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Las obras de Bejarano conversan con las de Ponce contándole, tal vez, cómo se las arregla con los grandes formatos o con las nuevas preguntas sobre la existencia de hoy.
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Si una silueta de hombrecillo taciturno arrastra una hoja de árbol gigante, ¿qué pensaría usted? ¿Y si arrastra una ciudad completa? ¿Si está sentado cabizbajo en la punta de una escalera abatida sobre el piso? ¿Si baja la cabeza sobre un piano sin tocar apenas una nota? ¿Y si el piano, en vez de música, proyecta una sombra grandísima y negra?
El hombre parece triste y está completamente solo. No tiene otro hombre a su lado. Tampoco un niño o una mujer. Está solo con su pensamiento. Está pensando en nombre de todos nosotros. Es un hombre convertido en el hombre. Y está rodeado de objetos comunes, de todos los días; pero si él se ha convertido en género, la mesa puede ser la soledad y las nubes el cielo todo. Porque estamos ante una pintura de fuerte atmósfera metafísica.
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Evidentemente preocupado, pero con una angustia taciturna y contenida, sin trazas de violencia, el hombre de Bejarano vaga por el mundo. Anda de noche por el río, deambula por la ciudad, se estaciona a caballo en una zona solitaria, se detiene bajo las nubes hinchadas, imagina que juega sobre el ala de un avión o que arrastra un corazón, como un globo aerostático. Nada que no hayamos podido hacer también nosotros alguna que otra vez.
Las figuras atormentadas de Fidelio Ponce andan detrás de este pintor como entre bambalinas. Y no solo en su incansable sufrir, sino también en los tonos ocres y sienas y en las texturas densas y rugosas del maestro vanguardista. Hay un diálogo mágico que Bejarano tiende hacia la historia de su antecesor, como si quisiera encaminarse en particular a él y al intenso mundo que emana de sus tenebrosas pinturas. Como dos soledades que se hablaran tanteándose las formas del dolor, los laberintos de la angustia, las obras de Bejarano conversan con las de Ponce contándole, tal vez, cómo se las arregla con los grandes formatos o con las nuevas preguntas sobre la existencia de hoy.
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Corina Matamoros
Curadora del Museo Nacional de Bellas Artes
Curadora del Museo Nacional de Bellas Artes