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 La exposición «Preludio de columnas», del pintor Alexis Pantoja, fue inaugurada este miércoles 12 en la Galería Palacio de Lombillo por Eusebio Leal Spengler, quien alabó al artista por su oficio que «nos remite con sus colores e imaginería a los grandes maestros del arte universal».
La obra de Alexis Pantoja se inscribe en la corriente neohistoricista. Esta tendencia —desarrollada en Cuba en las últimas décadas del siglo pasado— retoma los estilos históricos europeos para recodificarlos a otro contexto.

 El arte cubano, desde los comienzos de su trayectoria, ensaya y consigue aprehender los secretos, las contradicciones y los artistas que lo definen. Asimismo, está tipificado por el cambio, la multiplicidad, la metamorfosis y la evolución constante.
Tal empeño conduce al desarrollo y diversificación de las propuestas artísticas. Además, presupone el intento de recomponer los pedazos de un entramado cultural históricamente complejo, plural, impredecible, gobernado por la yuxtaposición de espacios y lapsos distintos —especie de «real maravilloso» o «surrealismo tropical»—, lo cual identifica nuestra idiosincrasia.
La obra de Alexis Pantoja (Manzanillo, 1970) se inscribe precisamente en la corriente neohistoricista. Esta tendencia —que comienza a desarrollarse en Cuba en las últimas décadas del siglo pasado— retoma los estilos históricos europeos para recodificarlos a otro contexto.
En sus iconos se aprecia un sentido atemporal que brinda la sensación de estar suspendidos en el tiempo, indiferentes a las modas y marcados por un sentido hedonista muy peculiar.
Evidentemente el rasgo distintivo de la producción de este artista es el propiamente pictórico, pero los temas de esa pintura van creando una iconografía particular que en su reiteración consigue definir su peculiar universo creativo. Especial sutileza la de la pieza ¡Oh, la idiosincrasia!, especie de autorretrato, en la que una figura masculina desnuda pinta —desde el interior de la obra— una fruta bomba; a su lado, una pícara mujer —mezcla de mulata cubana y Venus renacentista— lo observa con atención. Un verdadero ajiaco visual crea Pantoja. A esta atmósfera en la que están ubicadas las figuras, le incorpora elementos como el tabaco, el sombrero de guano, los gajos de café que sobresalen detrás de la mujer...
 Su discurso se ubica en las dimensiones expresivas de un imaginario que esboza situaciones y pasajes reconocibles. Son historias que al cohabitar en el espacio iconográfico vienen a ser la «gran historia» que conforma la obra y el sustento vital de su diversidad artística.
En tal recreación, el hombre y su medio, su sociedad y su cultura, son el centro de la propia motivación creadora. En suma, son imágenes y representaciones enigmáticas, absurdas, que remedan escenas medievales y que Alexis adecua a las coordenadas sociales cubanas.
Semejante efecto se logra, por ejemplo, en la obra El gran café: en un primer plano podemos apreciar algo que evoca a un gran cuerno de caza, pero cuando lo detallamos, en realidad es un colador de café típico del campo vernáculo. La autonomía de los símbolos que representa cada uno de los lienzos, engendra una realidad recogida de la propia materia. Las imágenes, los cuerpos, los objetos, los adornos, las plantas, las telas... hablan de una cartografía donde se entremezcla la historia personal del artista con las cotidianas de la realidad criolla.
Así lo expresa el Historiador de la Ciudad Eusebio Leal Spengler en las palabras del catálogo para presentar la exposición de Pantoja: «De esta isla, son los arcos, las torres, la casi totalidad de las apetitosas frutas, los pájaros y otras criaturas que él coloca como simpáticos anacronismos en el diálogo insólito de sus personajes.
»Caballos y bajeles fulgurantes, dagas de puño de oro... hablan de la omnipresencia de los grandes maestros del color que llevan de la mano al creador para luego dejarlo solo en el umbral de su propio destino...»