Hasta el mes de febrero estará a disposición del público la muestra «Danza interior, del Nacional a la Obrapía», del pintor y dibujante Osvaldo García. Nueve obras conforman esta exposición que ofrece una mirada al mundo del ballet a partir de la representación de «jirones del espíritu, alientos de un ser transformado para nosotros en algo irreal que transita el espacio en busca de un lugar extraño, cercano a la dimensión de lo oculto, de aquello que sabemos existe y no podemos atrapar», como señalara el crítico de arte Toni Piñera en sus palabras al catálogo.

 

«En sus telas convergen estados de gracia, reverencias, delicados pastos que se hacen cuadros donde el protagonismo nada puede restar a la danza».

Desde el pincel..
Esa capacidad de ver la danza y reproducirla en la tela, con toda la virtud de movimiento/poesía, no es tarea fácil, porque a fin de cuentas, bailar es un diálogo con los dioses, algo interno que aflora en el hombre como magia, en los deseos de estremecer el espacio al compás de sentimientos que yacen dentro y salen a flotar en el vienta.Traducir ese instante a la pintura, desde la realidad, es motivar el silencio, desafiar la quietud, despertar el sueño e invadir 1a irrealidad con toda la vida posible que los bailarines desandan por la escena en ese instante único y fugaz como un suspiro
Pintar la danza es algo semejante a alcanzar el firmamento con un ancho lente que va dirigido, esta vez, piel adentro del ser humano. Porque lo que vemos en la escena no se puede alcanzar a simple vista, porque se baila con el corazón y el alma, que dejan estelas a su paso. Eso es lo que recoge Osvaldo García en su actual muestra «Danza interior»: jirones del espíritu, alientos de un ser transformado para nosotros en algo irreal que transita el espacio en busca de un lugar extraño, cercano a la dimensión de lo oculto, de aquello que sabemos existe y no podemos atrapar.
Por eso, Alicia, punto supremo de la danza, y las demás bailarinas que la acompañan en este viaje sumergido en el óleo, emergen ataviadas de tiempo, viento, vegetación y pueden ser cisnes, margaritas, mujeres de carne y hueso, desafiando tempestades en su vuelo, cruzando los sueños con trajes vaporosos que se mueven al compás de una música celeste, siempre en movimiento, esculpiendo siluetas en el aire. Colores, formas y anhelos se reúnen en el pequeño espacio del cuadro limitado por la realidad, marco austero que indica la frontera. Esa que el artista cruza con el talento de inmenso artista, donde confluye la línea infinita que gasta creyones y regala verdades, el óleo humedecido por la transparencia de lo profundo que nos hace recorrer, con la vista, paisajes infinitos y cubanos, por el verdor de las plantas, las tonalidades de las flores y el olor de los campos, porque ellas danzan en el trópico, su lugar, aunque en el recuerdo queden las figuras eternas de las frágiles danzarinas de otros tiempos, cual efluvios, revoloteando por los espacios del lienzo.
En sus telas convergen estados de gracia, reverencias, delicados pastos que se hacen cuadros donde el protagonismo nada puede restar a la danza, ese sortilegio que cautiva la mirada, corre por las venas, palpita en los músculos, convoca al triángulo rojo que impulsa, desde adentro, todo aquello que sale para transformar lo etéreo, y despertar a esos dioses reales que somos todos nosotros solprendidos por el movimiento. Ese que atrapado en cuerpos alados y volátiles pasa fugaz y se queda para la eternidad. Como estas pinturas que pueden “retratar" el misterio y “bailar el silencio”, como una vez anotara nuestro Lezama Lima en la dedicatoria de un libro entregado al amigo Pedro Simón.

Toni Piñera,
crítico de arte.

Imagen superior izquierda: Alicia en Carmen (óleo sobre lienzo, 90 x 190 cms). Imagen superior derecha: Estado de gracia (óleo sobre lienzo, 110 x 150 cms). Imagen inferior: Reverencia (óleo sobre lienzo, 112 x 126 cms).

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