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 Este 5 de mayo, concluyó la VII Bienal de Cerámica Amelia Peláez, cuya muestra central fue realizada en el Salón Blanco del Convento de San Francisco de Asís. Es la primera vez que este evento se efectúa fuera del Castillo de la Real Fuerza, sede del Museo de la Cerámica Contemporánea Cubana.
La idea de la refuncionalización objetual ha tenido cierta originalidad durante este evento, que, por momentos, pudo salirse de su límite al mostrar la interrelación de la cerámica con otros elementos expresivos.

 Con cada nueva edición de la Bienal de Cerámica Amelia Peláez, va siendo una costumbre la coexistencia del pequeño y amplio formatos en un mismo espacio expositivo. En un inicio, este evento de la plástica privilegió las creaciones de mediano formato, pero ya resultaba algo difícil que quedase divorciado de la persistente influencia en los últimos tiempos de la instalación en el hecho artístico cubano.
Debemos catalogar como sabia la decisión tomada por su comité organizador de aproximar esta Bienal –como suceso– a una porción del discurso artístico contemporáneo del país. O, al menos, de ofrecerle la posibilidad a los simpatizantes con la cerámica, de demostrar pericia y arte, con obras sobredimensionadas que no necesariamente se acercan siempre a lo instalativo, sino a lo escultórico. Muchos de los creadores cubanos con semejantes ventajas han logrado incorporarle a la cerámica algo más que una finalidad decorativa. Ellos piensan también en que sus obras deben hacernos pensar.
En esta VII Bienal ha habido un predominio del mensaje. No por gusto obras como Escorrentía (Teresa Sánchez); Fuente (Jorge Ferrero de Armas); Sin título, de la serie «Arte para las masas» (Humberto Díaz), por ejemplo, nos lo han confirmado. Con éstas se ha alcanzado un sano cuestionamiento sobre si ciertos objetos (azulejos, inodoro, figurillas decorativas…) pueden o no aceptarse como obras de cerámica (artística) dentro de la galería cubana, en función esta vez, de una bienal.
La idea de la refuncionalización objetual es algo manida en la historia del arte, pero ha tenido cierta originalidad durante este evento de cerámica que, por momentos, pudo salirse de su límite al mostrar la interrelación de la tierra horneada con otros elementos expresivos: metal, cristal, plástico, madera…
 Inobjetable ha sido esta suma de componentes en varias de las piezas presentadas, que le han concedido a la muestra colectiva un sentido formal-conceptual diferente. Y esto ha sido muy bueno. Una de las mejores propuestas pertenece a Humberto Díaz: la mesita de la shopping con sus figurillas, tal y como existe en la actualidad en cientos de los hogares del país. Esta pieza ha expandido las fronteras expresivas de la VII Bienal de Cerámica. En otro contexto de exhibición, el énfasis del creador habría estado centrado en el asunto del kitsch. Ahora, la lectura ha sido otra.
El título mismo de su serie «Arte para las masas» acentúa que las obras únicas e irrepetibles, como las que han sido presentadas, funcionan entonces como el arte para pocos. El contraste arte-no arte lo ha dado Humberto Díaz, y por qué no, el de cerámica artística-cerámica. Al unísono, la cerámica producida en serie y lo kitsch han podido colarse en una exposición con otras sorpresas.
Esto que pudiéramos nombrar como expansión formal-conceptual de la Bienal la han transmitido igualmente otras piezas. Bastaría con el repaso de las que fueron premiadas, las cuales podrían insertarse en otro certamen o muestra de nuestro arte contemporáneo. Al verlas en el Salón Blanco del Convento de San Francisco de Asís (5 de abril-5 de mayo de 2004), ha sido posible ahondar un poco más en su contenido que en su factura. Delante de Retrato de familia (primer premio), de Osmany Betancourt; Hueco negro (segundo premio), de Sergio Raffo; Código rojo (tercer premio), de Alejandro Cordovés, y Metáfora del tiempo (premio especial), de Alder Calzadilla, nos quedaba la sensación que debíamos ejercitar nuestro pensamiento, además de admirar el talento personal de cada autor. La terracota complementada en algunos casos con metales, elementos naturales y vidrio, imponía que nuestra percepción no fuera meramente contemplativa. O que a veces fuese ésta menos vertical y circular.
Ocurría por ejemplo con Hueco negro, de Sergio Raffo y Espacio núbil (premio ópera prima), de Darlyn Delgado Gorgoy, con las cuales debía haber un acercamiento excedido para decodificar otras inquietudes artísticas. Cerca de estas dos propuestas veíamos en el interior del pedestal-trampolín de metal, varios detalles fragmentados de un instante del arte universal, a modo de pérdida histórica (Hueco negro). Y podía notarse el estímulo de los deseos sexuales, ante el roce de otros labios en una de las zonas más erógenas del cuerpo femenino (Espacio núbil).
Obras así, se afilian al hálito expositivo del Salón Blanco del Convento de San Francisco de Asís, donde con anterioridad se ha expuesto de todo.