La exposición «Ángeles de Fuego y Mar» del joven creador David Velásquez, está abierta al público durante este mes de octubre en la Casa Oswaldo Guayasamín.
David absorbe la polisemia contenida en la iconografía del caballo para luego devolverla preñada de significados que sustentan sus intensiones comunicativas.

 
De la serie Yegua Fértil, Homenaje a Lina (2007). Pasta roja, esmaltes policromados, metal y alambrón (120 x 36 x 30 cm).
Tanto en la vida, como en el arte conviene recordar las palabras de William Shakespeare: el pasado es un prólogo. Justamente en esa suerte de anticipo, de anunciación que contiene la herencia de nuestros predecesores encontramos algunas referencias emparentadas con la propuesta del artista David Velázquez Torres.
El motivo que articula su discurso visual ha sido una constante en la obra de grandes maestros universales. Bajo el velo metafórico de la visualidad plástica, el caballo deviene símbolo ambivalente, según la evocación del contexto cultural. Su iconografía se repite en pinturas memorables como arquetipo portador de presagios asociados al principio y fin de la existencia.
La batalla de San Romano, de Paolo Uccello o La entrada al reino de la muerte de Pieter Brueghel El Viejo, potencian el simbolismo del caballo como el principal ingrediente en el mito del héroe. Por otra parte, no hay que olvidar la mansedumbre del animal cuando
 
Aparición en una noche con el caballero José María López Lledín (2007). Óleo/acrílico/tela (101 x 101 cm).
Joaquín Sorolla y Paul Gauguin lo conciben en el lugar de compañero del hombre. Tampoco la vistosa constitución de su cuerpo, exaltada con absoluta libertad expresiva por los barrocos flamencos, sin descartar citas más cercanas a nuestro tiempo y contexto como son las obras de Carlos Enríquez y Gilberto Frómeta.
En esa tradición hípica se insertan las piezas de David, moldeadas con arcilla y cocidas al capricho del fuego. Una costumbre familiar lo ata irremediablemente a la cerámica. La influencia de su padre, Fernando Velázquez Vigil, se siente en la obra de este joven artista, como continuidad y al mismo tiempo génesis de un interés individual por la práctica escultórica.
 
De la serie Yegua Fértil, Diosa de la fertilidad (2006). Pasta roja, esmaltes policromados, madera y soga (138 x 40 x 53 cm).
David absorbe la polisemia contenida en la iconografía del caballo para luego devolverla preñada de significados que sustentan sus intensiones comunicativas. Amasa y crea con sus propias manos diosas totémicas que portan el don de la fertilidad. Late una esperanza, late una nueva vida en el interior de esas criaturas y puja por liberarse al igual que la mariposa forcejea en su capullo dispuesta a romper los hilos que le impiden volar.
Tal vez para saciar un capricho o traer al presente las imágenes de su padre frente al lienzo, el escultor, el ceramista decide por primera vez explorar otros vericuetos de su creatividad. Desplaza los motivos escultóricos hacia los predios de la pintura, no como intención definitiva o definitoria, sino más bien en el plano de la apoyatura visual. Pero en la metamorfosis el fuego se apaga; la tierra termina allí donde comienza el mar. Y embelesados ante ese mar que nos quita y devuelve los sueños al compás de la resaca, llegan al trote ángeles, sin montura ni arnés, para convidarnos a una calbagata a campo traviesa por los atajos de nuestra imaginación.

Yuleina Barredo Álvarez
Periodista de la TVC

(Palabras al catálogo de la exposición «Ángeles de Fuego y Mar», que se exhibe en la Casa Oswaldo Guayasamín).

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