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 Obras afines en el tratamiento formal, que se asientan en la vertiente cubana del pop art, caracterizan a la muestra «Confluencias», abierta en la galería de arte del Museo del Ron desde el 18 de enero. Integran esta exposición creaciones de los artistas Raúl Martínez, José Gómez Fresquet (Frémez) y Julio Ferrer.
La muestra «Confluencias» se ha proyectado como un modesto reconocimiento y homenaje a la historia del arte pop no solo cubano, sino igualmente a ese protagonizado por otros maestros del arte internacional.

 La idea inicial de realizar un proyecto de exposición que ofreciera un recorrido histórico por los momentos más significativos del pop cubano, se mostraba tan atrayente y seductora como pretenciosa, teniendo en cuenta las limitaciones de espacio y tiempo con que se contaba para la articulación de la propuesta. Optamos entonces por hacer confluir a tres artistas que se inscriben dentro de dicha vertiente, pero que la asumen desde presupuestos estético-conceptuales diferentes, y a la vez se trató de abarcar un espacio generacional bastante amplio. De ahí la decisión de seleccionar a un creador joven, como es el caso del cienfueguero Julio Ferrer, junto a otros autores más distantes en el tiempo, como José M. Gómez Fresquet (Frémez), Premio Nacional de Artes Plásticas 2005, y el maestro Raúl Martínez, nombre este último ineludible siempre que se haga referencia al pop en nuestro país.
Claro que, a pesar de las divergencias, sus obras presentan determinados puntos de contacto o confluencia, sobre todo en lo que respecta al orden formal, lo que los emparenta de algún modo con el pop más canónico u ortodoxo (norteamericano): predominio de colores planos, intensos e incontaminados entre sí, con fuertes contrastes de complementarios, de lo que se deriva una ausencia de claroscuro o degradación de valores para dar volumetría a las figuras; marcadas influencias del comic y la publicidad; gusto por los grandes formatos; entre otros.
De Raúl Martínez se ha hablado mucho, tanto que resultaría estéril cualquier disertación al respecto. Solo me detendré en un punto que considero de vital importancia, por lo polémico. En una ocasión escuché a alguien afirmar, parafraseo: «los nexos de Raúl con el pop originario son solo desde el significante, pues en lo referente al rubro conceptual o del significado, nada tiene que ver su poética con las imágenes de la sociedad de consumo reflejadas por los artistas norteamericanos». Opinión de la que discrepo. La iconografía heroica entronizada como tema recurrente en la obra de Raúl es, en definitiva y en última instancia, nuestro mundo de consumo; un consumo tan ideologizado que deviene más virtual que cósico, tangible. Si los creadores estadounidenses (ya sabemos que el pop inglés fue un tanto diferente) se apropiaban de imágenes de la cultura de masas, como son las vallas publicitarias, los anuncios comerciales, que atiborraban la visualidad del norteamericano citadino durante los años sesenta en que surgió la tendencia –y todavía hoy–, Martínez, en perfecta sincronía temporal, hizo algo semejante con los murales revolucionarios de los CDR y otros íconos de la propaganda política que también  saturaban –y saturan– nuestro contexto. En cuanto a si en la apropiación de este último hay ironía o cinismo, al igual que en los fundadores, eso no lo sabremos nunca, conscientes de que no se puede confiar del todo en los testimonios de los creadores, pues no siempre están en disposición de dar la «última palabra» (recordemos si no, qué respondía Andy Warhol cuando le preguntaban por qué pintaba tantas latas de sopa Campbell). En mi caso particular, desde que comencé a estudiar la obra de Raúl he mirado siempre con sospecha –y en esto coincido con un comentario análogo que en algún momento realizó el crítico cubano Gerardo Mosquera– el hecho de que, después de su tránsito por la abstracción, como parte del grupo Los Once (grupo que con su sobriedad cromática reaccionó contra los estereotipos en el manejo de la identidad nacional que predominaban en una parte de las vanguardias, entiéndase el cliché de la luz y el colorido tropical, el barroquismo en la visualidad, etc.), y en medio de un contexto tan hostil para la abstracción como lo fue el decenio de los sesenta, Raúl volviera a la figuración con una «festiva», abigarrada y estridente paleta cromática, justo lo que se quería para el nuevo arte revolucionario. Me resisto a leer ingenuidad en dicho gesto.
De Frémez sobresale en primer lugar su versatilidad. Diseñador, caricaturista, figura imprescindible dentro de la cartelística cubana, es considerado uno de los iniciadores del arte digital y la serigrafía en nuestro país. Colaborador del semanario humorístico Zig-Zag, del periódico Revolución; Director de Diseño y Fotografía de la revista Cuba (1964-67) y del Taller Experimental de Gráfica de La Habana (1976-80), actualmente es vicepresidente de la Asociación de Artistas Plásticos de la UNEAC. Sin embargo, tales responsabilidades nunca han sido un obstáculo para su desarrollo profesional y su crecimiento como artista. Su obra se encuentra actualmente en su momento cumbre, de mayor calidad y consistencia, toda vez que se va apartando cada día más del trasfondo socio-político, del compromiso ético que supone el panfleto y la apología, rasgos que, a fuerza de tanta reiteración, llegaron a lastrar en algún momento su valiosa producción artística. Siento que en varios de sus trabajos más recientes el artista ha ido incorporando un toque –muy oxigenante– de hedonismo, banalización, frivolidad, lo que lo hace más imparcial, a la vez que más pop. Asimismo, en los últimos tiempos sus obras han ganado considerablemente en dimensiones, de modo que el impacto visual en el receptor es aún mayor. Pero, por sobre todas las cosas, algo que siempre ha destacado en sus propuestas es la limpieza en el manejo de la técnica, unida a un gran poder de síntesis y depuración formal. Por su parte, Julio Ferrer Guerra (Cienfuegos, 1973), graduado de la Escuela Nacional de Arte (1988-1992), realizó estudios en The International People's Collage, de Dinamarca, en el otoño de 1999. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, así como ha colaborado con las publicaciones de humor gráfico Palante y Dedeté. Cuenta con un total de nueve exposiciones personales y más de cincuenta colectivas, tanto en Cuba como en el extranjero, al tiempo que ha sido acreedor de numerosos premios y menciones por la calidad de su obra. Sin embargo, sus trabajos, quizás por causa del pernicioso «fatalismo geográfico», son poco conocidos en el ámbito capitalino, al punto de que para muchos su pasada exposición personal en la Galería 23 y 12 («Allá voy...») constituyó toda una revelación de un genuino y extraordinario talento novel.
Más allá del impresionante virtuosismo técnico que ostenta su producción plástica, quisiera detenerme en cuatro características muy bien definidas que distinguen o singularizan el estilo de Julio Ferrer: un agudo e incisivo sentido del humor, lo que le confiere un carácter de sátira o choteo a buena parte de sus creaciones; presencia de una atmósfera erótica no menos mordaz, agresiva y provocadora, especialmente en las caricaturas, ilustraciones e historietas; empleo de una operatoria intertextual para maniobrar con referentes anteriores de la Historia del Arte, ya sea universal o cubana (véase, en la muestra, la pieza que lleva por título El copista); visibles puntos de contacto con la obra del artista estadounidense Roy Liechtenstein; e insistencia en el tema del viaje, la emigración, desde una perspectiva en suma auténtica y original.
Quede entonces esta muestra como modesto reconocimiento y homenaje a la historia del arte pop no solo cubano,1 sino igualmente a ese protagonizado por Andy Warhol, Roy Liechtenstein, Claes Oldenburg, Tom Wesselman, Robert Indiana, George Segal, entre otros tantos que iniciaron ese proceso de «banalización cultural» o puesta en solfa de los antiguos límites de la Modernidad entre cultura de élite y cultura de masas, entre alta y baja cultura; proceso esencial, constitutivo de esta nueva e incierta era de la humanidad que ha dado en llamarse «postmoderna».

1 Insisto en que hemos querido presentar solo una selección, no un paneo y mucho menos una antología del pop cubano, pues de ser así no hubieran podido faltar creadores como Juan Moreira, Eugenio Blanco, César Leal, Rubén Torres Llorca, José Miguel Pérez, Umberto Peña, a quienes también de alguna manera esta exposición rinde tributo.


(Palabras al catálogo de la muestra «Confluencias», inaugurada en la galería de arte del Museo del Ron, el 18 de enero de 2007. El título original de estas es «Por un encuentro necesario: tres miradas al pop...»).
Piter Ortega Núñez
Historiador del Arte