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 Durante casi dos meses la exposición colectiva «Desde la piel de Eva, con los ojos de Adán», se mantiene en la Casa Benito Juárez (Oficina del Historiador), como parte de la amplia jornada que en Cuba se dedica al centenario del natalicio de Frida Kahlo y a los 50 años de la muerte de Diego Rivera. Integran esta muestra 50 artistas, quienes ofrecen una Frida desde diferentes perspectivas.
Frida es la mujer-universo y el concepto múltiple elegido como referente de esta muestra homenaje. El hecho de estar concebida desde una perspectiva genérica permite un diálogo interesante entre las obras de 50 artistas.

 Un mito cumple 100 años y la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez (Oficina del Historiador) ha abierto sus puertas para celebrarlo. Es el homenaje de 50 artistas cubanos que desde diferentes manifestaciones de la plástica engalanan el lugar con sus obras, para unirse a los que en el mundo entero rinden tributo al centenario de Frida Kahlo. Esta muestra colectiva se integra al programa del evento «Frida y Diego, voces de la tierra», un modo de tributarle a estas figuras cumbres del arte y la cultura latinoamericanos, en el año del centenario de Frida Kahlo y el medio siglo de la muerte de Diego Rivera. Este evento cuenta con el auspicio de la Casa de las Américas, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y la Embajada de México en Cuba.
Ya otros lo han hecho. La gráfica y la canción la han convertido en musa de sus creaciones y en sonido de tacones. Precede a la aparición de las niñas, que reciben con pétalos perfumados a una Frida Azul Celeste que asciende magnífica para abrir las puertas de la exposición.
«Desde la piel de Eva, con los ojos de Adán» es el título de esta exhibición que abarca dos salas de esa casa museo: 24 mujeres y 26 hombres, con la multiplicidad de discursos que ha caracterizado a la plástica de esta isla en las últimas décadas, acercan su visión a las figuras de Frida y Diego, que por una curiosa jugarreta del destino permanecen unidos, aún después de la muerte. Acertada coincidencia porque Frida es también Diego, y es a un tiempo su madre, su amante, su alumna y su cómplice. Para él se reinventa, se crea a sí misma como leyenda, recuperando la imagen tradicional de la mujer mexicana. Diego es luz y fuerza, y su alegría de vivir y su dolor más hondo. Para este gigante del muralismo ella será el refugio tras la tormenta, la comprensión sin límite, «una artista excepcional, y la mejor prueba del renacimiento del arte en México».
Genial y trágica como su propia historia, la obra de Frida marcó un antes y un después en el quehacer artístico latinoamericano del siglo XX, estableciendo pautas en temas tales como el autorretrato y la identidad de nuestros pueblos. Sus cuadros y sus escritos son una lacerante y exquisita autobiografía, en el que el quehacer artístico deviene exorcismo contra la adversidad, desacralización de la muerte y acto de fe.
Con una propuesta que lo ubica justo al centro de los dos discursos, la muestra abrió con el performance Escrito sobre la piel, concebido por Manuel López Oliva junto al grupo teatral El Ciervo Encantado. Llegó a establecerse un puente evocador de sentido entre la fuerte y sugerente gestualidad de la desnuda actriz (Lorelis Amores) con esparadrapos sobre partes del cuerpo que rememoraban laceraciones de Frida, y la proyección (mediante un data show) de unas 4O texturas derivadas de obras del pintor López Oliva, que no sólo funcionaban como vestiduras plásticas de la figura y su contorno, sino que por su condición de tatuajes virtuales convertían a la piel en un soporte para estampar equivalencias poéticas del tramado decorativo y el simbolismo vital: el placer y el dolor, la tragedia y el discurso distintivos de la universal artista mexicana.
Frida es la mujer-universo única y el concepto múltiple elegido como referente de la exposición. Pero el hecho de estar concebida desde una perspectiva genérica permite un diálogo interesante entre las obras de ambas salas, donde se exhiben las piezas de esta muestra homenaje. Para los ojos de Adán, Frida es imagen y ejemplo, historia y obra. Un todo indisoluble que los artistas han trabajado desde lenguajes propios.
Muchos de los artistas utilizan el retrato como vía para el homenaje (Adigio Benítez, Sinecio Cuétara, Guillermo Zaldívar, Ignacio Nazábal y Emilio Nicolás), pero aún en esta supuesta homogeneidad, nos entrega cada quien su Frida.
Unas veces es el rostro completo, otras sólo las cejas unidas, devenidas representación icónica, centro de la composición que se completa con elementos alusivos a México, las pirámides, la bandera o el propio Rivera. Mientras que en otros casos, como en la obra de Carlos Reyes, el retrato es usado como parte de un discurso estratégico desde el concepto mismo de lo que Frida representa, obteniéndose una imagen de la artista trasvestida en símbolos de la cultura universal.
 Otra de las aristas manejadas de manera más plural en la muestra es el dolor, irremediablemente ligado a Frida, y elemento recurrente en su propia obra. La idea de laceración física y espiritual tiene en este caso dos representaciones, que aún teniendo como base el posmoderno concepto de las apropiaciones, discursan desde una dimensión más integradora. En Pá fijarte a la vida, de Eduardo Yanes, convence la metáfora lograda con una estructura plástica que parte de la misma concepción factual de la obra. Utilizando a un tiempo recursos artesanales y del expresionismo abstracto, sobrepone elementos cargados de significantes que le confieren un indiscutible espíritu antropológico. Por su parte Fridaqui, instalación de Onelio Larralde, trasciende la apropiación de La columna rota para erigirse propuesta de identificación que, a través del espejo, obliga a los visitantes a penetrar en el cuerpo martirizado de la «San Sebastiana» de nuestro siglo.
Pero no son estos los únicos casos en los que la apropiación deviene pretexto para la relectura de una obra propia. William Hernández y Vicente R. Bonachea destacan por la adiestrada manera en la que, partiendo del autorretrato, logran hacer converger su discurso temático y formal con los presupuestos estéticos de la obra de la Kahlo.
Por su parte, obras como la de Agustín Bejarano, Ángel Rogelio Oliva, Julio Velázquez, Michel Mirabal, Regis Soler y Nelson Domínguez establecen, desde una supuesta distancia, un diálogo conceptual muy abarcador que toca temas tales como la sexualidad, la fe y los estereotipos femeninos en los que Frida acostumbraba a ubicarse.
No obstante, nuestras Evas consiguen, en este caso, un resultado común de mayor coherencia conceptual. Discursan desde su propia piel, en un diálogo más íntimo, pues Frida es tratada de tú a tú, como mujer y como artista.
Imposible dejar de señalar, entonces, realizaciones como Con Cariño de la voz de la experiencia, de Cirenaica Moreira; De Sueños y estigmas, de Marta María Pérez; Trampas del interior, de Lidzie Alvisa; La Favorita, de Mabel Llevat o Encuentros, de Aimée García, quienes con una fuerte veta de género desde la fotografía autorreferencial, dejan claramente establecida la vigencia que el legado frídico tiene en el quehacer artístico femenino contemporáneo. Mientras que, por su parte, Alicia de la Campa, Lesbia Vent Dumois, Ileana Mulet, Aziyadé Ruiz y Hortensia Margarita Guash, lo hacen desde la pintura, estableciendo un puente identitario con la parte más sensible del trabajo de la artista mexicana.
Tomando como herramientas algunos de los recursos artesanales tradicionalmente asignados al quehacer femenino, Virginia Menocal, Mayra Alpízar y Nilda Margarita Rojo, elaboran con maestría sus propuestas discursivas, desde técnicas tales como el tapiz, el bordado y el patchwork, respectivamente. Se establece así, en las dos primeras, un enfrentamiento entre la profundidad del discurso y la delicadeza de los materiales utilizados. Mientras, Nilda lo hace desde su demostrado dominio de las apropiaciones. Y en la escultura, Isabel Santos desde la cera cruda recrea el juego con la muerte que Rivera inmortalizara en el mural expuesto en el hotel del Prado del mexicano Distrito Federal.
Con la osadía que nace de un mayor acercamiento, Sandra Dooley los recibe en su casa de Santa Fe, mientras que Eidania Pérez y Lourdes León echan mano de la caricatura en Árbol de la esperanza, mantente firme, obra desacralizadora y actual, en la que Frida y Diego son rescatados desde su posición política, al situarlos en medio de una manifestación con banderas cubanas, sin dejar fuera el toque de humor picante que necesariamente acompaña a este género. Ellas enfatizan en el jugueteo sensual y «público» de la pareja. En justo contrapunteo, Yossiel Barroso capta la realidad mexicana de estos días, con una instantánea desde la que una Frida centenaria, tomada del Zócalo del Museo de Bellas Artes, asiste complacida a la manifestación que cada año por esta fecha celebra en el Distrito Federal la comunidad gay mexicana. Es Frida insertada en nuestra actualidad, la actualidad vista por Frida. Sin dudas, un peculiar enfoque visual.
Pero si esto fuera poco, Beatriz Santacana retoma los exvotos mexicanos con una mezcla de ironía y homenaje póstumo. Su Frida da gracias por salvar al amante de las manos de Diego: su Diego agradece a la Virgen que «Doña Frida haya aceptado volver a ver el mundo juntos», con lo cual logra una propuesta muy sugerente en la que convergen el rescate de las tradiciones populares y la reinvención de la historia. Y Liudmila López, fiel a su estilo, los metaforiza a ambos mediante un par de zapatos –masculino y femenino– desigual e indisoluble. Mas, falta a este conjunto una mirada indispensable: la Frida de huipil y rebozo, de corona trenzada en arabescos, de pulseras y anillos tintineantes, la Frida Fashion que escandalizó a las calles de Nueva York y París con el atuendo de las indígenas mexicanas y devino inspiración para el modelo Madame Rivera de Elsa Shiaparelli. Es la Frida altiva que impone su imagen típica, como justa defensa de la cultura ancestral de nuestros pueblos de América, cuando la modernidad amenaza con destruirla. La Frida de la portada de Vogue, que Zaida del Río rescata ahora en su instalación performática con Ismael de la Caridad. Desde sus joyas y su feminidad sin límites, Frida pinta, Frida permanece, Frida es azul, negra, blanca y verde: polícroma y fascinante como su propia vida.
Frida multiplicada una y mil veces, antes por ella misma, y ahora por otros que han visto en su ejemplo un icono del feminismo, una esperanza contra el dolor, un aliciente para la alegría, una poderosa realidad artística, una leyenda. Frida de América, y por ende también, de los cubanos, de estos 50 artistas que han unido su obra para rendirle tributo, desde la piel de Eva y con los ojos de Adán.


(Este texto fue solicitado expresamente a su autora, quien además, tuvo a su cargo la curaduría de la exposición homenaje a la artista mexicana Frida Kahlo que, el 6 de julio de 2007, quedó inaugurada en la Casa del Benemérito de las Américas Benito Juárez. Hasta el 31 de agosto podrá ser visitada).
Sussette Martínez Montero
Promotora de artes plásticas