sido el primer artista que se dirigió al medio y contribuyó a su valoración como posibilidad creativa capaz de luchar contra los muchos prejuicios existentes con respecto a considerar tal disciplina al mismo plano que la pintura o la escultura, como arte mayor; pero está fuera de discusión que, sin ser de los pioneros en hacer del barro vehículo para expresarse, aportó sustanciales elementos a un ejercicio en el cual ocuparía rápidamente lugar de privilegio. Debe comprenderse que el tiempo dedicado a tal disciplina, con todo y ser de gran significación dentro de la obra general del artista, no es sino una parte que se completa con lo mucho aportado en la pintura, el dibujo y el grabado.
Obras de gran originalidad salieron de sus manos a través de largas series de trabajos modelados, con el ensamblaje como recurso de importancia para trasmitir similares preocupaciones que las vertidas por él en el terreno de las dos dimensiones, donde por entonces –década de los años 60 del pasado siglo– había alcanzado ya significativas conquistas y prestigio. Esto tuvo primera ocasión de confrontarse con el público en una muestra titulada «Óleos y cerámicas» (1968) presentada en la Galería de La  Habana; desde entonces, su dedicación al medio generó estructuras –incluso de carácter ambiental– según línea que dio tempranas muestras de talento y capacidad técnica cuando se instaló su Carro de la Revolución (1973) en el entresuelo del Hotel Habana Libre, obra conformada por 555 piezas originales modeladas por el artista. Este mural fue estructurándose elemento a elemento en la mente de su creador, quien se enfrentó con la certidumbre de lo realizado sólo cuando se distribuyen sus componentes al pie del muro que ocuparía. Si René Portocarrero había dado singular paso adelante cuando, en su mural Historia de las Antillas (1957) que ocupara un área en la misma planta del hotel, realizó la primera agresión a la losa cerámica, Sosabravo enriquecía notablemente la vía transitada al hacer de cada factor componente algo válido en sí mismo –casi con vida propia– que fuera capaz de integrarse orgánicamente a un todo pleno de audacias y aciertos.
La praxis cerámica en Sosabravo corrió pareja a la gráfica, que siguió desarrollándose con indudable calidad, pero fue socavando el peso de la pintura dentro de la obra global del artista debido a las exigencias de una manifestación que –como aquella– demanda de sus cultores tiempo, pasión y entrega absoluta. Ahora, en ocasión de los 75 años del nacimiento del autor, el Museo Nacional de Bellas Artes presenta una exposición dedicada a lienzos recientes que son consecuencia de su retorno a la pintura en 1992 –cuando vuelve al cultivo de esa disciplina–, justamente en detrimento de su labor cerámica; entonces, nos ha parecido oportuno aprovechar la ocasión y la belleza de la sala de exposiciones del Centro Hispanoamericano de Cultura, para ofrecer una suerte  de recuento de lo aportado dentro del laboreo del barro y los esmaltes, materiales básicos a los cuales enriqueció con la sabia adición de maderas y metales, otro crecimiento no sólo dentro de la obra personal, sino valioso para el acervo estético del país.
Los volúmenes que se reúnen aquí son ejemplos de las distintas vertientes cultivadas por quien, además del barro, a lo largo de los últimos años ha buscado en los bronces y el vidrio vías para sus habilidades al ejecutar obras tridimensionales. Su larga y fructuosa trayectoria ha cubierto con éxito lo tocante a la pequeña obra de cámara, sin dejar de incidir en los trabajos dirigidos a la calificación de un ambiente determinado; asuntos relacionados con la flora, la fauna, las personas y la máquina, hallaron en este hombre al constante imaginero capaz de encontrar siempre soluciones que sorprenderían a muchos y que abrieron vías a las inquietudes de no pocos. La variedad, el alto nivel técnico y la desatada creatividad que exhiben los productos reunidos pueden agruparse –grosso modo– a partir de la atención brindada a los motivos naturales, los aparatos y la figura humana cuyo recorrido se inicia cuando indaga en el torso tema de tanta incidencia en la historia del arte. Importa, desde luego, lo que ha hecho, pero también las inflexiones, los matices, la imaginación y el rigor depositado en cada realización. Inmerso en las sugestiones del espacio, este hombre supo hacerlo suyo para intervenir en él de manera definitiva y dejar así la impronta de su estupendo quehacer.



(Palabras al catálogo de la muestra «Sosabravo dueño del espacio. Exposición antológica», inaugurada el 18 de octubre de 2005 en el Centro Hispanoamericano de Cultura).