Ania recrea con agudeza la luminosidad y las gradaciones tonales que se producen a partir de ciertas horas del día o estados del tiempo. Posee una habilidad especial para llevar a cabo la combinación de los colores ocres y verdes, que le imprime a sus paisajes una atmósfera sui generis.
La galería de arte del Palacio de Lombillo acoge desde hoy 17 de diciembre la exposición «Vigencia del paisaje», de la artista Ania Toledo.
A principios de los años 90 el paisaje volvió a recabar la atención de la pintura cubana. En una primera etapa esa deferencia estuvo matizada por un impulso recontextualizador, por un intento de renovación de las paradojas representativas. Luego, con la flexibilidad de algunos presupuestos técnicos y estéticos, y como resultado de las exigencias del coleccionismo privado y estatal —en Cuba y el extranjero—, el paisaje comenzó a superar su estatus complementario y a reestablecerse como una práctica autónoma, como un espacio suficiente en sí mismo para la implementación de determinadas alegorías y estados emotivos.
Argel Calcines, Editor general de la revista Opus Habana, quien tuvo a su cargo las palabras inaugurales, destacó que Ania Toledo «logra lo más difícil para un paisajista: desentrañar la esencia poética del entorno que refleja en sus lienzos». |
Sin embargo, no todo lo que ha ido surgiendo y legitimándose es auténtico, meritorio. A lo largo y ancho del país han ido apareciendo obras y paisajistas miméticos, suspicaces artesanos de la estampa, reproductores de las fórmulas de éxito de nuestro paisajista mayor: Tomás Sánchez. Muy pocos han logrado concebir un paisaje con mirada propia, con estilo personalizado, y con alguna que otra inquietante motivación en sus composiciones.
La espirituana Ania Toledo es una de esas excepciones, a la que adicionaría los nombres de otros seis o siete pintores cubanos, no más. Su obra es una prueba del impacto, de la vigencia artística y cultural que aún posee el paisaje bucólico, tradicional; un testimonio fehaciente de su reactualización metodológica y estética frente a los detractores del género.
El ser mujer es ya una condición diferenciadora dentro de ese ejercicio, pues en Cuba siempre escasearon —y escasean— las pintoras paisajistas. Aunque su logro esencial es haber arribado a un paisaje distinto, singular, que no le debe ni se parece al de nadie. Sus composiciones constituyen un derroche de dominio técnico, de racionalidad estructural. Ningún detalle dentro de sus cuadros parece forzado o carente de sentido, todo está meticulosamente puesto, delineado, en aras de la ilusión y el goce sensorial. No hay quien pueda decir —como es común por estos días—: «A esta pintora se le dan mejor los cielos, los caminos terrosos, las aguas», porque cada elemento simulado parece animarse en su condición física o espacial, y se integra de manera orgánica a la totalidad del ambiente.
Sin título, (2010). Óleo sobre lienzo, (79 x 138 cm). |
Ania recrea con agudeza la luminosidad y las gradaciones tonales que se producen a partir de ciertas horas del día o estados del tiempo. Posee una habilidad especial para llevar a cabo la combinación de los colores ocres y verdes, que le imprime a sus paisajes una atmósfera sui generis. Se aparta por completo de ese tipo de paisaje de pinceladas sugeridas, insinuadas; perfila con destreza la vegetación; traza con minuciosidad las estructuras de las ramas, de los troncos; reproduce con increíble verismo las pencas de las palmas, las enredaderas, las hojas, y lo hace casi a la usanza de los antiguos exploradores y maestros botánicos. Hay una serie de estudios florales que la artista ha ido desarrollando a discreción en su atelier, utilizando los pequeños y medianos formatos, que constituyen el indicio más contundente de esa capacidad para captar las particularidades de la naturaleza, para llevar a la práctica esa noción de la parte por el todo, que caracteriza su obra paisajística.
Sin título, (2010). Óleo sobre lienzo, (180 x 135 cm). |
Una dimensión ecológica cobra sentido también a través de sus imágenes. Ellas nos sugieren un estado virginal en el que casi no aparecen vestigios humanos; remiten a una condición evocativa, a una nostalgia por el monte o la selva preterida; comentan acerca de un idilio perdido y quizás irrecuperable. Sus cuadros parecen consignarnos a los paisajes realizados en América en el siglo XVIII y XIX; exaltan la suntuosidad de la vegetación, la sombra como presencia permanente, la sensación de humedad, de bruma. Tal parece como si su sensibilidad hubiese quedado atrapada en aquellos ambientes remotos, y ahora sólo estuviera dispuesta a buscar en el presente los signos que favorezcan una conexión con ellos; signos que descubre a través de sus incursiones reiteradas por la naturaleza de Cuba y Costa Rica.
Sin título, (2010). Óleo sobre lienzo, (138 x 79 cm). |
Los paisajes de Ania Toledo no se fundamentan en el uso simulativo de la tradición, no se adscriben a la idea de un cuestionamiento de lo paradigmático o simbólico, sino que se muestran como pretextos de una huida intimista, sigilosa, que se hace suficiente, además, con la complicidad del ojo ajeno.
Siempre he percibido un alto poder inductivo en esas agrestes veredas que se pierden en el follaje, en esos ríos angostos y ondulantes que penetran en el monte, en esa caída crepitante de la cascada, en la laguna que se divisa tras haber remontado la espesura, y en el deseo de la artista por pintarse dentro de sus cuadros, de cara a la escena y de espaldas al espectador, como si fuera a echarse a andar.
Todo parece conminarnos a un estado de fuga, de evasión en la obra de Ania, impulsarnos hacia una profundidad hechizada, enigmática. Ahora mismo, por ejemplo, imagino a un espectador cualquiera de la Isla, abatido por el peso de las vicisitudes y tensiones cotidianas, parado frente a uno de esos magníficos paisajes de la Toledo; su figura absorta, en éxtasis frente al vasto panorama, y su espíritu intentando escabullirse lentamente hacia el horizonte… Es en esa inocente sutileza, en ese delicado solapamiento de lo perceptivo, donde el paisaje de la artista se hace eficaz y alcanza su máximo poder de sugestión.
David Mateo
Crítico de arte y curador. Editor de Arte por Excelencias, revista
de artes plásticas de las Américas y el Caribe.
Comentarios
Soy fotógrafo, y dificilmente podría captar esa excelente convinación de elementos.
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